Juan Lozano (ALN).- Mientras en Colombia se anunciaba que las FARC habían dejado de existir como grupo armado y la ONU certificaba que habían entregado el 100% de las armas, una oleada de escepticismo recorría amplios sectores del país en los que, lejos de celebrar “el fin de la guerra”, se reclamaba la falta de transparencia en el proceso.
Mientras en Colombia se proclamaba a los cuatro vientos que las FARC habían dejado de existir como grupo armado y el señor Jean Arnault, delegado de la ONU, certificaba que habían entregado 7.132 armas que constituían el 100% de las llamadas armas individuales de esa guerrilla, es decir, las que estaban en poder de los guerrilleros, una oleada de escepticismo recorría amplios sectores del país en los que, lejos de celebrar “el fin de la guerra”, se reclamaba la falta de transparencia en el proceso.
Por esa vía, la que ha debido constituirse en una noticia jubilosa, que las FARC entregaran sus armas, se trasladó al cuadrilátero de las peleas políticas y marcó el inicio de nuevas controversias, algunas de ellas muy sorprendentes para la opinión pública, que terminaron por ensombrecer lo que muchos esperaban que se convirtiera en una verdadera fiesta cívica nacional. Eso no ocurrió.
En efecto, algunos diplomáticos recién llegados a Colombia se preguntaban en público: ¿Por qué los colombianos no están celebrando? ¿Por qué no hay grandes manifestaciones populares festejando que un grupo armado entregue sus armas?
La primera jarra de agua fría para el presidente Juan Manuel Santos y las FARC provino -sorpresa gigantesca- del más cercano colaborador del mandatario a lo largo de muchos años, Juan Carlos Pinzón. Este trabajó en la Fundación del presidente, se desempeñó como viceministro de Defensa cuando Santos era ministro de Álvaro Uribe, fue secretario general de la Presidencia, después fue promovido al cargo de ministro de Defensa y de ahí, en medio de dificultades en su gestión, fue designado como embajador en Washington.ç
Fuentes del Ministerio de Defensa mencionaron que las FARC alcanzaron a tener hasta 40.000 armas, pero pocas semanas atrás Santos había señalado que ese número a la fecha era de 14.000
Pinzón, quien había disfrutado de las mieles de la alta diplomacia en la embajada más importante de Colombia hasta pocos días antes de los actos de entrega de armas, pidió transparencia en el proceso. “Es un error celebrar la entrega de las armas como si fuera la totalidad. Es claro que FARC y disidencias tienen armas. Más transparencia”, dijo textualmente.
Cuando la oposición empezaba a cuestionar la aritmética de las armas, el hecho de que un exministro de Defensa del mismo gobierno, hijo y nieto de militares y metido profundamente en los cuarteles, reclamara transparencia se convertía más que en una preocupación en una acusación indirecta.
Juan Manuel Santos, dolido, en la primera oportunidad que se le presentó en una cadena nacional de amplia cobertura radial, refiriéndose a su exministro y exembajador afirmó que la lucha por el poder saca lo peor de la condición humana y luego, en una entrevista con la revista Semana, citó a Thomas Jefferson diciendo que en el poder “se pierden amigos todos los días y afloran traidores día de por medio”.
Sin embargo, más allá de la traición política de la que acusan a Pinzón frente al gobierno al que pertenecía, lo cierto es que había sido el propio presidente el causante de la primera discrepancia pública sobre el número de armas en poder de las FARC.
Aunque fuentes del Ministerio de Defensa mencionaron que las FARC alcanzaron a tener hasta 40.000 armas, pocas semanas atrás Santos había señalado que ese número a la fecha era de 14.000. La pregunta se convirtió en una letanía: ¿Dónde están las otras 7.000?
Fue necesario, entonces, que el propio presidente dijera que la información inicial, suministrada por el Ministerio de Defensa, estaba errada. El efecto sobre la pérdida de credibilidad del proceso fue inevitable, y aunque trataron de restar, ajustar, explicar y volver a explicar, la cifra quedó manchada. La noticia de la entrega de armas era maravillosa, pero la cifra estaba en tela de juicio.
A lo anterior se sumó que las FARC habían admitido públicamente tener más de 900 escondites con armas, municiones, explosivos y dinero. A pesar de que nunca se precisaron las cantidades agregadas, era evidente que además de las armas individuales que permanecían en poder de los guerrilleros de los distintos frentes, había muchas armas escondidas todavía.
