Pedro Benítez (ALN).- Todo parece indicar que por cuarto año consecutivo en Venezuela, Nicolás Maduro y Jorge Rodríguez repiten la misma estrategia con el mismo propósito: mantener a sus opositores fuera del juego electoral. Este es su objetivo y han demostrado estar dispuestos a pagar (y hacerle pagar a los venezolanos) el costo de conseguirlo. Más sanciones y aislamiento internacional. Una estrategia en la cual la oposición queda metida en un callejón del cual sólo puede salir retrocediendo.
En días recientes el académico y escritor venezolano Michael Penfold publicó un hilo en su cuenta de Twitter donde, entre otras conclusiones, advierte la posibilidad de que la administración del presidente estadounidense Joe Biden coloque el tema Venezuela “en el congelador”.
En su breve análisis, Penfold recuerda lo que por obvio no deja de ser menos importante, el actual gobierno de los Estados Unidos (como el anterior) no va a hacer nada más de lo que ha hecho hasta ahora (sanciones financieras y comerciales, más presión diplomática) para sacar a Nicolás Maduro del poder en Venezuela, o llevarlo a un proceso serio de negociación política que, tal como se ha repetido una y otra vez, desembocaría en un proceso electoral medianamente aceptable.
Al menos en lo que atañe a los países al sur de su frontera, la prioridad de Estados Unidos es México y Centroamérica. Biden tiene una colosal crisis migratoria con la cual lidiar.
Por su parte, se supone que Maduro tiene interés en zafarse del cerco de sanciones y aislamiento diplomático, razón por la cual ha ido desplegando su propia estrategia a fin de romperlo. No obstante, tal como también nos recuerda Penfold, esto último depende, a fin de cuentas, de Estados Unidos, que no flexibilizará esa política hasta que Maduro haga “concesiones creíbles”.
En concreto, esas concesiones que, fundamentalmente (aunque no de manera exclusiva), son de tipo electoral, en la actualidad los representantes del gobierno de Maduro las estarían negociando con diversos factores de la oposición venezolana lejos del ojo del público.
En estos momentos la mayoría de los venezolanos están más pendientes, lógicamente, de la pandemia de covid-19 sobre la cual no hay datos oficiales creíbles, pero que, para el que vive en Venezuela, es evidente que está fuera de control, sin un plan nacional de vacunación en marcha, con una hiperinflación que luego de tres años y medio también sigue fuera de control, y con graves sucesos de violencia en desarrollo tanto en Caracas, por parte de la delincuencia común, como en la frontera con Colombia por el enfrentamiento entre la Fuerza Armada Nacional y elementos de la disidencia de las FARC.
Por lo tanto, el electoral es un tema que no despierta mayor interés entre la población. Y sin embargo, todo parece indicar que desatar el nudo gordiano de la interminable crisis venezolana pasa por un proceso electoral acordado.
En los últimos cuatro años Maduro y su principal operador político, Jorge Rodríguez, han venido jugando, con mucha habilidad (todo hay que decirlo), con esa expectativa. Desde 2017 se han realizado innumerables procesos de diálogo, negociación y acercamiento, públicos y privados, dentro y fuera de Venezuela, con o sin mediadores y acompañamiento internacional, entre gobierno y oposición.
En todos y cada uno de ellos, Maduro y Rodríguez han repetido invariablemente la misma estratagema: luego de mucha presión aceptan un acercamiento, escuchan la propuesta de la contraparte, hacen una contraoferta, dilatan la negociación, crean la expectativa de que en algo sustancial van a ceder, mientras que en el proceso la oposición que participa paga el costo político (que le hace pagar otro sector de la propia oposición) por haberse sentado a conversar con la dictadura.
Al final de semanas o meses, Maduro por medio de sus representantes no cede en nada y la oposición, que justificó su participación en esa negociación a cambio de condiciones electorales importantes, se ve obligada a irse a la abstención como forma de protesta.
Con lo cual se cumple el auténtico propósito de Maduro: mantener a sus opositores fuera del juego electoral. Este es su objetivo y ha demostrado estar dispuesto a pagar (y hacerle pagar a los venezolanos) el costo de conseguirlo. Más sanciones y aislamiento internacional.
El viacrucis electoral
En estos momentos en Caracas están en desarrollo al menos tres procesos como el descrito con tres grupos distintos, opositores o filo-opositores. A todos el madurismo formula ofertas y alimenta esperanzas. Obviamente para dividir más, en primera instancia, a sus adversarios. Pero lo más seguro es que en esta oportunidad repita la misma estrategia que tan bien le ha funcionado. ¿Para qué la va a cambiar?
Este año se realizarán elecciones regionales en Venezuela. Sólo hay cuatro de 23 gobernadores de estado y 27 de 335 alcaldes que se identifican con la oposición. Tomando en cuenta los antecedentes, Maduro y su gente se aprestan a dar condiciones electorales que justifiquen la postura de todos aquellos que consideran que en Venezuela no es “moralmente” aceptable la participación en comicios organizados por su régimen.
El resultado será una oposición que ante ese proceso electoral se dividirá, con un grupo conspirando para asegurar la derrota del otro, y Maduro reinando sobre las ruinas. Al parecer a él, en lo personal, no le molesta demasiado el cerco diplomático y las sanciones. Puede vivir y mandar con eso. No sabemos si lo mismo piensa el resto de la coalición que lo sostiene en el poder. Esa es otra historia.
Pero la cuestión es que en ese escenario, que hoy es el más probable, el gobierno de Estados Unidos metería el tema Venezuela en el congelador. Es decir, por tiempo indefinido. Un tiempo que muchos venezolanos no tienen.
Con lo cual el grueso de la oposición venezolana (o la que ha representado a la mayoría del electorado hasta ahora), que ha apostado a la presión internacional como su carta fuerte, quedaría en un callejón sin salida. Es decir, más o menos la misma historia de la Cuba castrista.
Lo bueno es que de los callejones sin salida se puede salir. Pero para eso se debe cumplir una condición: retroceder. En política, y más en circunstancias como las que prevalecen en Venezuela, se hace lo que se puede y no lo que se quiere.
El campo democrático venezolano no tiene mejor alternativa hoy que revisar y reformular toda su estrategia. Esta pasa por retomar el camino del ingrato viacrucis electoral soportando lo insoportable. Todavía le podría quedar una oportunidad para hacerlo. Las evidencias están al frente. Se puede decidir verlas o ignorarlas. Pero ya sabemos cómo es la realidad de terca.