Pedro Benítez (ALN).- Vladimir Putin se anota un éxito político con la vacuna contra el covid-19. La Sputnik V. Pero también los gobiernos de México y Argentina que le habían apostado casi todo. Un logro científico con uso político que refuerza la influencia rusa en América Latina.
En relaciones internacionales se denomina poder blando a la capacidad de un Estado de influir en otros por medio de su cultura o sus valores políticos. Francia, por ejemplo, pasó a ser una potencia militar y económica de segundo orden luego de 1815, pero durante la siguiente centuria tuvo una influencia poderosa en toda América y Europa donde su literatura, idioma, cocina y valores asociados a la Revolución Francesa fueron muy admirados y emulados. Otro ejemplo ha sido Hollywood. La meca del cine estadounidense le ha dado una enorme influencia cultural a ese país en el resto del mundo durante el último siglo. Ha sido más efectiva que su poder militar.
Pues bien, el gobierno de la Federación Rusa que preside Vladimir Putin se acaba de anotar un enorme tanto en su política exterior hacia América Latina por medio de su tan publicitada vacuna contra el covid-19. Ese logro, en este caso científico, se podría incluir como otro ejemplo de uso eficaz de poder blando.
La prestigiosa revista médica The Lancet publicó esta semana los resultados de la Fase III del estudio sobre la vacuna Sputnik V, que le atribuyen una efectividad de 91,6%. El artículo, que incluye los datos de 19.688 voluntarios, 2.000 de ellos mayores de 60 años, sin que se detectaran efectos adversos graves en los vacunados, era la información que esperaba la comunidad científica internacional para darle su visto bueno.
A continuación, la canciller alemana Angela Merkel abrió la posibilidad del uso de la Sputnik V en Europa una vez sea autorizada por la Agencia Europea de Medicamentos, con lo cual debería quedar cerrada la polémica sobre la poca transparencia e informaciones confusas que había de esta vacuna.
Esto es una muy buena noticia para el presidente Vladimir Putin, quien ha sido su principal promotor mundial, siempre por razones políticas que nunca oculta. Pero también para los gobiernos de México y Argentina, que habían hecho un acto de fe con la Sputnik V sin esperar los estudios de la Fase III.
El 11 de agosto pasado el gobierno de Rusia anunció que el Centro de Epidemiología y Microbiología Nikolái Gamaleya de Moscú había desarrollado la primera vacuna contra el covid- 19 en todo el mundo. De inmediato aprobó su aplicación sin completar los ensayos y la bautizó (no por casualidad) con el mismo nombre del primer satélite que inició la carrera espacial en 1957. Sputnik V.
Una muestra de cómo en la mentalidad de los rusos, o al menos de Putin, no se abandona el esquema de la Guerra Fría, donde se vivía en una permanente competencia por llegar primero que Occidente en todos los terrenos.
Mientras tanto, el gigante farmacéutico occidental AstraZeneca y la Universidad de Oxford no publicaron sino hasta diciembre un artículo arbitrado en The Lancet, donde explicaban el estado de desarrollo de su propia vacuna. Por su parte, la creada por el laboratorio germano estadounidense Pfizer/BioNTech no fue aprobada por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos hasta el 11 de diciembre, por la Agencia Europea de Medicamentos el 20 y por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 31 de ese mismo mes.
México
Sin embargo, eso no fue inconveniente para que 16 gobiernos negociaran con el gobierno ruso el suministro de millones de sus vacunas. Entre estos destacaban dos latinoamericanos, México y Argentina.
Eso pese a que el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de México y principal vocero de la campaña de su país contra la pandemia, Hugo López-Gatell, había advertido el año pasado que “no se puede utilizar una vacuna que no haya terminado satisfactoriamente los estudios de fase 3”. “No sería ético”, agregó.
Pero al parecer cambió de opinión, pues en el mes de enero el gobierno mexicano entró en negociaciones con el ruso para proveerse de una cantidad importante de sus vacunas.
