Antonio José Chinchetru (ALN).- El XIX Congreso del Partido Comunista de China le ha servido a Xi Jinping para reforzar su poder interno y liderar el intento del régimen de lograr la supremacía mundial frente a EEUU. Lo hace, además, avanzando en la transformación de un totalitarismo nominalmente marxista en uno de corte fascista. Mientras predica el libre comercio hacia el exterior, apuesta por el proteccionismo interno y no deja de recortar las ya de por sí escasas libertades de los ciudadanos.
China camina con paso firme en la búsqueda de coronarse como la principal superpotencia mundial. Quien lidera esta gran marcha hacia la supremacía global es un Xi Jinping que, con formas amables pero mano de hierro, consigue reforzar su poder personal en la dictadura más populosa del planeta. El XIX Congreso del Partido Comunista de China (PPCh) lo ha elevado a los altares del peculiar Olimpo político del país al incluir en la Constitución el denominado oficialmente Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era. Esta mención específica con su nombre y apellido era un honor hasta ahora tan sólo reservado a Mao Tse Tung y Deng Xiaoping.
Los 12 cargos de Xi Jinping son el reflejo de un poder cada vez más personalista y con un autoritarismo creciente
Aunque de forma en apariencia modesta, Xi es un autócrata que gusta de honores propios de emperadores de tiempos pretéritos. Como ellos, gusta de acumular cargos y dignidades. Lo lleva haciendo desde 2012, cuando accedió a la cumbre del PPCh y el Estado (que en la práctica, como en todos los países comunistas, están fusionados en una única realidad). En la actualidad tiene una docena de ellos: Secretario General del Comité Central del PPCh, Presidente de la Comisión Central Militar, Jefe del Grupo Central de Liderazgo para Asuntos Extranjeros, Jefe del Grupo Central de Liderazgo para Asuntos de Taiwán, Presidente de la República Popular China, Jefe del Grupo Central para la Profundización en las Reformas, Presidente de la Comisión Central de Seguridad Nacional, Jefe del Grupo Central de Liderazgo para la Seguridad e Información en Internet, Jefe del Grupo Central de Liderazgo de la Comisión Central Militar para la Defensa Nacional y la Reforma Militar, Jefe del Grupo Central de Liderazgo para los Asuntos Financieros y Económicos, Comandante en Jefe del Mando Conjunto de Operaciones del Ejército Popular de Liberación, y Presidente de la Comisión Central para el Desarrollo Integrado Militar y Civil.
Aumento de la represión
Todos estos cargos oficiales, a los que se suma el título de “líder núcleo” del PPCh que le otorgó el partido único el año pasado, son algo más que mera retórica destinada a encumbrar su mandato personalista y alimentar su ego. Son el reflejo de un poder cada vez más personalista y, aunque pareciera difícil en un régimen ya de por sí totalitario, con un autoritarismo creciente. Si el respeto a la libertad de expresión y de prensa siempre ha brillado por su ausencia en la China comunista, bajo el mandato de Xi la represión no ha parado de crecer.
Tras Turquía, China es el segundo país del mundo donde hay más periodistas encarcelados por ejercer su profesión, 21, según los datos de Reporteros Sin Fronteras. Hay que sumar otros 81 ‘periodistas ciudadanos’ (en su mayor parte blogueros) encerrados en las prisiones del gigante asiático. Este mismo año murió el Nobel de la Paz Liu Xiaobo por la negligente atención recibida para tratar el cáncer que sufría. Son numerosos los organismos de Derechos Humanos que sospechan que la falta de un tratamiento adecuado fue una decisión del régimen para acabar con la vida de un disidente demasiado incómodo para Xi y el resto de la cúpula del régimen.
El incremento del control sobre la sociedad y la represión afecta muchos otros asuntos. Esto es algo que se sufre especialmente en Hong-Kong. La antigua colonia británica ha visto cómo su autonomía política se degrada a pasos agigantados. En las últimas elecciones locales tan sólo pudieron presentarse candidatos que contaran con el visto bueno del Partido Comunista. Oficialmente no se desmantelaba la democracia de la ciudad, que el régimen se había comprometido a respetar, pero en la práctica desaparecía al impedir una libertad de elección real de los representantes políticos. Además, Pekín ha utilizado su poder económico para hacerse con el control de los medios de comunicación de la localidad a través de su ‘Oficina de Enlace’, un auténtico gobierno paralelo instaurado por el régimen en tierras hongkonesas.
Falsa apuesta por el libre comercio
A Xi le gusta mostrarse ante el mundo como el defensor del libre comercio frente a Donald Trump. Sin embargo, sus llamamientos en este sentido son mera retórica que oculta que el proteccionismo económico en China es muy superior al que propugna el presidente de Estados Unidos. Eso sí, le sirven para hacer amable la expansión económica en América Latina, donde el país ya es el primer socio comercial de Chile, Perú y México, y un socio de referencia para Brasil, Argentina, Uruguay y Venezuela. La región le interesa sobre todo como zona desde la cual importar materias primas como el petróleo y el litio, fundamental en la fabricación de baterías para teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos.
El incremento del control sobre la sociedad y la represión es algo que se sufre especialmente en Hong–Kong
A lo anterior se suma la venta de armamento a la región. El 22% del material bélico adquirido por países de la zona entre 2011 y 2015 procedía de China, que es el principal vendedor al régimen chavista de Nicolás Maduro. No sólo le provee de equipamiento militar, sino también de instrumentos antidisturbios para reprimir las protestas opositoras. Esta misma semana, el Gobierno de Islandia ha prohibido que un barco con 16 toneladas de bombas de gases lacrimógenos con destino a Venezuela hiciera escala en el puerto de Keflavik, al sur de Reikiavik. En su afán de lograr la supremacía mundial, Xi Jinping está dispuesto a apoyar cualquier régimen represor de los derechos humanos que le sirva como aliado contra Estados Unidos.
El largo viaje hacia el fascismo
El régimen chino va dejando de lado el comunismo que le define nominalmente para convertirse en algo más parecido al fascismo
Bajo el mando autoritario de Xi Jinping, China sueña con convertirse en la superpotencia mundial. Lo hace tras décadas mutando la naturaleza del régimen, transformando el tipo de totalitarismo que la caracteriza. Poco a poco va dejando de lado el comunismo que la define nominalmente para convertirse en algo más parecido al fascismo. Sigue siendo un sistema de partido único con un poder fuertemente centralizado, pero deja de lado el sistema económico donde toda la propiedad es estatal por uno donde oficialmente hay capitalismo. Eso sí, la propiedad privada de las empresas no responde a un sistema real de libre comercio. Las grandes compañías obedecen las directrices gubernamentales y sus propietarios y directivos están aliados con el Partido Comunista, cuando no son directamente miembros de este.
Xi Jinping avanza en la cuadratura del círculo que comenzó a poner en marcha Deng Xiaoping: la instauración eficaz del fascismo bajo el símbolo de la hoz y el martillo haciendo creer que existe un capitalismo que no es tal.