Pedro Benítez (ALN).- ¿La respuesta de Maduro ante la Orden Ejecutiva de Trump? Tratar de involucrar a China y a Rusia. Necesita que salven a su régimen de la misma manera que hizo China con Corea del Norte y la Unión Soviética (y Hugo Chávez luego) con la Cuba de Castro.
La primera reacción oficial de los representantes de Nicolás Maduro ante la Orden Ejecutiva dictada por la administración de Donald Trump que bloquea todas las propiedades de su gobierno en Estados Unidos, y de medidas que restringen el comercio con empresas internacionales y la ayuda por parte de gobiernos que le son aliados, ha sido el intento de involucrar a China y a Rusia como los agredidos.
El portal del Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información tituló: “Orden Ejecutiva emitida por Trump contra Venezuela es una amenaza directa a Rusia y China”.
La diferencia crucial con todos los casos de sanciones y cercos económicos anteriores es que dentro de Venezuela existe un fuerte movimiento opositor con un liderazgo claro que la población puede identificar. Eso no lo había en la España franquista, ni lo ha habido en Cuba en 6 décadas (los disidentes son más conocidos a fuera que dentro de la isla), ni en Irán, ni lo hay hoy en Nicaragua.
Así recogía la declaración que la Vicepresidenta Ejecutiva de Maduro, Delcy Rodríguez, dio desde su despacho como primera funcionaria que reaccionaba públicamente ante la media.
Delcy Rodríguez es el álter ego Maduro. Ha sido una constante desde hace cinco años que donde se ejecutan las decisiones importantes para Maduro está ella. Ella es el termómetro del poder madurista.
Por tanto, no fue casual que su declaración refleje lo que es la auténtica (y tal vez única) estrategia que le queda a Maduro: que las dos grandes potencias antiestadounidenses del planeta se le jueguen con él y por él.
Así como Juan Guaidó y la Asamblea Nacional venezolana necesitan un nuevo espaldarazo por parte del gobierno de Estados Unidos, Nicolás Maduro necesita de los gobiernos de Rusia y China más que el apoyo diplomático, y algunos gestos simbólicos, que hasta ahora le han dado.
Requiere masivo apoyo económico para romper el cerco que Estados Unidos va apretando y de llegar el caso, también el militar. Exactamente como el que recibió Fidel Castro a partir de 1960 de la Unión Soviética. De lo contrario ni él, ni el Che Guevara hubieran logrado sobrevivir algunos meses de poder en La Habana.
O, para citar un caso más cercano a nuestra época, el masivo apoyo petrolero y financiero con que el expresidente Hugo Chávez sacó al régimen castrista del Periodo Especial desde que llegó a la Presidencia de Venezuela en 1999.
Maduro, y sus asesores cubanos, tienen esto perfectamente claro. Sin un apoyo (mucho) más contundente del que ahora han tenido por parte de rusos y chinos sus cartas se acabaron.
Los críticos de las sanciones económicas al régimen de Maduro recuerdan que estas nunca han sacado a un dictador del poder. Eso es verdad, aunque no es toda la verdad.
Por ejemplo, las primeras medidas de este tipo aplicadas para intentar derribar a un dictador fueron contra el general español Francisco Franco a partir de 1945 al finalizar la Segunda Guerra Mundial por parte de los aliados. Franco había sido un socio “no beligerante” de Alemania e Italia y había llegado al poder con el apoyo de Adolf Hitler y Benito Mussolini durante la Guerra Civil española.
De modo que, derrotado el Eje, era insólito que en Europa sobreviviera un régimen filo fascista como el de Franco. Como Estados Unidos y Gran Bretaña no estaban animados a emprender una nueva conflagración apelaron al bloqueo económico y al cerco diplomático con la esperanza que el mismo derribara a la dictadura franquista.
Franco por su parte hizo lo único que podía hacer: resistir mientras los españoles pasaban hambre a la espera que las condiciones internacionales cambiaran. Lo que efectivamente ocurrió cuando Estados Unidos y la Unión Soviética pasaron de aliados a enemigos. Pero en el transcurso de ese proceso (1945-1950) lo que realmente apuntaló a Franco en el poder vino del otro lado del Atlántico, cuando el general y presidente de la Argentina, Juan Domingo Perón, le envió toneladas de grano. Esa fue la fisura en el cerco impuesto.
