Reinaldo Iturbe (ALN).- En horas de la tarde del martes la Asamblea Nacional de Venezuela dominada por el chavismo recibía la lista de elegibles a rectores del Consejo Nacional Electoral. El presidente del Poder Legislativo, Jorge Rodríguez, tras finalizar el debate del punto en la agenda, lanzaba una filosa frase que hurga en la herida abierta de la oposición: su desaparición del mapa político tras el fracaso del cese de la usurpación.
La radiografía de Venezuela no ha cambiado desde 2017: la oposición se autoflagela con divisiones y propuestas de fantasía mientras el gobierno usa la táctica vieja pero confiable: divide y vencerás. Bajo esa tesis, el chavismo primero despojó a la Asamblea Nacional electa en 2015 de sus facultades constitucionales. De ese modo, buscaba el Ejecutivo generar la matriz de opinión de que el esfuerzo unitario que condujo a la victoria de la oposición en las parlamentarias no sirvió para absolutamente nada. Más tarde, en 2017, el chavismo volvió a jugar caída y mesa limpia con la Asamblea Nacional Constituyente, provocando que las fuerzas democráticas se embarcaran en una empresa imposible: derrotar al gobierno en la calle, sin armas, frente al aparato represivo muy bien equipado de la Guardia Nacional Bolivariana. El saldo fue de más de un centenar de muertos, casi todos del bando opositor.
Allí comenzó a dinamitarse con mayor intensidad la ruta exitosa dibujada por la extinta Mesa de la Unidad Democrática. Ya en 2018, Nicolás Maduro se reeligió sin obstáculos a la presidencia porque en la oposición varios partidos incumplieron el pacto de elegir a un candidato presidencial en un certamen primario que enfrentara a Maduro. El saldo: las bajas pasiones y los rencores contra el posible -casi seguro- ganador de esas primarias derivó en la suspensión del compromiso de llevarlas a cabo. El gobierno “ganó” y la oposición quedó en un limbo durante todo el 2018.
El resto es historia: Juan Guaidó asumió la presidencia encargada y otra vez la oposición se embarcó en una ruta imposible: cesar a Maduro del cargo. ¿Pero cómo? ¿Con qué Fuerza Armada? Las demostraciones del 23 de febrero y el 30 de abril fueron más que suficientes pruebas empíricas de que aquello iba de mal a peor, y de peor a trágico.
Hoy la oposición se “sostiene” con un gobierno interino sumamente precario. Desprestigiado en la opinión pública. Al común denominador de los venezolanos les ocupa y preocupa la subsistencia ante la crisis de la pandemia y la catástrofe económica de siete años de recesión. En otros términos: se han decepcionado de la clase política. Tanto la que representa al gobierno (que conserva una base dura de 20% de respaldo) como la opositora, extraviada en rebatiñas internas y luchas de egos que no suman, sino que restan.
Y sobre ese cuadro -ni siquiera abordaremos en este artículo los resultados de la Consulta Popular y la continuidad constitucional del Parlamento opositor porque lo que está a la vista no necesita anteojos- el chavismo avanza en el control del poder.
Con crisis. Con recesión. Con hiperinflación. Con sanciones. Eso al gobierno no le importa, porque bajo ese escenario, ha logrado conservar el poder. Y el poder es lo que cuenta así sea en tierra arrasada, un asunto que no entendieron quienes apostaron a la tesis de la “implosión” con las sanciones y la crisis gestada desde los tiempos de Hugo Chávez.
El final prometido con la implosión no llegó. Por el contrario, la recesión y la hiperinflación siguen, pero se desaceleran continuamente, vistos los datos del Fondo Monetario Internacional.
La otra estocada
La otra de las estocadas llegó con el asalto a las tarjetas de los partidos políticos opositores. Los principales. Los que tienen estructura y pueden movilizar votos. Con esta estrategia, el gobierno insiste en su tesis de división y victoria: confunde al electorado y lo decepciona más de lo que ya está.
Y el gobierno de Maduro entiende muy bien el cuadro opositor y el suyo propio. Entiende y aplica una táctica de desmoralización, división y confusión para el adversario. ¿Cómo lo hace? Llamando a elecciones, pero al mismo tiempo, poniendo sus propias, y nada más que sus propias condiciones.
De este modo intenta hacer ver el gobierno que cumple con los recaudos de una democracia tradicional, aunque nadie se lo crea. Ese no es el punto. El punto es que ellos hacen su papel. Lo llevan a cabo. Así como se atrevieron con la Asamblea Constituyente que al final no reformó ni un solo artículo de la Constitución: no era más que una estrategia para buscar la radicalización y división del adversario entre moderados, radicales y los recientemente complotados con el chavismo, que fingen ser opositores sin el menor atisbo de vergüenza.
¿Y con qué cuenta la oposición de la foto de hoy? Con una Asamblea Nacional reducida a una comisión elegida por “continuidad constitucional” que en la práctica, al igual que el interinato, no tiene la menor calada en el común denominador de la sociedad. También cuenta con una veintena de alcaldes, cuatro gobernadores en estados clave y un centenar de concejales. Pero nada más, porque como dijo Pedro Benítez en ALnavío, Estados Unidos pudiera estar pensando en “congelar” el caso Venezuela, porque ya nada más puede hacerse fuera de las sanciones y la presión diplomática.
De allí que Jorge Rodríguez, en su intervención del martes tras la presentación de los elegibles por parte del Comité de Postulaciones, lanzara una frase que mete el dedo en la herida sangrante a chorros que trae la oposición:
“Hay un sector que no puede ir a elecciones y se lo ha dicho a sus amos de Norteamérica, porque si asisten se sabrán cuántos votos tienen en realidad y eso no se lo pueden permitir. Si no me creen cuando digo que la otra opción es el abismo, anoten esto hoy y luego vean en abril de 2022 y 2023 que no serán otra cosa que un espejismo. La oposición tiene dos opciones: la Constitución o la nada”.
Con aquella frase punzopenetrante, Rodríguez no hacía otra cosa que una mofa de la caricatura del interinato: la nada es lo que le espera si no reorienta estrategias. Si no rearma sus cuadros. Y si no se enrumba otra vez en una pesada pero tal vez mucho más eficaz ruta electoral. Y sabe y entiende Rodríguez que en el otro sector, lo menos que hay es consenso para enfilar baterías camino de las próximas elecciones, en donde la oposición tiene mucho más que perder absteniéndose que participando: menos activos para una empresa endeudada y con deserciones de personal.
El de Rodríguez es un mensaje con doble sentido: dividir más de lo que ya está dividida la oposición, y hacer mofa de que el pretendido interinato de Juan Guaidó ha quedado en eso. En la nada. Ya lo habían anticipado dirigentes de la coalición en privado desde el mismo momento en el que Guaidó se juramentó como presidente: Que aquello no conduciría a nada. Y en la nada se encuentra la oposición. No por negarse a aceptar a pie juntillas todas las condiciones del gobierno, sino por no saber (o no querer) sacarle provecho al único activo tangible que tiene en balance: el descontento contra el gobierno, al que los venezolanos culpan hasta en un 90% de la gravísima crisis de siete años.
Voluntad Popular, partido fundado por Leopoldo López, es el gran responsable del descalabro político electoral de la oposición.