Mariveni Rodríguez (ALN).- Manuel Lorenzo Fernández pasó de ser el único pediatra en crear un proyecto como Salus Madrid a contar con una plantilla de más de 30 médicos venezolanos especialistas que trabajan en “la clínica de los venezolanos”. Mientras su padre, asturiano, echó raíces en Venezuela por comerse una sopa de ‘sapoara’, él se fue a España para quedarse aunque le duele su país de origen.
España es un país que depara al doctor Manuel Lorenzo Fernández más sorpresas que secretos. Porque iba siempre de vacaciones con su padre; un emigrante asturiano que se arraigó en Venezuela por comerse la cabeza de la ‘sapoara’, dando vida así a la leyenda de este curioso pez de aguas dulces del río Orinoco. “Este es un mito según el cual todo hombre soltero que llega a Ciudad Bolívar (estado Guayana) y se come la cabeza de este pez, se casa con una guayanesa. Mi padre se la comió”.
Paradoja aparte, en tiempos de confinamiento o cuarentena, la vida sí que le ha dado al doctor Manuel Lorenzo Fernández la oportunidad de revivir la leyenda que hizo que su padre echara raíces en Venezuela mientras que a él – al no comerse quizá la carne de este vertebrado escamoso- le procuró la experiencia de dejar atrás el pueblo de El Pao, en el estado Cojedes, donde vivió por un año antes de mudarse a la capital, Caracas, y luego irse a Madrid, donde ha fundado “la clínica de los venezolanos”, que así le llama la gente a su proyecto Salus Madrid. Sí, salus con s.
La paradoja de quedarse o irse
Esta es una historia que comenzó hace ocho años con un pediatra y un odontólogo y que pasó a ser ahora “la historia de 35 profesionales que trabajamos juntos tratando de hacer lo que siempre hicimos en Venezuela: ser médicos”, subraya con humildad este médico venezolano, graduado en la Universidad de Monterrey, México (1982) y cuyo diploma de especialización en Pediatría, otorgado por la Universidad Central de Venezuela (UCV), aún no le ha dado tiempo de colgarlo en las paredes de esta clínica ubicada en la calle José Abascal 63 de Madrid.
La parábola de la sapoara viene a cuento porque Manuel Lorenzo Fernández es un amante de la pediatría y de su país de nacimiento pero reconoce que no regresará sino de visita; lo sabe. Su padre, Lorenzo, en cambio, un asturiano enamorado de Venezuela, nunca quiso regresar a España y se vio forzado a hacerlo por la inseguridad que atraviesa el país latinoamericano. “Recibió una fuerte paliza que le propinaron unos malandros y que casi le costó la vida”, recuerda con esa sensación desagradable que es la impotencia el médico Lorenzo Fernández.
“Mi padre se hizo abogado en Venezuela, tuvo su despacho y dio clases en la Universidad Católica Andrés Bello. Pero él y sus circunstancias (como decía el filósofo José Ortega y Gasset) hicieron que regresara a España, donde murió”, rebobina en el tiempo Manuel Lorenzo Fernández, tras recordar que le correspondió venir a España, como médico, y cuidar a su progenitor de un fatídico cáncer.
Dejó Venezuela en la última vuelta en U
Manuel Lorenzo Fernández ya no se plantea regresar a un país como Venezuela donde obtuvo su Postgrado de Pediatría/Puericultura (UCV, 1984-1987) y Postgrado de Medicina del Adolescente (UCV, 1988-1991). Un país al que dedicó 25 años de su carrera en hospitales como el Dr. J.M. de los Ríos y clínicas de renombre como el Centro Médico La Trinidad. Mira con anhelo volver a su país, sacarse la prórroga del pasaporte, reunirse con los cinco amigos que tiene allá desde hace 50 años y tomarse un whisky en la isla de Margarita. “Mi billete aéreo de regreso a Venezuela, de la línea Santa Bárbara, se quedó por allí’, recuerda mirando al pasado.
“Me sigue doliendo mi país, Venezuela. La dejé en la última vuelta en U. Pero sé que ya no es la misma que dejé hace 20 años, extrañaría esa época que ya no existe. Ahora es una entelequia extrema”, rememora para hablar como un médico que retoma las etapas del duelo para explicarse a sí mismo su proceso y el de muchos emigrantes.