Desde entonces, las sanciones económicas a las dictaduras no han logrado, por lo general, su objetivo. Siempre hay un aliado externo al dictador, que por la razón que sea, ha tenido suficiente disposición y capacidad de burlar el cerco.
Es lo que ocurrió con Corea del Norte en los años noventa y el apoyo chino. Es la historia de Cuba que desde 1960 sobrevivió al embargo comercial norteamericano por el masivo subsidio de todo bloque soviético, que le vendía petróleo por debajo del precio mundial y le compraba su azúcar a precios preferenciales. Pero también, gracias al comercio muy normal que tuvo con el resto de los países americanos (incluida la Venezuela democrática) y de Europa Occidental, que nunca se unieron al embargo, incluido, por cierto, el muy anticomunista Francisco Franco.
Las nuevas medidas por parte de la Casa Blanca para apretar el cerco financiero sobre el régimen de Nicolás Maduro apuntan precisamente a cerrar esas fisuras, por las que se han colado en los últimos meses el apoyo nada disimulado de los gobiernos de Rusia, India y Turquía, mas no de China (este último es un detalle a tener muy en cuenta).
El temor que estas sanciones no contribuyan a facilitar un cambio de actitud en el régimen de Maduro, sino que por el contrario lo lleven a cerrarse más en sí mismo y a usar esto como el pretexto para justiciar todos los males internos, es decir, que se repita el caso Cuba, es totalmente razonable. La historia demuestra que este tipo de medidas son un arma de doble filo, todo hay que decirlo.
No obstante, hay que tener en cuenta que a diferencia del caso cubano pareciera que el régimen de Maduro no tiene que lo sostenga.
Desde 2016 China no ha renovado su financiamiento a su insolvente régimen (como si hicieron la URRS hasta 1991 y Venezuela desde 1999 con Cuba), y Rusia por su parte no tiene cómo, aunque quisiera.
Y, por otro lado, Venezuela frente a Estados Unidos está, en palabras del expresidente dominicano Joaquín Balaguer “geopolíticamente condenada”. En Moscú y Pekín (que tienen sus propios problemas) lo saben.
La chavista ha sido una “revolución” muy curiosa financiada gracias al acceso privilegiado del petróleo venezolano al mercado de Estados Unidos. Con esa fuente de recursos subsidiaba a la Cuba castrista mientras sus jerarcas y testaferros compraran costosos inmuebles en ciudades como Nueva York o Miami o exhibían un estilo de vida bastante alejado, por cierto, del ideal socialista.
Recordemos que mientras las fuerzas militares angloamericanas bombardeaban Bagdad e invadían Irak en 2003, el petróleo venezolano, propiedad del Estado, controlado por Hugo Chávez, seguía fluyendo sin inconvenientes a los puertos de Estados Unidos y las transferencias para cancelar las facturas generadas no se dejan de pagar puntualmente.
Esa es la contradicción del chavismo a la que apunta Donald Trump.
En la lógica de Maduro y Delcy Rodríguez (que no quieren perder el poder) la única respuesta que les queda es subir la apuesta e intentar arrastrar a Rusia y China en su defensa.
Lo cierto, es que las sanciones por sí solas no van a sacar a Maduro del poder. Son un incentivo para debilitar su base de apoyo u obligarlo a negociar con Juan Guadió.
La diferencia crucial con todos los casos de sanciones y cercos económicos anteriores es que dentro de Venezuela existe un fuerte movimiento opositor con un liderazgo claro que la población puede identificar. Eso no lo había en la España franquista, ni lo ha habido en Cuba en seis décadas (los disidentes son más conocidos a fuera que dentro de la isla), ni en Irán, ni lo hay hoy en Nicaragua.
La clave del cambio está dentro de Venezuela y por eso el respaldo del gobierno de los Estados Unidos por medio de John Bolton a Juan Guaidó y la Asamblea Nacional. Si la alianza cívico-militar chavista quiere aflojar el cerco, tiene que hablar con él. No hay otra.