Pedro Benítez (ALN).- Según dos agencias de noticias el Fondo Monetario Internacional (FMI) no habría tardado ni 12 horas en negar la solicitud de 5.000 millones de dólares que Nicolás Maduro le hizo. Una versión proveniente del propio chavismo indica que Maduro ya sabía cuál sería la respuesta pero su intención era política: presentarse ante los venezolanos y el mundo como una víctima a la que el imperialismo no le da tregua ni ante una pandemia. Agitar otra vez la bandera del enemigo externo en medio de la crisis mundial provocada por el coronavirus. No obstante, según varios economistas venezolanos, la realidad es que Maduro se ha quedado sin fichas ante la caída de los precios del petróleo.
Nicolás Maduro ha sido experto en transformar cada crisis en una oportunidad para consolidar su poder. Lo hizo con la espectacular caída de los precios del petróleo entre 2015 y 2017. Luego cuando Venezuela se convirtió en el único caso de un importante exportador de petróleo en caer en hiperinflación en 2018. Y de manera todavía más dramática hace exactamente un año, cuando en marzo de 2019 Venezuela fue el primer país del mundo moderno (fuera de Cuba y Corea del Norte en los años 90) que sólo tuvo servicio eléctrico siete días en todo un mes.
Ningún otro gobernante latinoamericano, en ninguna otra época, ha sobrevivido en el poder a una sucesión de catástrofes similares. Contra todo vaticinio razonable Maduro lo consiguió.
Hasta ahora Maduro y su grupo de civiles y militares han apostado por sobrevivir en medio del caos sin que este los afecte. Hasta ahora han tenido éxito. Hasta ahora. Porque a lo que realmente le temen (es la verdad que esconden) es a que este tipo de situaciones lleven a la pérdida del orden público.
Ahora, siendo Venezuela el país de la región donde (como era previsible) más rápidamente está creciendo el número de casos confirmados por coronavirus (33 en 10 días), pretende repetir exactamente la misma operación.
Trasladar la responsabilidad de las dificultades a otros (el enemigo anterior, el enemigo interior y el enemigo exterior) y aplicar represión a los críticos y descontentos han sido sus tácticas predilectas.
En medio de la crisis mundial provocada por la pandemia lo primero que Maduro vio venir fue la caída de los precios del petróleo. Públicamente advirtió que se aproximaban días duros. Sin financiamiento de sus aliados chinos y rusos, esta coyuntura inesperada tiene un impacto más inmediato y demoledor en las precarias finanzas del régimen chavista que las sanciones norteamericanas que apuestan a un estrangulamiento a mediano plazo.
Maduro lo sabía, pero al mismo tiempo el coronavirus le ha caído como anillo al dedo para tapar un crisis con otra. Otra vieja táctica. Ante la agudización de la escasez de gasolina, porque también hay que importarla para luego regalarla, la pandemia la ha dado la excusa para paralizar el país al imponer en la práctica un estado de sitio.
No se le puede criticar por algo que están haciendo otros países. Pero en el caso concreto de Venezuela es sencillamente imposible mantener confinada a la mayoría de la población en sus hogares por varios días.
Hay que comer. No hay ingresos ni ahorros suficientes. Escasea el agua potable. Y todo eso se resuelve en la calle. El Estado chavista no tiene cómo atender esas necesidades vitales. No dispone ni de subsidios, incentivos fiscales o petros. De paso, según datos aportados por el mismo ministro de Salud de Maduro, en el país no hay siquiera 100 camas para cuidados intensivos.
Si con los mejores sistemas de salud públicos del mundo la situación de Italia y España es terrible ante la pandemia, la de Venezuela es apocalíptica.
El sector público venezolano hace rato colapsó. Más allá de los artificios de la comunicación política está la cruda realidad.
Maduro ha ganado unos días más. Sólo eso. Ha puesto nuevamente a los militares en la primera línea al cerrar las principales ciudades del país. Sin recursos, es lo único que puede hacer. ¿Pero por cuento tiempo?
Más allá de intentar impedir problemas de orden público (algo a lo que le tienen pánico) los uniformados no tienen capacidad para resolver ningún problema concreto importante. Ni los suministros de agua potable y electricidad, ni poner en servicio más camas en los hospitales, ni la falta de gasolina.
Es en este cuadro donde el canciller de Maduro, Jorge Arreaza, difunde por su cuenta de Twitter una solicitud formal al Fondo Monetario Internacional (FMI) de financiamiento de 5.000 millones de dólares con el pretexto de atender la crisis del Covid-19. ¿Desesperación o estrategia?
No es casualidad que esa solicitud de asistencia financiera se haga el mismo día que Irán. Si la tormenta económica está golpeando a las grandes economías del mundo, no podía ser menos para países mucho más vulnerables. Esto, lo sabe Maduro.
Pero como siempre tiene un doble juego, también calcula la previsible reacción del FMI, donde Estados Unidos tiene una influencia decisiva. Esta también es una oportunidad de poner en práctica la estrategia de los maestros cubanos de presentarse como víctimas a las que el imperialismo no les da tregua ni ante una pandemia, algo en lo que la izquierda mundial lo va a acompañar. Su objetivo es ir socavando las sanciones.
Sólo que no son estas las que más están perjudicando las finanzas venezolanas, sino la tremenda crisis en la que ha caído el mundo y para la cual (tal como ocurrió en 2014) el régimen chavista no tuvo la previsión de preparar al país.
Hasta ahora Maduro y su grupo de civiles y militares han apostado por sobrevivir en medio del caos sin que este los afecte. Hasta ahora han tenido éxito. Hasta ahora. Porque a lo que realmente le temen (es la verdad que esconden) es a que este tipo de situaciones lleven a la pérdida del orden público.
Por lo tanto sí, Maduro necesita con desesperación recursos para seguir importando gasolina y cajas de CLAP. Pero eso no le impide seguir confiando en su estrategia de intentar convertir cada crisis en su oportunidad. La consigna es resistir sin importar el costo que los demás tengan que pagar.