Elizabeth Fuentes (ALN).- El ascenso de los discos de vinilo ha despertado un mercado tecnológico que hace disfrutar los platos y la aguja con la ventaja de lo nuevo y el placer de lo antiguo. Mejores cornetas, diseños de alta factura y la posibilidad de descargarlos en dispositivos móviles, han hecho que los viejos discos se abran paso otra vez. Basta con visitar cualquier zona bohemia o de moda en las ciudades más importantes del planeta para conseguir un local de viejos discos de vinilo -que suelen ser pequeños y con el rastro de los años encima- atestado de clientes, básicamente jóvenes o fanáticos coleccionistas, que buscan joyas perdidas de Elvis Presley, Duke Ellington o el Trío Los Panchos. Si bien la mayoría fueron digitalizados para llevarlos a formato CD y perdieron en el proceso aquel sonido rasgado y sucio, donde ahora parece que reside su encanto, la tecnología también barrió con ellos y de la mano de Steve Job y su Ipod, los CD terminaron también en el baúl de los sonidos.
Pero desde hace algún tiempo, el vinilo comenzó a resucitar silenciosamente. Algunos aseguran que el fenómeno se inició en el 2012 con ventas pequeñas de discos de colección, hasta que el fenómeno alcanzó un inusitado repunte en 2014, cuando la producción se disparó en más de 50%, según relató a la prensa Steve Sheldon, presidente de Rainbo Records, la gran casa fabricante de LP, quien tuvo la precaución de no deshacerse de aquellas máquinas gigantescas que adquirió en 1977 y que había guardado sigilosamente mientras se dedicaba a sobrevivir fabricando CD.
A los tocadiscos hay que dedicarles tiempo y cariño
Hoy su vieja maquinaría funciona siete días a la semana, 24 horas al día, todo un milagro que le debe no solo a la nostalgia. De hecho, explicar el resurgimiento de los discos de vinilo pasa por especular: los argumentos incluyen desde la posibilidad de vivir la música más íntimamente, hasta las ganas de coleccionarlos como obra de arte. De hecho, las carátulas diseñadas por Andy Warhol para su productora Velvet a mediados de los 60 son hoy objeto del deseo de muchos coleccionistas que están dispuestos a pagar hasta 1.200 dólares por cada uno de esos LP, solo porque llevan su firma. Aunque valga también mencionar el reciente caso de U2, quienes acaban de lanzar su última producción, Songs of Innocence, no solo a través de iTunes sino también en vinilo.
Y si bien entre la lista de posibles causas de su regreso puede haber mucho de mercadotecnia, en el sentido de que artistas y productores podrían evitar de este modo no solo el fenómeno de la piratería sino que además verían aumentar las ganancias de su trabajo, se debe considerar ese imponderable que es la moda. Y estar a la moda en la manera de consumir música, pasa por poseer un equipo nuevo que le asegure al fanático la íntima experiencia de poner el disco, bajar el brazo y sentarse a disfrutar de una pieza como si se tratara de un acto casi religioso que implica disfrutar hasta del sonido rasgado que deja la aguja a su paso por el vinilo.
Cuál marca, cuál estilo, cuál precio
Eso sí: antes de adquirir cualquier modelo es indispensable saber que un tocadiscos -o giradiscos, como le dicen en algunos países- necesita cariño y atención. Los expertos limpian cada disco en alcohol antes de ponerlo en el plato para que el sonido sea más limpio. Y la aguja, que va adherida al brazo, también necesita limpieza y cuidado. Asimismo, el brazo debe estar a la altura adecuada y bien calibrado porque de lo contrario el sonido saldría distorsionado.
El sonido rasgado de los LP ya no es una molestia para nadie
Ya con eso en mente, la buena noticia es que iniciarse en la moda no sale tan caro. Los hay de plástico, de madera, portátiles, en caja y en algunos casos, sofisticados y de alta tecnología, lo que aumenta su precio. Una lista de los más accesibles incluye el Sony PSLX300USB, que alcanza los 160 dólares y posee puerto USB, “para exportar la música a MP3“, según ofrece el fabricante. La aguja es de diamante y el diseño sencillo, clásico. También está el Sunstech PXR3 (a un precio similar al Sony) que posee un diseño hermoso, todo en madera, lee discos de 33 y 45 revoluciones y trae radio estéreo, más una opción para memoria USB. Aunque solo tiene un canal de audio. Este modelo, como el Sony, necesita altavoces. Mucho más sofisticados, y costosos, son los que ofrece la marca Pro-Jet, de Austria, donde reina el modelo Signature 10, calificado por los fabricantes como “un campeón en la ingeniería de precisión que demuestra nuestro profundo amor por la música”. Y se largan a vender sus bondades, solo comprensibles para especialistas: “Se beneficia de un plato pesado sin resonancia, que funciona de forma ultra silenciosa sobre un cojinete de cerámica invertido con suspensión magnética y amortiguadores… El nuevo brazo de 10 es un auténtico diseño Pro-Ject… amplia gama de posibilidades de ajuste y la elección de contrapesos adecuados”, todo un nuevo lenguaje que también será necesario aprender. ¿El precio? 5.354 dólares. Mucho menos exigen los fabricantes alemanes del Thorens TD203, que por un giradiscos manual, de diseño sencillo, exigen mil dólares pero prometen que se arma en minutos y dura para toda la vida. O hasta que alguien invente otra forma de escuchar música.
Sticky Fingers, el LP de los Rolling Stones cuya carátula diseñó Andy Warhol
Pero si alguien necesita lucirse y tiene cómo, entonces que opte por el llamado Rolls Royce de los tocadiscos, el Goldmund Reference II, que promete estabilización perfecta, el motor más silencioso del mercado y solo 20 kilos de peso. Y, para mayor entusiasmo, solo se han fabricado 25 modelos para aquellos a los que no les importe desembolsar 300 mil dólares por lucir semejante portento en cualquier salón, probablemente su enorme casa. Pero la empresa suiza Goldmund, que tiene sucursales en casi todo el mundo y ha trabajado en el universo del sonido por más de 30 años, también posee modelos mucho más accesibles, todos con diseños industriales de alto impacto.
Cuánto durará la moda de los discos de vinilo es difícil predecirlo. Como toda moda, aún no ha llegado a su clímax ni se ha democratizado lo suficiente como para aburrir a los vanguardistas de la música, los fanáticos de lo nuevo, los exquisitos que saben todo antes que nadie.