Pedro Benítez (ALN).- La fenomenal crisis venezolana se está convirtiendo en un lastre político-electoral para la izquierda latinoamericana y se suma a la lista de fracasos de los experimentos de transformación social que se han hecho en el mundo en nombre del socialismo en los últimos 100 años.
El historiador británico Edward Carr afirmó que “la historia siempre es la visión presente del pasado”. El destino del otrora denominado “socialismo del siglo XXI” no solo se ha convertido en una carga muy pesada para sus apologistas a nivel mundial, además va a provocar una revisión del pasado de la izquierda latinoamericana.
El chavismo se ha visto a sí mismo (o al menos eso es lo que su aparato de propaganda asegura) como “la última esperanza de la humanidad”. Aunque esa es una aseveración cuestionable, no cabe duda de que, en lo que va de siglo, la llamada izquierda mundial anticapitalista apostó la mayoría de sus esperanzas al régimen que el teniente coronel Hugo Chávez instauró en uno de los principales exportadores de petróleo del mundo.
Sin golpes de Estado (aunque lo intentó) y sin encabezar una guerrilla como la cubana (como le hubiera gustado) Chávez tomó el control pleno de Venezuela haciendo uso de los mismos mecanismos de la “democracia burguesa” que quiso derrocar por la fuerza, y que esa izquierda tanto había despreciado. El líder venezolano parecía tener éxito en algo en lo que Salvador Allende, una de las figuras veneradas de la izquierda mundial, había fracasado con su intento de “la vía chilena al socialismo”.
El socialismo del siglo XXI se ha convertido en un arsenal de argumentos en favor del libre mercado
En 1970 Allende les ofreció a los chilenos un socialismo compatible con la democracia y las plenas libertades públicas, con empanadas y vino tinto solía decir, alejado de la convulsión del castrismo en Cuba; algo similar al socialismo con rostro humano de Alexander Dubcek en la Primavera de Praga de 1968. Pero mientras en Chile ese socialismo vendría de la democracia burguesa, en Checoslovaquia lo hizo de la más dura dictadura comunista.
El fracaso por medio de la intervención violenta de las dos experiencias pareció validar la tesis según la cual todo intento de implantar el socialismo, en cualquier parte del mundo, solo podría conseguirse por medio de la violencia revolucionaria que aplastara a sus enemigos internos. Esta era la teoría de Fidel Castro y el Che Guevara.
El socialismo de Chávez fue poco a poco y por etapas
Cuando luego del desplome del bloque soviético en Europa entre 1989 y 1991 esa izquierda parecía perder toda esperanza, saltó a la escena internacional Hugo Chávez, quien ganó las elecciones presidenciales de Venezuela en 1998.
No lo hizo ofreciendo una vía venezolana al socialismo. Para nada. En eso aprendió lecciones de la experiencia de Allende. Desalojó a la clase política anterior prometiendo un moderado programa socialdemócrata, manifestando su admiración por la Tercera Vía del premier británico Tony Blair, reivindicando el culto a Simón Bolívar acompañado de buenas intenciones y distanciándose del régimen de Fidel Castro al que no dudó en calificar de dictadura.
Fue en 2001 cuando empezó a mostrar su verdadero juego. Aprovechó los años de crisis y convulsiones políticas de 2002 y 2003 para apoyarse abiertamente en la colaboración de los cubanos en distintas áreas, en 2003 instauró el control de cambio (que ha seguido vigente desde entonces sin interrupciones) y en 2005 emprendió una calculada política de expropiaciones de tierras y empresas privadas. No fue sino hasta luego de su abrumadora reelección en 2006, cuando habló abiertamente de llevar a Venezuela hacia el socialismo.
Esa habilidad de Chávez para esconder el tiempo suficiente su auténtico programa político detrás de generalidades fascinó en España a Pablo Iglesias y a Juan Carlos Monedero.
El fracaso del chavismo cambia la visión de la historia
En la práctica la experiencia del denominado socialismo del siglo XXI se ha convertido en un auténtico arsenal de argumentos en favor de las políticas de libre mercado para los latinoamericanos. Si usted quiere explicar por qué los controles de precios, las expropiaciones o las nacionalizaciones son contraproducentes para el bienestar social, basta con voltear a ver la tierra de Simón Bolívar.
Hoy el monumental fracaso del régimen instaurado por Chávez, su escandaloso e inocultable carácter cleptocrático, así como la deriva represiva y autoritaria que ha tomado en manos de su heredero, están cambiado la visión presente del pasado que los observadores más o menos objetivos tienen de la izquierda latinoamericana. ¿Qué hubiera sido de Chile si se hubiese consolidado el proyecto socialista de la Unidad Popular? ¿Cómo serían hoy Colombia o Perú si las FARC, el M-19 o Sendero Luminoso se hubiesen impuesto por la fuerza? ¿Qué destino le esperaba a la región de haberse impuesto la revolución cubana?
La habilidad de Chávez para esconder su auténtico programa político fascinó en España a Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero
Estas no son preguntas para el simple ejercicio de la especulación histórica, sino que por el contrario tienen un claro sentido práctico para los que votan. Porque la peor acusación que se le pueda hacer a un candidato en Latinoamérica en las elecciones de los próximos años será la de chavista, protochavista e incluso de socialista. Tanto es así, que el favorito a ganar las elecciones presidenciales del próximo año en México, el líder de la izquierda de ese país, Andrés Manuel López Obrador, ya se ha curado en salud marcando una buena distancia del régimen venezolano y no ha dudado en considerar al dirigente opositor Leopoldo López como un preso político.
Siempre habrá (y de hecho lo hay) un sector de la opinión pública mundial que justificará los excesos, abusos y errores del régimen chavista (tal como lo han hecho con Stalin, Mao o Castro) atribuyéndolos a una conspiración del imperialismo americano que codicia el petróleo de Venezuela. Pero los procesos electorales latinoamericanos no los van a decidir en el futuro próximo los intelectuales o analistas de la “izquierda caviar” mundial, sino los electores y en particular las cada vez más numerosas clases medias de la región que observan con horror lo que acontece en Venezuela.
Solo una muy aguda (y en muchas ocasiones voluntaria) desinformación sobre la realidad venezolana puede sostener que la actual crisis es consecuencia de un sabotaje económico externo o incluso de la caída de los precios del petróleo.
Basta con conocer las propuestas que el año pasado presentó el expresidente dominicano Leonel Fernández, a quien nadie puede acusar de adversario de los gobernantes de Caracas, y delegado de Unasur a tal fin, para comprender que el desastre económico y social provocado por el régimen chavista es consecuencia exclusiva de su ineptitud y corrupta voracidad administrativa.