Una actitud para nada extraña tomando en cuenta que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se sumó desde el inicio de la pandemia al exclusivo grupo de los jefes de Estado escépticos que conformaban Donald Trump y Jair Bolsonaro. AMLO se negó a usar tapabocas o a suspender sus contactos físicos en las continuas giras y actividades que realizó por todo el país. Ante las críticas de la prensa por esa conducta, el propio López-Gatell llegó a decir que el presidente “era un fuerza moral y no de contagio”.
Como ocurrió en Brasil y Estados Unidos, el tema se politizó entre los detractores y apologistas de López Obrador. El resultado es que México terminó este primer mes del año superando a la India como el tercer país con más fallecidos a causa del coronavirus (más de 155.000 personas), sólo por detrás, justamente, de Estados Unidos y Brasil. Y como les pasó a Trump y a Bolsonaro, AMLO también se contagió.
Con la crisis encima, y sin que la Comisión Federal contra Riesgos Sanitarios lo hubiera aprobado, López Obrador negoció directamente con Putin la adquisición de 24 millones de dosis para 12 millones de personas en los próximos dos meses.
Afortunadamente para México la vacuna desarrollada por AstraZeneca-Oxford será envasada en ese país para su distribución en América Latina, por lo que no queda dependiendo de un solo proveedor.
Argentina
Al otro extremo del continente los enredos se han dado pero por razones inversas, aunque con la política siempre de por medio. El gobierno de Alberto Fernández les impuso a los argentinos la segunda cuarentena más larga y rigurosa de América, sólo por detrás de Venezuela. Pero a la luz de las cifras no ha sido muy efectiva y se suspendió abruptamente con el fallecimiento de Diego Armando Maradona.
Acercándose a los dos millones de contagiados, Argentina supera a México, aunque oficialmente sólo tendría 45.000 fallecidos.
Consciente de la situación que se le avecinaba el gobierno argentino le apostó casi todo a la vacuna rusa. Los primeros días de diciembre Alberto Fernández y Putin negociaron directamente el suministro de 15 millones de vacunas rusas para Argentina. Fernández prometió ser el primer argentino en vacunarse y disponer de cinco millones de dosis a fin de iniciar el plan de vacunación antes del 31 de diciembre.
Pero cuando el 17 de ese mes una delegación argentina se encontraba en Rusia ultimando los detalles para trasladar a Buenos Aires las primeras 600.000 vacunas, Putin informaba que no se la había aplicado él mismo por no haber sido aprobada para mayores de 60 años. Entonces el gobierno argentino tuvo que negociar a toda carrera un acuerdo con Pfizer-BioNTech para asegurarse un millón y medio de vacunas en el primer trimestre del 2021.
El arribo en un vuelo especial de Aerolíneas Argentinas de las primeras 300.000 dosis de la Sputnik V estuvo rodeado de desinformación y sin la aprobación de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica de ese país. En total y hasta la fecha, sólo se ha reportado la llegada a Argentina de 600.000 vacunas rusas.
Si sirve de consuelo Europa tiene casi los mismos problemas de suministro y vacunación. Y también por razones políticas.
No obstante, para López Obrador y Alberto Fernández la validación internacional de la vacuna rusa es maná caído del cielo. Algo que les sacarán en cara a sus críticos.
Por su lado, Putin está usando deliberadamente lo que hasta ahora es un logro de la ciencia rusa como parte de su proyecto de extender su propia influencia política en esta parte del mundo. Aunque en esta ocasión no con espías, vendiendo armas, o con campañas de desinformación, sino con vacunas que pueden salvar muchas vidas.
Un logro que no es de él, sino del Centro Gamaleya, una institución rusa fundada en 1891 durante el reinado del zar Alejandro III y que desde entonces ha combatido epidemias como la cólera, la difteria, el tifus y el ébola.