Nelson Rivera (ALN).- El libro Irresistible. ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?, de Adam Alter, muestra el modo en que han crecido las oportunidades de convertirse en adicto. En sólo tres décadas, se han desatado las adicciones a Facebook, a Instagram, a Twitter, a la navegación sin rumbo, a la pornografía en la red, a las compras online y a la participación en juegos con desconocidos.
Una de las cuestiones que resulta más llamativa del libro de Adam Alter, doctor en Psicología de la Universidad de Princeton y especialista en los temas de Marketing y Psicología, es que los adictos a las tecnologías a menudo no son conscientes de lo que les ocurre. Hay una idea muy extendida que asocia las adicciones al consumo excesivo de ciertas sustancias -alcohol, opiáceos, alcaloides y otros-. Menos divulgado es que las ciencias han establecido que hay comportamientos que son adictivos.
Pasa con algunas adicciones que se confunden con otras conductas. Por ejemplo: personas que reciben su correo electrónico en el teléfono, razón que los impulsa a revisarlo a menudo. Pero esa recurrencia tiende a ocultar otra cuestión: que la cantidad de correos que se reciben no se corresponde con el impulso de revisar el teléfono entre 15 y 20 veces por hora. O lo que pasa con los que no pueden conversar cinco minutos con otra persona, cara a cara, sin contener el impulso de mirar su teléfono (Leer más: ¿Cambiarán los dispositivos móviles la condición humana?).
O lo que pasa con los que no pueden conversar cinco minutos con otra persona, cara a cara, sin contener el impulso de mirar su teléfono
O, más extremo aún, aquellos que trabajan todo el día ante una pantalla, mantienen una tableta de un lado y el móvil del otro, permanentemente abiertos. Son vidas sometidas al poder de la pantalla.
Uno de los aspectos más logrados de Irresistible. ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos? (Editorial Paidós, Espasa Libros, España, 2017), es que muestra el modo en que han crecido las oportunidades de convertirse en adicto. Sólo en tres décadas, se han desatado las adicciones a Facebook, a Instagram, a Twitter, a la navegación sin rumbo, a la pornografía en la red, a las compras online o a la participación en juegos con desconocidos. Es fundamental considerar que una parte muy grande de la sociedad vive y trabaja en un entorno adictivo, es decir, rodeada de pantallas que lo invitan a conectarse en todo lugar.
La recompensa de la dopamina
Los adictos a las tecnologías, tal como ocurre con los alcohólicos y la cantidad de alcohol que ingieren, tienden a minusvalorar la cantidad de horas que dedican a conectarse. Un comportamiento que se repite una y otra vez: personas que creen que revisan su móvil una o dos veces por hora, realmente lo hacen entre cinco y 10 veces más.
Alter narra algunos casos, realmente extremos, de personas atrapadas en el juego World of Warcraft, uno de los más adictivos que se hayan puesto en circulación, que ha cambiado radicalmente -y no para bien- las vidas de algunos jugadores: jóvenes que se han encerrado durante meses a jugar, dejando atrás sus responsabilidades, desconectados del mundo. Cuando la familia ha logrado intervenir, no ha quedado otra alternativa que hospitalizarlos para que inicien un tratamiento que tiene un objetivo muy difícil de alcanzar: lograr que la persona cambie su vínculo con las nuevas tecnologías. No se trata de romperlo, porque vivimos en una era donde para estudiar, trabajar o hacer diligencias, es imprescindible el uso de internet. Esta realidad dificulta la acción terapéutica.
El que las adicciones tecnológicas sean equiparables a las causadas por consumo de drogas se debe a la biología cerebral: “Igual que las drogas desencadenan la producción de dopamina, las señales comportamentales también lo hacen. Cuando un adicto a un videojuego enciende un portátil, sus niveles de dopamina se disparan; cuando una adicta al ejercicio se ata las zapatillas de correr, sus niveles de dopamina se disparan. A partir de este momento, estos adictos del comportamiento se parecen mucho a los adictos a las drogas”.
El secreto de los videojuegos
Alter dedica la sección final del libro al análisis de los ingredientes que, en los contenidos o en los procedimientos, contribuyen a crear una relación adictiva con el universo de las tecnologías, sean redes sociales o juegos. Define seis grandes factores o grupos de factores.
El que las adicciones tecnológicas sean equiparables a las causadas por consumo de drogas se debe a la biología cerebral
El primero de ellos, es que proveen a las personas de objetivos. En los juegos, esto es evidente. En las redes sociales, conquistar seguidores o aprobación. El segundo: ofrecen formas de feedback, que resultan especialmente incitadoras para personas solitarias. El tercero: progreso. Los usuarios ganan terreno, amplifican sus intercambios, aumentan el número de kilómetros caminados. El cuarto: la intensificación. Los juegos, las redes o las disciplinas siempre contienen la promesa de que las cosas podrían mejorar o amplificarse en cualquier momento. En los juegos: que la lucha será más encarnizada. Quinto: el suspense. La expectativa de que algo podría pasar, cambiar, premiar o potenciar. El sexto y último factor: la interacción social, en algunos casos, a cualquier hora del día. Las redes, por una parte, parecen dar algún tipo de respuesta inmediata y efímera a la cuestión de la soledad, pero por otro lado son una corriente que estimula su potenciación. El vínculo entre el adicto y la pantalla resulta más fuerte que la relación con las personas.