Redacción (ALN).- Las pandillas de Venezuela, cada vez más osadas y violentas, están desafiando el control territorial que ejerce el presidente socialista Nicolás Maduro en Caracas, la capital del país caribeño, una ciudad que no escapa a la severa crisis que consume a esta nación sudamericana. En ningún lugar de Caracas es más visible este debilitamiento como en la Cota 905, un barrio pobre cuyas chabolas trepan un empinado cerro de la ciudad.
Allí, en ese desorden precarias viviendas en las que habitan unas 300.000 personas, la pandilla más grande de la capital ha ocupado el vacío de poder dejado por una nación en descomposición: entrega alimentos a las personas necesitadas, ayuda a pagar las medicinas y los funerales, abastece a los equipos deportivos y patrocina conciertos de música. En las fiestas patrias, reparte juguetes y coloca castillos inflables para los niños, de acuerdo con un reporte del diario estadounidense The New York Times.
El territorio que controla la pandilla está fuera del alcance de las fuerzas policiales. Y, según dijo un comandante de la policía local, los delincuentes tienen acceso a lanzagranadas, drones y motos veloces, por lo que están mejor armados y mejor pagados que la mayoría de las fuerzas de seguridad de Venezuela.
Las pandillas ofrecen una especie de justicia brutal: los ladrones que son atrapados en las áreas que controlan reciben un balazo en la mano. Los abusadores domésticos reciben una advertencia y los reincidentes son tiroteados, dijeron los residentes. Los pandilleros que intentan salir de la delincuencia son perseguidos como traidores.
“La mayoría preferimos vivir así”, dijo Belkys, una residente de las cercanías de la Cota que pidió ser identificada únicamente por su nombre de pila por temor a sufrir represalias por parte de la pandilla. «No vemos una solución real», agregó la mujer sobre una posible desarticulación de esta pleigrosa anda, que comanda un pandillero conocido simplemente como «El Coqui».