A la fecha de la entrega de armas, 27 de junio, en un acto solemne en la vereda de Buenavista en Mesetas, Meta, la ONU había advertido que solamente se habían podido intervenir alrededor de 80 escondites. La aritmética resultaba implacable: faltaban todavía las armas escondidas en más de 800 escondites.
Una vez más la polarización marca la pauta
La intensa polarización que vive Colombia y la férrea oposición liderada por el expresidente Álvaro Uribe definieron el clima de escepticismo ante la jornada. Y aunque el evento de entrega de armas al que concurrieron el presidente Santos; Timochenko, jefe de las FARC; los voceros de Naciones Unidas; miembros de la comunidad internacional; los medios de comunicación; funcionarios públicos y la cúpula de las FARC, resultó muy emotivo, salvo algunas muy pequeñas concentraciones en las zonas urbanas el país no se movilizó para celebrar la paz.
En los días siguientes se pidieron imágenes completas e inventarios detallados de las armas entregadas, pero no se suministraron, lo que aumentó la desconfianza.
“Aunque me pareció ver un lanzagranadas RPG de origen sudafricano que ignoraba que permaneciera en poder de las FARC, la ausencia de imágenes sobre muchas armas nuevas y viejas resulta inquietante”, le dijo al diario ALnavío uno de los más reconocidos expertos en armas del país.
“No vi en las escasas fotos que publicaron los fusiles FAL belgas, ni las silenciosas carabinas calibre 22 a las que tanto temía el ejército, ni los rusos AKM, ni AK74, ni siquiera suficientes AK47 de los entregados por el siniestro Vladimiro Montesinos desde Perú. Tampoco vi las ametralladoras .50. ¿Y qué pasó con las carabinas M1 y las San Cristóbal fabricadas en República Dominicana? ¿Dónde están las AK103 que están fabricando en Venezuela y los fusiles M1 y los máuser belgas y los otros fusiles austriacos? ¿Y esos eran todos los Galil de Israel o fabricados por Indumil que tenían?”, añadió la misma fuente.
Aunque el evento de entrega de armas resultó muy emotivo, salvo algunas muy pequeñas concentraciones en las zonas urbanas el país no se movilizó para celebrar la paz
Desde la perspectiva de la búsqueda de la verdad, muchos han reclamado por la ausencia de divulgación de esta información. Si no se divulga será muy difícil establecer la verdad sobre los apoyos y financiación brindados a las FARC.
Los ejemplos abundan. Si no se diferencian las armas que estaban en las zonas próximas a la frontera de Ecuador de las que estaban próximas a la frontera con Venezuela no será fácil establecer cuántas armas entregó el régimen venezolano clandestinamente, y si ello ocurrió, cuántas fueron negociadas con narcotraficantes, cuáles con el cartel de los soles, cuáles entregadas por los carteles mexicanos o por los traficantes de armas asociados con ellos.
Las frases y las imágenes del día fueron muy potentes. Santos entregó a Timochenko un fusil AK47 convertido en pala de trabajo y los dos abrazaron en el escenario a un bebé recién nacido hijo de guerrilleros en proceso de reincorporación.
Santos dijo que solo por llegar hasta ese día había valido la pena ser presidente y Timochenko remató sus palabras diciendo emotivamente: “Caminaremos por calles y plazas llevando nuestro mensaje de concordia y reconciliación. Las trágicas experiencias del pasado no podrán repetirse. Adiós a las armas, adiós a la guerra, bienvenida la paz”. Sin embargo, nada de eso fue suficiente para vencer las barreras de incredulidad, escepticismo y polarización.
En estas condiciones, la legitimidad del proceso de paz y la firmeza de los acuerdos tendrán que conquistarse día a día en esta difícil temporada electoral, mediante una cuidadosa y pronta intervención de los escondites y refrendando cotidianamente con actos inequívocos la sincera, profunda e irreversible decisión de las FARC de quedarse, a pesar de las disidencias, para siempre en la lucha democrática, lejos de las armas, del narcotráfico y del reclutamiento de menores que aún deben regresar a sus hogares.
En todo caso, que no quepa duda, para Colombia es una buena noticia que esas 7.132 armas estén desactivadas y camino a ser fundidas para destinarlas a tres monumentos artísticos, así no sean todas, así falten muchas y así todavía queden miles en manos de las disidencias, del ELN, de las bandas criminales y de los narcotraficantes. Ya veremos qué pasa.