Pedro Benítez (ALN).- La oposición venezolana tiene hoy dos opciones: o se sigue sumergiendo en el camino autodestructivo de la estéril pugnacidad de reproches y acusaciones o da, con responsabilidad, el debate necesario de cómo enfrentar a un Nicolás Maduro que aún cuenta con el respaldo militar y el control policial del país.
La decisión del exgobernador y excandidato presidencial Henrique Capriles de promover una lista de candidatos a las próximas elecciones parlamentarias venezolanas, rompiendo así con su partido, Primero Justicia (PJ), y con el acuerdo previo de 27 organizaciones políticas lideradas por Juan Guaidó que han calificado como farsa esa convocatoria electoral, ha desatado un nueva ola de acusaciones mutuas, reproches e invectivas públicas en la oposición venezolana.
Este proceso de catarsis se da de cuando en cuando en el campo opositor. Ocurrió en 2014, en 2017 y ahora en este 2020. Luego de cada derrota, de cada meta no alcanzada, de cada frustración ocurre lo mismo. Es una historia conocida.
Tal como en esas otras ocasiones el escenario de las disputas han sido (a falta de los medios tradicionales) las redes sociales. A su vez, ciertos “influencers” políticos de moda (la mayoría de los cuales no viven en Venezuela) alimentan la diatriba siempre en busca de audiencia.
Este capítulo ha sido precedido por otro fugaz episodio que protagonizó la exdiputada María Corina Machado, quien desairó públicamente el llamado de Guaidó al entendimiento entre todos los factores opositores a Nicolás Maduro.
La estrategia de Machado para mantenerse en el centro de la opinión pública ha consistido en acusar sistemáticamente al resto del liderazgo opositor (sin nunca dar nombres) de estar infiltrado por la corrupción chavista.
Así, el debate político, o cada propuesta para debatir, son siempre acompañados por la sombra del interés personal de quien los efectúa. El efecto desmoralizador que esto tiene en una población que, agotada por las dificultades diarias, se aferra a cualquier rayo de esperanza que le prometa un cambio político no necesita ser explicado.
Sin embargo, pese a este lamentable espectáculo, y debajo de la montaña de acusaciones nuevas y viejas, queda de manifiesto la necesidad que tiene la oposición venezolana de conseguir la política acertada para enfrentar a un Nicolás Maduro que aún cuenta con el respaldo militar y el control policial del país.
¿Cómo enfrenta una oposición desarmada a un régimen autoritario armado? ¿Cómo hace uso inteligente de los respaldos internacionales de los que goza y de los instrumentos de presión con que cuenta? ¿Renuncia definitivamente a cualquier posibilidad de negociación con Maduro como plantea María Corina Machado o apuesta por su colapso? ¿Qué mensaje se le envía a la Fuerza Armada Nacional (FAN)?
Estas son las preguntas a responder por la oposición venezolana encabezada por Guaidó. Las acusaciones personales (en su mayoría sin fundamento) no aportan solución alguna.
Progresivamente la ilusión alimentada de manera irresponsable (e irreflexiva) de una intervención militar “liberadora” se va desvaneciendo entre la mayoría de la población.
Canibalismo político
En medio de estas disputas no han faltado voces sensatas, como las de Roberto Marrero, jefe de despacho de Guaidó, quien luego de 520 días de presidio, en sus primeras declaraciones públicas en libertad ratificó su compromiso con la línea política de este, a la vez que le daba el beneficio de la duda a las gestiones políticas de Capriles por conseguir mejores condiciones de participación electoral.
Si bien los jefes de los partidos mayoritarios no se han manifestado públicamente de una manera similar, tampoco se han sumado a la orgía de canibalismo político de las redes sociales.
Por su parte, el principal promotor del entendimiento sigue siendo Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional (AN), reconocido por más de 50 países como presidente interino, y cabeza más visible del campo democrático venezolano. Prudentemente sigue manteniendo los puentes abiertos, consciente de que la unidad opositora es su carta fuerte.
Aunque asediado por todos los flancos posibles, sigue teniendo el respaldo de los principales partidos políticos, el reconocimiento internacional y el de quien puede ser, paradójicamente, su mejor aliado en esta hora: Nicolás Maduro.
El empeño de Maduro por hacer elegir una nueva Asamblea Nacional sin el acuerdo político necesario, sin las condiciones técnicas e institucionales electorales mínimas, en medio de la pandemia que ya va sumando 1.000 casos diarios, más la crisis de la gasolina, puede ser para él un desastre político completo.
La crisis en el suministro de gasolina, que ha paralizado sectores completos del país durante casi todo lo que va de año, se agudiza nuevamente, sin que Maduro ni sus aliados puedan poner a funcionar el sistema refinador nacional.
La decisión de Capriles y sus candidatos de participar en las elecciones parlamentarias no es definitiva. Si el Consejo Nacional Electoral (CNE) no acepta la observación calificada de la Unión Europea en el proceso, se podrían retirar y en ese caso la tesis de la oposición mayoritaria de no participar en el mismo se vería reforzada. Aunque las preguntas planteadas a la política general seguirían necesitando respuestas.
Contrariamente a lo que se piensa fuera de Venezuela el liderazgo de Guaidó no está liquidado. Todavía tiene muchas cartas fuertes que jugar. Pero las tiene que jugar bien.
La incompetencia y la corrupción del régimen de Maduro siguen siendo los principales aliados de una oposición venezolana que lucha por conseguir su camino y contra la tentación de cometer un suicidio colectivo.