Pedro Benítez (ALN).- El golpe maestro de Nayib Bukele tiene consecuencias por el efecto demostración en otros países de la región que van por un camino parecido. En particular uno mucho más grande, más poblado y más importante: México. Algo que al vecino del norte no lo puede dejar indiferente. Y de ahí hacia el sur el mal ejemplo (nuevamente) corre por toda América Latina.
Si el controversial presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quería llamar la atención de (literalmente) medio mundo, lo consiguió. Bukele tiene un talento especial (y obsesión) por conseguir publicidad personal. Esa habilidad, tan importante, por lo visto, en la política del mundo 2.0 de este siglo XXI, le abrió el camino hacia la presidencia de su país, al que gobierna desde hace dos años por medio de su cuenta de Twitter.
Desde allí nombra y destituye ministros, informa de sus logros, anuncia proyectos, se defiende de sus críticos y se ha peleado con todo el que ha tenido que pelearse en El Salvador.
Por supuesto, y en primera instancia, con los partidos políticos que gobernaron el país desde el fin de la sangrienta guerra civil en 1992, la Alianza Republicana Nacionalista (Arena, de derecha) y el exguerrillero Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, de izquierda).
También con el fiscal general, Raúl Melara. Este asumió su cargo en enero de 2019 por un período de tres años y había anunciado una investigación por el supuesto pacto de Bukele con la Mara Salvatrucha 13, la pandilla criminal más violenta de Centroamérica.
Otros destinatarios de las sonoras acusaciones del joven mandatario han sido los miembros de la Corte Constitucional, de la Corte de Cuentas y del Tribunal Electoral. A eso hay que agregar su pelea pública con El Faro, el principal medio de comunicación de El Salvador, a cuyos propietarios ha acusado de lavado de dinero y evasión de impuestos.
Mientras El Faro denunció la corrupción y los tratos ocultos del gobierno anterior con las maras, Bukele fue uno de sus entusiastas defensores, hasta que ese medio lo empezó a señalar a él por hacer desde el gobierno lo que antes criticó. Allí se acabó el amor y el flamante presidente le declaró la guerra desde sus redes sociales.
De modo que Bukele ha metido en el mismo saco a la prensa crítica y a los demás poderes del Estado que hasta el domingo no tenía bajo su control, junto con los desprestigiados partidos políticos. Todos, en su relato, son parte de la misma “vieja política” corrompida que él en nombre del pueblo viene a barrer. Esta es su coartada.
Si el amable lector que sigue estas líneas es mayor de 20 años, ecuatoriano, boliviano, argentino o venezolano y esto le suena familiar no es por casualidad. Bukele está aplicando la vieja táctica del pueblo (que está con él) contra la élite corrompida. Un clásico del manual populista pero versión 2.0.
A algún sector le entusiasma Bukele porque se supone que es un empresario que nunca amenazaría la propiedad privada, la libertad económica, y es enemigo de los dictadores socialistas. Como Donald Trump y Jair Bolsonaro. Esto, que parece ser cierto, se refuerza olvidando convenientemente que el padre de nuestro personaje fue muy cercano de Schafik Handal, uno de los cinco comandantes del FMLN durante la guerra civil. Y que el mismo Bukele comenzó su carrera política en el Frente, con el cual fue elegido alcalde hasta que por su estilo incontrolable se peleó con su antigua tolda.
En todo caso Bukele ha despertado un enorme entusiasmo hacia su persona en El Salvador. Con 71% de aceptación a inicios de año, probablemente sea el presidente más popular de todo el continente.
Con ese apoyo se lanzó a conquistar con sus aliados la mayoría en la Asamblea Legislativa. En febrero pasado su partido Nuevas Ideas obtuvo 56 de los 84 puestos de la Asamblea Legislativa y la mitad de los 262 concejos municipales del país.
Con esa mayoría puede designar al fiscal general, a un tercio de los jueces de la Corte Suprema, al procurador general de Derechos Humanos y a la Corte de Cuentas. El problema son las formas. A Bukele le encanta romperlas. Y como ya se ha dicho, en democracia las formas son el fondo.
