Redacción (ALN).- Francis Ojeda y cuatro de sus hijos registran alrededor de 3 kilos por debajo del peso ideal. La única fuente de ingresos del hogar es su esposo, quien gana 40 dólares por mes, trabajando como obrero en una construcción cercana a la montaña donde viven.
No tienen casa propia, pero han levantado un hogar invadiendo un terreno abandonado, en una barriada del este de Caracas.
«Yo me siento muy mal. Yo quisiera que mis hijos estuvieran como otros niños, gordos. Mis hijos no tienen el peso como tiene que ser por la mala alimentación que ellos tienen», lamenta Ojeda, de 36 años.
Como ella, 9 de cada 10 venezolanos confiesa no tener dinero suficiente para comprar alimentos, según la Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI), elaborada por la Universidad Católica Andrés Bello, en 2020.
«Lo que compro es medio cartón de huevos, una mortadela y ya», explica esta madre venezolana.
Subsisten con paquetes de harina, pasta, arroz y granos que integran la caja de comida que les vende el gobierno por menos de medio dólar y gracias a programas independientes que brindan almuerzos diarios en barrios pobres, pero cuando estas alternativas no están disponibles, el hambre los golpea.
«Yo les decía a los niños que comieran en la mañana suficiente, porque no teníamos como comer al mediodía. Lo que había se los daba a ellos y yo me acostaba con un vaso de agua, porque no tenía nada de comer», relata.
Lo que vive su familia forma parte de una estadística: un 35% de los niños menores de dos años, en Venezuela, presentan desnutrición crónica, caracterizada por retardo en el crecimiento, según el Observatorio Venezolano de Seguridad Alimentaria.
«Todos están sufriendo. Todos, claro, obviamente, las consecuencias más dramáticas las vas a ver en los grupos más vulnerables, que son los niños menores de 5 años. Yo acabo de ver un niño que tenía casi 6 añitos y parecía que tuviera dos», destaca la médico nutricionista y profesora de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Marianella Herrera.
En el otro extremo de la ciudad, Belkis Ibarra cuida a su hijo de 5 años, diagnosticado con desnutrición grave desde nació.
«A él le hace calcio, le falta hierro y lo que es carne. Todo eso no se lo puedo comprar, porque él lo que está pesando son 14 kilos y debería pesar como unos 18 ó 17 kilos», explica Ibarra, de 37 años, quien de vez en cuando, trabaja limpiando residencias del sur de Caracas.
«Me ha costado duro, porque he estado siempre encima de él para darle lo que él necesita. Mi casa se me está cayendo. Quiero darle una mejor vida a mi hijo y no he podido», lamenta Ibarra.
Las precariedades han forzado a las familias a tomar decisiones poco saludable, según la nutricionista Marianella Herrera.
«Las madres dejan a los niños dormir más tiempo para que se despierten más tarde. Se hace una comida que es como un desayuno-almuerzo. El desayuno se ha sacrificado muchísimo», alerta la especialista.
El Observatorio de Seguridad Alimentaria advierte que las embarazadas están entre la población más vulnerable a sufrir desnutrición, y por tanto, corren el riesgo de dar a luz a niños con talla y peso bajos.
El Gobierno venezolano firmó este año un acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos (PMA) para, en primera instancias, proporcionar comidas diarias a 1,5 millones de estudiantes para finales del año escolar 2022-2023. En ese momento, el presidente venezolano Nicolás Maduro hizo votos para que ese fuese “el primer paso de un conjunto de proyectos ambiciosos”.
VOA