Mariveni Rodríguez (ALN).- Juan Álvarez sigue en San Sebastián de los Reyes, en Madrid, la tradición del negocio que desde hace más de 30 años le ha dado de comer a su familia en Bogotá: una floristería. Un viaje turístico que hizo con sus padres a Europa y el traslado de su hermana mayor desde las oficinas del BBVA-Bogotá a Madrid, influyeron en la vida de este joven colombiano, cuya pasión por los modelos de coches de alta gama sucumbió ante la belleza y perfume de las flores. Así creó su plan de vida en España.
El camino que Juan Álvarez eligió está colmado de flores y espinas. Así lo cuenta él.
“Hicimos un recorrido, con mis padres, por Europa. Admiro la calidad de vida de España, su tranquilidad. De París, sus calles y el lujo de los coches que se ven pasar por los Campos Elíseos. De Berlín, su cultura, el muro, el recorrido por la historia de los campos de concentración. De Amsterdam, el respeto de su sociedad, la tolerancia; es una ciudad mágica. Y de Praga, pues, su cerveza”. Juan Álvarez resume así su periplo por Europa. “Ese viaje me cambió”, sentencia.
Después de este desplazamiento planificado para ver a su hermana que había sido reubicada desde las oficinas del BVVA de Bogotá hasta Madrid, Juan Álvarez sólo quiso arreglar sus papeles y planear su regreso a España; esta vez para vivir. En Colombia reunió todo lo que hizo como asesor de servicios y control de calidad de Kia y, posteriormente, en Chevrolet en el centro de vehículos estrellados y siniestros, y se vino. “Los coches son mi pasión. Tengo un Dacia Sendero”, comenta Álvarez, asimilando el vocablo coche a su acento bogotano.
“Hice los trámites para seguir los estudios de Ingeniería Mecánica que cursaba en Bogotá y me vine a estudiar. Pero la matrícula de la universidad era muy costosa y, lamentablemente, no pude continuar. Tuve que decidir qué hacer”.
Su afición a los coches la heredó de su padre. Y su amor por las plantas la obtuvo de su madre. “Prácticamente nací en un taller de coches”, pero también “en la floristería de mamá”, comenta dejando claro la dualidad contrastada de sus gustos.
Un camino de flores y espinas
En su caso pudo más el aroma de una Dama de noche, una Pasionaria o el color de una Madreselva que el rugido de un motor.
“Desde los 10 años me he rodeado de flores. Bogotá es una ciudad que cultiva especies florales. Mi mamá abrió su floristería hace más de 30 años. La tiene cerca de casa. Así que yo la acompañaba durante las horas que no estaba en el colegio. Llevo 20 años de mi vida dedicado a esto: cuidaba el negocio cuando mi madre salía cinco minutos a repartir los domicilios. Mientras esperaba, realizaba allí mis tareas. Sumaba, restaba y entretanto vendía flores a nuestros clientes. Yo les daba mejores precios y ellos venían a mí”, recuerda Juan Álvarez, seducido por aquellas especies típicas de su país sin imaginar que ese sería, a posteriori, su medio de vida en España.
Álvarez recuerda que nunca había hecho arreglos florales o buqué. Mientras él crecía haciendo sus deberes escolares bajo el perfume de un jazmín, su madre juntaba los géneros y construía un ramo en forma de triángulo, por ejemplo. “El día que decidimos en la familia montar aquí una floristería, en San Sebastián de los Reyes (Madrid), tuvimos que aprender todo aun teniendo nuestro conocimiento. Aquí es muy complicado conseguir trabajo. Así que pensamos en hacer de este negocio nuestro plan de vida. Hablamos entre todos y vimos que era viable. Mis padres se motivaron y me ayudaron a crearla. Mi hermana y un socio pusieron, al principio, el dinero y así abrimos. Pero al comienzo no entraba nadie”.
Un negocio pensado para buscar estabilidad
Como muchos emprendimientos, este también ha sido afectado por el covid-19. La pandemia trajo consigo el cierre del local. Y el socio no continuó. “Nosotros decidimos seguir. Le hemos metido todo el corazón. Es un proyecto que nos ha hecho crecer y tener la visión de independizarnos y buscar la estabilidad a largo plazo”, dice Juan Álvarez, convencido de que todo lo que se siembra con pasión da sus frutos.
“La experiencia de Colombia nos sirvió, pero asumimos que había que aprender sobre nuevos hábitos de consumo y fue muy complicado. Conocer las necesidades de los clientes y darnos a conocer en la comunidad nos llevó un tiempo. El mercado no reaccionaba y cuando ya empezábamos a levantar las ventas, llegó el coronavirus. Perdimos mucho material. Tuvimos que transportar las plantas a nuestras casas y cuidarlas durante todos esos meses del confinamiento como si fuesen nuestros hijos”, dice Álvarez siendo optimista con los tiempos venideros.
Su floristería Flores El Olivar, ubicada en la Avenida de España 46, en San Sebastián de los Reyes, ha logrado reabrir después del confinamiento. Consiguieron que el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes les diera un puesto en el cementerio durante el Día de los Santos y así recuperaron algo de la inversión. “Lo ingresado ha dado para pagar gastos. Y con esfuerzo se puede llevar. Ha sido una buena decisión”, dice sin permitirse deshojar la margarita de cara al futuro.
Álvarez hace todo en su negocio. Contacta a los proveedores, cierra acuerdos con instituciones, administra, crea los ramos, despacha, entrega a domicilio los pedidos. “Es importante dedicar tiempo al cliente. La atención personalizada y la calidad del servicio hacen la diferencia”, sugiere como consejo.
Aunque haya espinas en el camino, Álvarez manifiesta sentirse feliz por la decisión tomada. “Las flores no pueden faltar en nuestras vidas. Los españoles prefieren, con diferencia, la rosa roja. Los jóvenes las eligen para sus novias. Los adultos, en cambio, buscan claveles y margaritas”, advierte al confesar que ha tenido que aprender a crear nombres peculiares para sus arreglos como manda la tradición en España: Linda sonrisa, Mi corazón, Vida en colores…