Zenaida Amador (ALN).- Se estima que 60% del parque automotor de Venezuela está compuesto por vehículos ensamblados antes de 2006 y que aproximadamente hay dos millones de unidades con más de 15 años a cuestas que, a duras penas, siguen circulando dada la escasez de repuestos y el bajo poder de compra de la población.
Más allá de las imágenes del Che Guevara o de Fidel Castro, uno de los símbolos que internacionalmente ha identificado a la revolución cubana han sido los coches de los años 30 a 50 que siguen como referencia del transporte de la isla. “Es como si Cuba se hubiera quedado paralizada en el tiempo”, suelen comentar los turistas. Venezuela pareciera transitar el mismo camino.
Las estadísticas de la industria automotriz venezolana van a tono con la realidad de un país que se empobrece a velocidad de vértigo y cuya economía suma cinco años de contracción. Se estima que 60% del parque automotor está compuesto por vehículos ensamblados antes de 2006 y que aproximadamente hay dos millones de unidades con más de 15 años a cuestas que, a duras penas, siguen circulando dada la escasez de repuestos y el bajo poder de compra de la población.
Uno de los símbolos que ha identificado a la revolución cubana han sido los coches de los años 30 a 50 que siguen como referencia del transporte de la isla
Aunque Venezuela es un país petrolero con grandes reservas de hidrocarburos y minerales, que entre 1999 y 2014 gozó de un boom de ingresos por 960.000 millones de dólares, en la actualidad padece la peor crisis económica, política y social de su historia reciente, con efectos de impacto global.
En 2017 sólo fueron ensamblados 1.774 vehículos mientras que una década antes la producción era de 170.000 autos al año. La industria automotriz venezolana puede ensamblar 200.000 autos al año, pero actualmente opera a menos de 1% de esa capacidad. En agosto pasado solamente fueron vendidas 91 nuevas unidades en un entorno donde el parque automotor envejece y se paraliza.
El sector de autopartes está igualmente golpeado por la caída de mercado y la falta de acceso a materias primas importadas y nacionales. A esto se suman noticias como la salida del mercado venezolano de Pirelli, que en septiembre vendió sus activos en el país a unos empresarios suramericanos luego de haber enfrentado problemas para sostener la producción de neumáticos.
Según estimaciones al primer semestre de 2018 de la Cámara de Fabricantes Venezolanos de Productos Automotores (Favenpa), el parque automotor venezolano consta de 4,1 millones de vehículos, de los cuales 40% se encuentra inactivo y en junio de 2017 esa porción se calculaba en 22%.
El transporte colectivo está integrado por autobuses, microbuses y jeeps (estos últimos ideales para el acceso a los “cerros” o barriadas populares), que mayoritariamente están en manos de asociaciones o cooperativas privadas de conductores. En este caso se estima que 80% de las unidades están paradas por la falta de repuestos o la imposibilidad de sus dueños de costear la reparación, sin que exista un sustituto estatal que garantice la prestación del servicio.
La parálisis de la actividad económica ha llevado a muchos dueños de camiones a desviarlos al transporte de personas atendiendo “la necesidad del mercado”. Son las llamadas “perreras”, donde los usuarios viajan amontonados, de pie y sin ninguna medida de seguridad, y que ayudan a mitigar las caminatas kilométricas de quienes no poseen un vehículo propio.
La otra Venezuela
Aun así, por las destartaladas vías del país se observan vehículos nuevos de alta gama tanto nacionales como importados, muchos de ellos con escoltas, que son un recordatorio constante de que en Venezuela conviven dos países antagónicos. Mientras cerca de 90% de la población vive en situación de pobreza medida por ingresos, según lo muestran los datos de la más reciente Encuesta de Condiciones de Vida preparada por las principales universidades venezolanas, una porción menor a 1% de la población concentra el mayor poder de compra, espacio donde conviven los restos de las tradicionales riquezas familiares y empresariales de Venezuela con una nueva casta enriquecida por los negocios conexos al Estado.
En los últimos tres años, con la anuencia del gobierno de Nicolás Maduro, ha sido posible que las automotrices vendan sus vehículos en dólares como una vía que permite importar las materias primas e insumos necesarios para ensamblar en el país, gracias a lo cual algunas empresas se sostienen de un hilo, aunque la opción es excluyente para el grueso de la población.
En 2017 sólo fueron ensamblados en Venezuela 1.774 vehículos mientras que una década antes la producción era de 170.000 autos al año
Los datos de la Cámara Venezolana de la Industria Automotriz (Cavenez) muestran que el ensamblaje de vehículos con base en ventas disminuyó 40,7% en los ocho primeros meses de 2018 respecto al mismo período de 2017, y que la participación de los vehículos importados en el mercado llega este año a 37,3% (603 unidades). En agosto se vendieron tres unidades importadas por las ensambladoras y 52 que fueron importadas por particulares.
En el top de los vehículos más vendidos en Venezuela entre enero y agosto de 2018 destacan Toyota Hilux (278 unidades) y Ford Explorer (111), ensamblados localmente, y Toyota Fortuner (205), importados por las ensambladoras, lo que dibuja el perfil de los consumidores de automóviles en el país. Casualmente son Toyota y Ford las ensambladoras “con más músculo” en el mercado local, mientras la inactividad y el desmantelamiento signan a las antes exitosas General Motors, FCA (Chrysler), Iveco y MMC Automotriz.
Para la clase media que se resiste a hundirse en la pobreza queda la opción de los vehículos de segunda mano. Este mercado es alimentado generalmente por la diáspora. Por una parte, están quienes pretenden huir de la crisis y rematan sus pocos activos en el país a la espera de captar algunos dólares con los cuales emprender la emigración, y por la otra, las familias de quienes ya han emigrado que tratan de vender, sin tanto apuro, esos activos a la espera de alcanzar mejores precios. En este mercado se ve de todo, pero en dólares.