Sergio Dahbar (ALN).- Libros del K.O. ha publicado La casa de los lamentos, de Helen Garner, un texto inclasificable sobre la maldad de un obrero resentido que asesinó a sus tres hijos para vengarse de su esposa. Conoce la historia de esta escritora.
Las editoriales a veces abren puertas inimaginables. Me ha pasado con la española Libros del K.O. y su magnífica edición de La casa de los lamentos, de Helen Garner, una escritora que desconocía y que se me ha revelado con la potencia y la desmesura de su tierra natal, Australia. Lejana, esta mujer de 76 años se ha plantado con su inteligencia y su curiosidad por entender la vida. Y no me ha dejado en paz. ¿No es acaso el deber de todo escritor imprescindible?
A medida que el lector indaga en esta mujer sin suerte, quiere saber más. Es como la adicción presente en las líneas de sus textos, pero también en la forma en que se ha desplegado su vida. En un texto que sirve de introducción a unas historias reales, publicadas por Libros del Asteroide, ella cuenta: “Mi vida laboral ha consistido en una serie de deslizamientos laterales, de adaptaciones más que ambiciones. Tengo la impresión de que nunca me han educado para nada”.
Helen Garner nació en 1942 en Geelong, Australia. Dio clases en diferentes institutos, pero en 1972 fue despedida por responder a las preguntas de los alumnos sobre sexo. Comenzó entonces a trabajar como periodista
No es verdad la última frase, pero es una buena manera de comenzar un texto autobiográfico. La idea de los deslizamientos laterales, de las adaptaciones antes que las ambiciones, tiene la fuerza de la honestidad, una de sus señas notables. Cuando Helen Garner mira una historia ajena, siempre indaga en su propio ser. Quiere saber qué hubiera hecho ella; de qué está hecha la naturaleza humana.
Cuando aún no había cumplido 20 años y estudiaba en la Universidad de Melbourne, se tropezó con un tutor del que inevitablemente se enamoró. Era joven y andaba desprevenida. Aprendió dos cosas esenciales con este tutor: que uno debe escribir sin rodeos, apuntando a la médula, sin ambages, y que la traición es parte de la vida. “El me dejó una lección de escritura y una lección de vida”.
Quizás por eso, aunque nunca se sabe, ella es una periodista meticulosa, con una sagacidad especial para captar detalles y riquezas periféricas que siempre enriquecen su narrativa. En The Spare Room (2008), novela autobiográfica, explora el arte de cuidar a una amiga moribunda, y describe lo obvio (sábanas empapadas, noches destrozadas por el dolor del otro), pero también su punto de vista, ahí donde se clava su impaciencia y rabia. Una experiencia que le hizo entender que el dolor es terrible, pero puede competir con la ira ante la incapacidad para salvar a un amigo.
Helen Garner nació en 1942 en Geelong, Australia. Dio clases en diferentes institutos, pero en 1972 fue despedida por responder a las preguntas de los alumnos sobre sexo. Garner comenzó entonces a trabajar como periodista. Es autora de una producción literaria que incluye tanto ficción como periodismo.
Su primera novela, Monkey Grip (1977), ganó el National Book Council de Australia y fue adaptada al cine en 1982. Desde entonces, Garner ha publicado varias novelas, cuentos cortos, ensayos y reportajes. La habitación de invitados (2008) es su más reciente título de ficción y uno de sus libros más reconocidos.
Su trabajo periodístico y el ensayo se dan la mano en The First Stone (1995), sobre un caso de abuso sexual en la Universidad de Melbourne, Historias reales (1996; Libros del Asteroide, 2018) y La casa de los lamentos (2014; Libros del K.O., 2018). En 2006 Helen Garner recibió un reconocimiento por su carrera: el primer Melbourne Prize for Literature.
El trabajo periodístico de Helen Garner resulta una suerte de caleidoscopio, una forma de acercarse al aliento de la vida y de la muerte. Ahí está presente el gran editor Michael Davie, que le enseñó el respeto por el trabajo ajeno. Y los autores que la nutren, como Joan Didion, Janet Malcolm, Tony Parker y Norman Mailer.
Le puede interesar una morgue; un crucero ruso; la intolerancia de un colegio que no acepta que sus alumnos hablen de sexo; las incidencias de un parto, una boda o un lecho de muerte; o el desconcierto de cumplir 50 o 60 años, mientras la vida pasa cerca de uno.
De la infancia guarda una gema invalorable. La señora Dunkley, mujer delgada, pelo negro y corto. Cuando Helen Garner llegó a la escuela donde esta mujer enseñaba, el impacto fue inolvidable. La profesora se reía de su acento y de su lentitud para el cálculo mental. Le producía tanto pavor su presencia, que aprendió a contar con los dedos debajo del pupitre. Manía que nunca olvidó.
Su madre le ha contado que en sueños gritaba el nombre de la profesora Dunkley. Pero fue ella quien le enseñó el amor por las palabras, las categorías gramaticales, el análisis sintáctico y morfológico. Le desarmó el idioma inglés y le hizo apreciar las herramientas para usarlo.
La casa de los lamentos
El lector que ha llegado hasta esta parte del río de la vida de Helen Garner debe leer La casa de los lamentos muy pronto. Es una obra dura, casi insoportable. Un suceso en el que un obrero, Robert Farquharson, que volvía de unas vacaciones con sus tres hijos en 2005, tuvo un accidente con el carro, que cayó de una balsa. Sólo sobrevivió el padre.
Garner quiere entender cómo es posible que alguien que ha perdido a su esposa, que no tiene suerte en el trabajo y que no puede tolerar los celos de que un vecino se enamore de su mujer, pueda asesinar a tres hijos
Helen Garner no se perdió un solo día del juicio a este hombre que defendió su inocencia, pero que fue encontrado culpable por un jurado, y condenado a cadena perpetua. Ella quiere entender cómo es posible que alguien que ha perdido a su esposa, que no tiene suerte en el trabajo y que no puede tolerar los celos de que un vecino se enamore de su mujer, pueda asesinar a tres hijos.
¿Cómo se explica semejante atrocidad? Es posible que un padre planifique un accidente para que un automóvil se deslice sobre una balsa y caiga al agua, con tres criaturas adentro que se ahogarán sin remedio. A lo largo del libro la mirada de Helen Garner es severa. Quiere entender la debilidad de este hombre. No le teme a los prejuicios, propios y ajenos. Lejos de considerarse un Dios que puede hablar del bien y el mal, mete las entrañas en el horror. Y no siempre sale a salvo.
Quizás uno de los elogios más auténticos que puedo hacer de Helen Garner es que después de leerla y averiguar su vida, quisiera conocerla y hacerme amigo de ella. Algo imposible dada la distancia que nos separa. Por ahora cuento con algunos de sus libros, que ya es algo.