Pedro Benítez (ALN).- Concebida para hacer frente común a la hegemonía del poder chavista por parte de los partidos opositores, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) fue un caso único en Venezuela y raro en América Latina, con solo precedentes en la UNO de Nicaragua en 1990, y la Concertación chilena.
Ramón Guillermo Aveledo, su principal impulsor y organizador, es un abogado, académico y experimentado político del régimen anterior a 1999, quien fungió como su primer secretario ejecutivo desde que la coalición comenzó a operar en 2009 hasta su renuncia en 2014.
Con el propósito de ordenar las inevitables disputas entre partidos que, a fin de cuentas, siempre tienen sus propias aspiraciones por el espacio electoral antagonista al chavismo, Aveledo y su equipo le dieron a la MUD una serie de reglas escritas, previamente acordadas y aceptadas, que compaginaban la mayor inclusión posible de factores políticos, junto con el respeto por el peso electoral de cada uno en la toma de decisiones, incluyendo la siempre difícil selección de candidaturas a cargos de elección popular, talón de Aquiles de este tipo de coaliciones.
La naturaleza y objetivo de la MUD no era otro que desplazar a la hegemonía chavista del poder político por la vía electoral, constitucional y pacífica. Así de sencillo.
UNA COALICIÓN QUE COMPENSA
Como coalición compensaba las deficiencias de cada partido, canalizaba la natural competencia entre ellos y, de paso, les aportaba a todos en conjunto una imagen de unidad y coherencia ante el país. Además, la MUD se dotó de un conjunto de propuestas programáticas y de políticas públicas unitarias. En resumen, por primera vez, desde la llegada al Gobierno del chavismo en 1999, en Venezuela se estaba configurando una alternativa real de poder con una propuesta de país.
La MUD era eso y no un pequeño grupo de conspiradores y aventureros de la política en busca de dar la tradicional parada latinoamericana, siempre montados en el respaldo de esos audaces, e irresponsables, poderes facticos que nunca faltan. La Unidad, como también se le denominó, era una congregación de políticos y partidos que actuaban a cara descubierta, y que respondían a la demanda de unidad que la base social adversa al régimen chavista les exigía a los dirigente opositores.
Pero por su propia concepción, la MUD tenía dos graves defectos. Por un lado su existencia impedía la hegemonía de un liderazgo o grupo dentro de la misma oposición sobre todos los demás.
Se convirtió, en sí misma, en una marca electoral enormemente exitosa por breve tiempo. Sin duda, su concepción respondía a una demanda social. Por lo tanto, salirse de ella tenía un costo político muy alto para sus miembros.
UNA AMENAZA AL CHAVISMO
Su otro “defecto” residía en ser la mayor amenaza al régimen autoritario. De hecho, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) eliminó su registro electoral en la primera excusa que se le presentó (o se inventó) para evitar que postulara en las elecciones presidenciales de 2018. Después de todo, su tarjeta (símbolos y colores) fue la más votada de la historia del país desde que efectúan elecciones por voto universal. Por primera vez la alianza chavista, cuyo eje ha sido el oficialista Psuv, se encontró en clara minoría en comicios nacionales.
De modo que la MUD tenía muchos enemigos que deseaban verla morir. Maduro y su grupo por razones obvias. Desde la orilla opositora por todos aquellos que soñaban (o sueñan) con el ser el nuevo Hugo Chávez, pero de signo ideológico contrario; aquella aspiración, apenas disimulada, de remplazar la hegemonía del enemigo por la propia.
A esos había que sumarle a todos aquellos que ven la política desde la superficialidad, o que simple y sencillamente no creen en la democracia y la acusan de haber traído a Venezuela a este desastre, ubicando al chavismo como su sola y fatal consecuencia.
Y así fue como desde la elección abril de 2013, donde el candidato de la MUD fue derrotado por un estrechísimo margen, se inició una campaña para demolerla con una determinación digna de mejor causa.
DESTRUIDA DESDE ADENTRO
Sin embargo, para ser apegados a los hechos, lo cierto es que la MUD terminó siendo destruida desde adentro por sus propios miembros. Primero dejando caer a Aveledo en julio de 2014. Ese fue uno de los primeros trofeos de caza de la llamada Salida. Luego le tocaría el turno a su sucesor, mientras que las disputas internas la llevaron a su liquidación como proyecto político.
Aún sin registro electoral, la MUD pudo haber seguido operando, arbitrando entre los partidos que la conformaban y tomando decisiones. Eso sí, siempre y cuando, se respetaran su reglas internas. He aquí el detalle.
Luego de su disolución, el eje de toma de decisiones de la oposición pasó a la Asamblea Nacional (AN) de mayoría opositora. No obstante, la siguiente instancia de coordinación que se creó para remplazarla no ha tenido ni lejos su eficacia.
Hoy, a menos de tres meses de la próxima elección de gobernadores y alcaldes, primer proceso electoral donde la mayoría los partidos opositores van a participar en cuatro años, estos no han logrado a esta alturas dirimir las aspiraciones en los cargos de elección popular más importantes para la propia oposición en esta disputa. Y menos, por supuesto, armar una campaña paraguas. La improvisación y no la política de largo aliento manda y reina entre sus filas.
SIN REEMPLAZO
Esto se debe, fundamentalmente, a que no existe una instancia como la MUD. Su ausencia se hará sentir.
En política la percepción pública lo es todo. Hoy la percepción es que la oposición venezolana está dispersa y dividida. Exactamente lo contrario de lo que fue la MUD. Exactamente lo que necesita Maduro.
De modo que visto en perspectiva, su auto disolución ha sido el mayor error para la oposición en su conjunto desde la catástrofe política que implicó el golpe de Estado que encabezó Pedro Carmona el 12 de abril de 2002.
LA NECESIDAD DEL FRENTE UNIDO
Sí, ciertamente la oposición venezolana ha sido sometida durante todos estos años a todo tipo de presiones y acoso que han, inevitablemente, condicionado su actuación. Pero ante un régimen con las características del que dirige Maduro, es evidente que a sus adversarios no les queda más remedio que, por lo menos, presentar un frente unido. Y también es claro, que para que Venezuela salga de este abismo necesita reconstruir sus instituciones. Empezar por sus organizaciones políticas es un paso en la dirección correcta.
Sin reglas y normas previamente establecidas y aceptas, sin un árbitro reconocido, ninguna organización humana puede escapar de la coacción de una camarilla cerrada o de la anarquía. Es decir, la situación actual del país.
Esto más que cualquier otra cosa es la tarea pendiente que, en medio de todo tipo de dificultades, tiene la oposición democrática venezolana.