Al fiscal, por ejemplo, le quedaba un año en el cargo. Pero Bukele, con ese apoyo electoral, necesitaba llevarse todo por delante.
Todo el poder para Bukele
El pasado domingo consumó su operación en una hora. Sin guardar las maneras. De un solo golpe concentró todo el poder en su persona. Tal y como dice en su cuenta de Twitter él es “un instrumento de Dios en nuestra nueva historia”.
Este golpe estaba telegrafiado desde el año pasado cuando hizo ingresar al recinto de la Asamblea Legislativa a militares y policías fuertemente armados a fin de presionar la aprobación de un préstamo para su plan de seguridad. Eso encendió las alarmas dentro y fuera de El Salvador.
Ahora lo ha hecho pero con los votos. La mayoría de los salvadoreños lo apoyan, quizás apasionadamente y con fe ciega. Ven en él al vengador de la corrupción y los fracasos de los gobiernos anteriores. Sin embargo, ocurre que lo mismo pasó en Venezuela con Hugo Chávez, en Bolivia con Evo Morales, en Ecuador con Rafael Correa y en Argentina con Néstor Kirchner.
Todos esos gobernantes que fueron populares, e inmensamente populares, socavaron o destruyeron por completo las democracias de sus respectivos países, según los casos, con enorme apoyo electoral y en nombre de la democracia. Quien diga hoy que se mantuvieron en el poder a punta de fraudes electorales miente. El personalismo político ha sido muy popular en América Latina desde la Independencia.
Otra cosa es que cuando perdieron el apoyo popular habían cambiado las reglas para perpetuarse.
También les tocó en suerte el auge de las materias primas. Veremos qué le toca a Bukele. Por lo pronto él está en su luna de miel. El problema es que su ejemplo trasciende las fronteras salvadoreñas, tal y como el propio Bukele, torpemente, lo ha dejado ver, al citar en su cuenta de Twitter los casos de Venezuela, Nicaragua y Honduras y al alentar, o justificar, que los respectivos grupos opositores sigan su ejemplo y barran con el régimen anterior apenas tengan la oportunidad.
Una deshonestidad intelectual de su parte (algo que lo debe tener sin cuidado) puesto que con todas sus fallas El Salvador es, o era, una democracia que le permitió a él llegar al poder pacíficamente.
La cruzada de López Obrador en México
Esta historia se mira con mucha preocupación desde la Casa Blanca en Washington porque, entre otras cosas, hay un país mucho más grande, más poblado e importante que el pequeño El Salvador, donde algo parecido está en pleno desarrollo: México. Esto, como se comprenderá, son palabras mayores.
El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) está en su propia cruzada por limpiar a su país de la vieja política que gobernó durante “la corrupta noche neoliberal”, así la llama. También tiene su guerra contra los partidos que le precedieron en el poder, el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Contra los medios de comunicación críticos. Contra los intelectuales que sacan a relucir sus contradicciones. Y también pretende ponerle la mano a la Suprema Corte de Justicia y las instituciones electorales. Todo esto ante la indiferencia de los medios de Europa y Estados Unidos.
El próximo mes de junio serán las elecciones federales de medio término en México en las que renovará toda la Cámara de Diputados y en las que AMLO espera que su partido, Morena, obtenga una súper mayoría. Para sus adversarios y críticos es evidente hacia dónde se dirige su presidente.
Por tratarse de un país mucho más grande y con una economía más compleja se supone que en México hay más mecanismos de resistencia. No obstante, el problema es que si Bukele lo hace con el apoyo de su pueblo, ¿por qué AMLO no?
Ante la lluvia de críticas internacionales Bukele está invocando el mismo principio de la no injerencia en asuntos internos que López Obrador desde que llegó al poder no se cansa de repetir.
De modo que Bukele bien podría ser el San Juan Bautista que esté preparando el camino de AMLO. Algo que al vecino del norte no lo puede dejar indiferente.
Y de ahí hacia el sur el mal ejemplo corre (una vez más) por toda América Latina.