Pedro Benítez (ALN).- Mientras que en las sociedades donde se disfruta de amplias libertades está de moda cuestionar la viabilidad de la democracia liberal, en otras como en Cuba grupos de disidentes reivindican sus valores. El derecho a pensar y a expresarse libremente se extraña donde no existe. La inesperada muestra de solidaridad con el Movimiento San Isidro es una señal de que, pese a las seis décadas de férreo control por parte del régimen de partido único, algo se mueve dentro de la isla. Luego de tres generaciones de comunismo, grupos organizados de cubanos que nacieron y se educaron bajo las banderas del socialismo siguen demandando libertad; y esto ocurre en un momento decisivo para la continuidad del sistema político instaurado por Fidel Castro.
Al mejor estilo de lo que hasta hace 30 años hacía la disidencia política en los regímenes del llamado socialismo real en Europa oriental, el pasado viernes 27 de noviembre 300 artistas, intelectuales y activistas cubanos realizaron una protesta poco común ante el Ministerio de Cultura de Cuba en solidaridad con el Movimiento San Isidro (MSI).
El día anterior la policía había desalojado por la fuerza la sede del Movimiento ubicada en una casa del tradicional barrio de La Habana Vieja, donde un grupo de jóvenes llevaba 10 días en huelga de hambre exigiendo la liberación del rapero Denis Solís, un crítico del régimen castrista.
Fundado en 2018 el Movimiento San Isidro congrega a periodistas, académicos, miembros de la comunidad LGBTI, a un poeta musulmán, a un músico rastafari, a raperos, poetas, artistas plásticos e intelectuales.
Desde entonces el grupo ha tenido varios enfrentamientos con las autoridades comunistas siempre en su demanda por libertad para expresarse libremente.
Pero en esta ocasión ha ocurrido algo inesperado: el apoyo que ha logrado congregar entre otros artistas e intelectuales que no han sido críticos del sistema, e incluso que han sido cercanos, y la respuesta del propio régimen en las primeras de cambio.
Ni la policía ni los tradicionales grupos de choque de civiles atacaron a los manifestantes la noche que se congregaron frente al Ministerio de Cultura. La respuesta de las autoridades fue una invitación a dialogar y en los siguientes días fueron liberando a los líderes de la protesta que estaban bajo arresto.
Aunque este gesto fue interpretado por algunos observadores como una concesión del gobierno de Miguel Díaz-Canel para darle un cauce a la protesta, disidentes políticos cubanos más conocidos como Guillermo Coco Fariñas o Yoani Sánchez fueron más incrédulos por una razón fundamental: lo que reclaman esos artistas e intelectuales es algo que el régimen cubano no puede conceder.
Estos malos augurios fueron confirmados a las pocas horas porque mientras las autoridades cubanas tendían una mano con la otra mostraban el garrote. El fin de semana y los días que le han seguido las tropas de élite conocidas como “Boinas Negras” hicieron acto de presencia en las calles de La Habana. Coco Fariñas lo ha calificado como una demostración de “músculo represivo”.
Paralelamente el régimen castrista desató su ya conocida campaña de desprestigio típica en este tipo de situaciones, donde vincula toda protesta social, todo reclamo legítimo de la población, cualquier crítica por muy válida que sea con el imperialismo estadounidense. Esa es la gran coartada.
El 1 de diciembre el ministro del Interior “informó” por la televisión cubana de supuestos sabotajes terroristas organizados desde Estados Unidos presentando “pruebas irrefutables”.
Esta semana el presidente Díaz-Canel encabezó su propia manifestación de calle donde calificó la huelga de hambre y la protesta del Movimiento San Isidro como farsa. Y el diario Granma la denominó como un “reality show imperial”.
Este es el libreto conocido donde todo disidente es acusado de contrarrevolucionario, mercenario y vendepatria. Lo usual.
La gran paradoja del régimen cubano
Sin embargo, el movimiento de artistas jóvenes que se ha solidarizado con San Isidro no está actuando como un grupo opositor al régimen. No ha pedido hasta ahora elecciones libres ni el fin de la dictadura como en el pasado han hecho los disidentes políticos. No son rupturistas. Demandan libertades dentro del sistema. Libertades para escribir, crear, componer y manifestarse.
Además, esto ocurre en un contexto en el cual se acaban de cumplir cuatro años del fallecimiento de Fidel Castro, donde la ausencia de su hermano Raúl como máximo jefe del Partido Comunista es cada vez más notoria, y con la crisis económica profundizándose por el doble golpe del colapso petrolero venezolano y la pandemia de covid-19 que ha paralizado el turismo europeo, la otra fuente de divisas fuertes.
En la isla bulle el malestar ante los continuos fracasos económicos del gobierno comunista que no ha podido o no ha querido poner en marcha las reformas al estilo chino que lleva una década ofreciendo.
Como se podrá apreciar los hermanos Castro le han dejado una herencia muy pesada al presidente del Consejo de Estado, Miguel Díaz-Canel, quien parece poner sus esperanzas en que con la Administración de Joe Biden regrese la política de Barack Obama. Esta es la gran paradoja del régimen cubano, que no puede vivir sin tener un conflicto con Estados Unidos, desde donde vienen las ansiadas remesas.
Díaz-Canel usa el espantapájaros norteamericano para justificar la represión interna, pero no se le puede pasar la mano porque a la vez necesita mantenerse en buenos términos con Biden. Su misión es salvar el sistema comunista cambiando un poco para que nada cambie. Nadar y cuidar la ropa. Mientras tanto la sociedad cubana se mueve.