Pedro Benítez (ALN).- El Movimiento San Isidro se ha convertido en la piedrita en el zapato de la más longeva dictadura que ha padecido el continente americano. Una nueva generación de cubanos que no han conocido a otros gobernantes que a los hermanos Castro, ni otro mensaje político o educación que la oficial, se rebela. Pacíficamente, pero de manera creativa, hacen sentir el descontento popular que contra el régimen comunista hay en Cuba.
¿Puede un cumpleaños colectivo ser “una actividad subversiva”? Según la televisión cubana (oficial y única en la isla), sí. El pasado lunes 5 de abril el Movimiento San Isidro (MSI), un grupo que reúne a periodistas, poetas, raperos, artistas plásticos e intelectuales que vienen desafiando el autoritarismo del régimen político en Cuba, intentó organizar una celebración popular en uno de los barrios más pobres de La Habana Vieja, donde tiene su sede.
Que una fuerte presencia policial haya acordonado el barrio, que la televisión cubana tuviera días acusando al promotor de la actividad, Manuel Otero Alcántara, de estar financiado por el Instituto Nacional Demócrata de Estados Unidos, no era sorpresa. Tampoco que la policía lo intentara detener. La sorpresa fue la reacción espontánea y solidaria de los vecinos que se sumaron a respaldar a los artistas.
A modo de desafío corearon la canción ‘Patria y Vida’ que gracias a las redes sociales se ha popularizado con más de cuatro millones de reproducciones en YouTube. Se podría alegar, como en el caso de otros gestos de la disidencia, que la canción puede ser más popular fuera que dentro de Cuba. Pero por lo ocurrido en ese sector de La Habana no parece ser así.
‘Patria y Vida’, un tema de protesta a la machacada consigna oficial ‘Patria o Muerte’, es considerada por el régimen como una seria ofensa a todo lo que la revolución cubana ha simbolizado y que considera fuente de su legitimidad. Una medida de su impacto es que el diario oficial Granma le ha dedicado un artículo en su portada, la televisión un programa especial y el presidente Miguel Díaz-Canel se tomó la molestia de tuitear tres veces en su contra.
Algo está pasando dentro de Cuba. Una nueva generación de disidencia política está emergiendo. Un grupo de cubanos que nacieron, o crecieron, en los duros años 90. No están pidiendo el fin del régimen. Reclaman más libertad y se hacen eco del malestar de la población por las difíciles condiciones de vida usando el marco legal de la propia Constitución cubana. Algo que recuerda la hoy lejana aspiración de los checos en 1968.
La diferencia entre San Isidro y los otros grupos de disidencia política del pasado es que ha logrado despertar el apoyo en las calles. No masivo, pero sí significativo. Las Damas de Blanco y el Proyecto Varela fueron siempre movimientos aislados del resto de la sociedad cubana. Haya sido por miedo a la sistemática represión o por la eficaz propaganda oficial, no encontraron apoyo entre la población cubana. El que estaba descontento no se unía a la oposición, se iba de la isla.
La última gran protesta popular ocurrió en 1994 en el llamado Maleconazo. Un estallido espontáneo, en el peor momento del Periodo Especial, que Fidel Castro personalmente controló. A continuación abrió la válvula de escape de todas las tensiones internas. La salida hacia Estados Unidos.
Una nueva generación
Pero ahora no está Fidel y tampoco el subsidio petrolero venezolano. Estos dos últimos datos son las claves para entender lo que ocurre. El régimen comunista enfrenta un momento inédito en su historia. Es conocido que muchos cubanos se declaraban fidelistas, mas no comunistas. La lealtad, como en muchos otros procesos políticos, era para con el líder providencial. Pero este ya no está y todos los problemas que legó se siguen agravando.
Por su parte Raúl Castro brilla por su ausencia. El todavía secretario general del Partido Comunista cubano, auténtico poder en el país, tiene meses desaparecido del ojo público. Con casi 90 años era de esperarse.
En la última década no pudo, o no supo, cumplir su promesa de poner en marcha las reformas económicas al estilo chino o vietnamita que tanta expectativa despertaron. Esta falta de cambios y expectativas también se suma a la frustración general.
Este es el mar de fondo. El caldo de cultivo. Desde 2019 las colas para comprar pan, obtener combustible para el transporte, así como los cortes eléctricos regresaron a La Habana. La pandemia del coronavirus ha agravado todavía más las dificultades del cubano de a pie y ha secado las fuentes de divisas fuertes que aporta el turismo.
De modo que una nueva generación, que no hizo la revolución, pero recibió en herencia todos sus problemas, se ve desafiada por otra de inconformistas.
Sin embargo, lo que no cambia son los métodos del gobierno comunista de tratar el descontento. Congelado en la Guerra Fría. Las campañas de descrédito y las acusaciones son exactamente las mismas de los años 60. “Cobardes”, “ratas”, “terroristas” y “mercenarios”. “Pagados por el imperialismo estadounidense”. Más los grupos de choque del partido y las intimidaciones.
La novedad es esta nueva generación que exige el derecho humanamente elemental a cuestionar a la autoridad.
Mientras tanto la dictadura cubana sigue atrapada en su gran paradoja: no puede vivir sin Estados Unidos. Para pelearse y para recibir sus ansiados dólares.