“Todos mis mejores amigos están allá; el único loco que se vino he sido yo. Y la verdad es que los primeros dos años son la etapa del guayabo. Uno se siente como prestado aquí; no perteneces a esta cultura ni sus referentes. Luego viene la etapa del desprendimiento, de entender que estás y vives aquí; esa fase donde ya no tienes más remedio que aceptar tu nueva realidad y hacer nuevos amigos y adaptarte. Allí es donde aparece la etapa de echar pa’lante, advierte este hombre que dice ser el padrino, el capitán de equipo y el psicólogo que da ánimo a la señora que limpia y a los pacientes para rematar confesando que la última es la etapa de empezar de nuevo.
Un soldado raso en la medicina española
Hace 10 años que vive en Madrid, tenía 50 años de edad cuando llegó. Los primeros dos años de su arribo tuvo que hacer guardias médicas de 24 horas en la Sanidad Pública Española. “Trabajé al llegar como un soldado raso”, dice, sin cinismo, Manuel Lorenzo Fernández. Y esto fue como una radiografía que pasó por sus ojos. Pudo observar cómo debido al déficit de médicos en la atención primaria de España los doctores tienen que atender 60 pacientes en tres o cuatro horas. “Algo impensable en la medicina venezolana”, advierte orgulloso.
En ese momento ese niño venezolano que jugaba desde pequeño con un instrumental médico de plástico con el que simulaba ser doctor, entendió que debía colgarse el estetoscopio al cuello, explorar los sonidos y órganos de la medicina española, llegar al pecho de toda idea y asumir riesgos: hacer su propia clínica y atender a sus pacientes como se hace en Venezuela: dedicándoles tiempo, escuchando las dolencias de enfermos y fungir casi de psiquiatra. Vamos, menos paracetamol y más oído-cocina.
“Seguir haciendo lo que hice en Venezuela me llena de orgullo. Mis hijos se han sembrado en España. Han emprendido sus propios proyectos de manera exitosa. Y en lo personal, me satisface el hecho de seguir siendo pediatra, trabajar con una plantilla muy calificada de médicos venezolanos, uno español, y encima con una población creciente que cree en nosotros y en este proyecto Salus Madrid que comenzó en un primer piso en un local en la calle Diego de León y que pude mudar a este barrio de Almagro gracias a un crédito ICO que me dio el banco”, comenta de manera visionaria Manuel Lorenzo Fernández, quien actualmente se siente satisfecho de contar con 10 especialidades en esta clínica: cardiología, ginecología, psicología, urología, reumatología, gastroenterología, oftalmología, imágenes, cirugía plástica, cirugía oncológica y, por supuesto, pediatría.
Superman, el superhéroe de metas por lograr
“Con el covid-19 hemos tenido que poner plata para pagar nóminas y gastos pero nuestros pacientes siguen llegando; especialmente venezolanos que se pasan la voz. Pero también llegan desde Guinea Ecuatorial, África, Rusia, Ecuador, Colombia, Estados Unidos. Nuestra política es: Al paciente se le dedica el tiempo que necesita, porque son un corazón que falla, no una amígdala infectada”, dice convencido.
Su proceso de incorporación laboral en España ha sido a paso de tortuguita. Hace 10 años no había tantos venezolanos emigrantes, ahora sí, una nueva ola. “Hace cuatro años el boca a boca entre venezolanos ha hecho el milagro de darnos a conocer”, comenta.
Así Manuel Lorenzo Fernández se siente ahora más cerca de la ciencia ficción, de las sorpresas que da la vida, mientras quizá al terminar la consulta con sus pacientes, coja acaso un sacacorchos, descorche una botella de vino madurado y deje atrás el sabor del escocés compartido con los amigos de su juventud. Es el momento, tal vez, en que aparece aquel personaje que llenó su imaginación infantil: Superman. “No hay mejor superhéroe, sin duda, por lograr sus metas y jugar a ser menos vulnerable”.
Por último, pensamos en alguna receta que proporcionaría este médico venezolano aficionado a la bicicleta de montaña, senderismo y a las parrillas que, aún con temperaturas heladas hace en su casa porque “le ayuda a reflexionar”.
La sopa de sapoara, ese pez con ligero sabor a tierra, seguramente, no está entre sus platos ni recetas preferidos.