Pedro Benítez (ALN).- Hugo Chávez pudo ser ambiguo jugando entre la democracia y su radicalismo. Nicolás Maduro, sin ese margen de maniobra, ha optado por la dictadura abierta en Venezuela. La comunidad democrática internacional, que fue indulgente con Chávez, es severa con Maduro. La diferencia principal es una: el precio del petróleo.
Avanzada la primera década del siglo XXI Vladimir Putin en Rusia, Mahmud Ahmadineyad en Irán y Hugo Chávez en Venezuela cayeron en la tentación de usar el petróleo como un arma geopolítica. El auge sin precedentes de la cotización mundial del crudo le dio a cada uno de esos líderes una embriagadora sensación de poder que los llevó a desafiar el orden político mundial que siguió al fin de la Guerra Fría. Pero han pasado los años y ese intento se les ha devuelto a esos tres países como un boomerang. Sólo el presidente ruso tendrá que manejar los frutos de su propia obra. En los otros dos casos la cuenta la están pagando los sucesores.
Esta historia parece la versión actualizada de una película ya conocida: Cuando se fundó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1960 sus promotores, con el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo y el jeque iraquí Abdallah Taraki a la cabeza, la concibieron como un grupo de países pobres a los que les había tocado la fortuna de tener petróleo en el subsuelo y que se unían para enfrentar a las grandes transnacionales que dominaban el negocio (Las Siete Hermanas), a fin de conseguir la mejor cotización posible de los hidrocarburos en los mercados mundiales. Era una alianza estrictamente comercial de países exportadores de una materia prima muy valiosa.
Pero en 1973, a raíz de la guerra árabe-israelí, Arabia Saudí cayó en la tentación de unirse al embargo petrolero con la deliberada intención de poner de rodillas a los países industrializados de Occidente. Lo que ocurrió en los siguientes años es que esos países la pasaron mal, sus economías se sumergieron en crisis, buscaron fuentes alternas de energía, sus complejos industriales se adaptaron a las nuevas realidades y en 1982 los precios mundiales del petróleo entraron en un largo ciclo de precios bajos.
La cotización del petróleo empezó a descender y con ello la actitud internacional hacia el régimen chavista comenzó a cambiar y no por casualidad
De todo eso el reino de Arabia Saudí sacó una lección que por lo visto sus gobernantes no han olvidado: El petróleo ciertamente es poder, pero como todo poder hay que saberlo usar con prudencia. Por ello es que ese país tiene un pie en la OPEP y otro en su alianza con los Estados Unidos.
Es una asociación bastante reveladora de cómo funciona el mundo hoy. Arabia Saudí ha pretendido frenar el desarrollo del petróleo no convencional norteamericano con la intención de asegurarse su lugar como el principal proveedor mundial de petróleo; lo que a su vez favorece a la industria y a los consumidores de Estados Unidos que desde 2015 disponen de combustible más barato, a pesar de que ese país nunca ha importado más del 12% de sus necesidades del crudo proveniente del Medio Oriente. Por otro lado, a Estados Unidos le interesa la estabilidad del reino saudí.
Curiosamente la Unión Soviética, pese a haber sido un gran productor de petróleo y gas, nunca usó esos recursos como mecanismos de chantaje geopolítico durante los años de la Guerra Fría. Por el contrario, Putin sí hizo eso contra Europa. Y como respuesta a esa amenaza el viejo continente se ha dotado desde 2009 de más plantas de regasificación que todo el resto del mundo sumado. Y es por eso que ahora puede aplicar sanciones económicas a Moscú.
Pero la historia suele repetirse porque sus protagonistas la desconocen. Eso pasó con Hugo Chávez. En sus primeros años en la Presidencia de Venezuela la diplomacia petrolera venezolana no fue muy distinta a la que predominó en la mayoría de los 40 años que siguieron a la fundación de la OPEP. De hecho, sus pasos iniciales consistieron en revitalizar esa política. Pero cuando aconteció la invasión angloamericana a Irak en 2003, y con ello la escalada al alza de los precios del petróleo, el poder de Chávez no sólo se consolidó dentro del país, sino que además se proyectó fuera de sus fronteras como no lo había hecho ningún líder venezolano antes.
La cotización promedio por año del barril de exportación venezolano pasó de 25 dólares en 2003 a 86 en 2008 y en algún momento llegó a la increíble cifra de 126. Chávez llegó a creer seriamente que podría alcanzar los 200 dólares y con ello su influencia política sería ilimitada.
Luego del referéndum de 2004, sintiéndose reforzado, ya no se conformó con utilizar el petróleo para afirmar su posición interna, además se dedicó a asegurarse un bloque de apoyo en la Organización de Estados Americanos (OEA), la alianza con potencias regionales como Brasil y la amistad, incluso, de miembros del Congreso en Washington. Con la Administración Bush empantanada en Irak intentó crear una coalición global de países, principalmente exportadores de petróleo, que desafiaran a los Estados Unidos.
En su incansable propósito revolucionario, y con una aparentemente inagotable chequera, fue sumando aliados como Bolivia y su gas, Ecuador, Nicaragua (con algunas expectativas de explotar petróleo), Angola y sobre todo Irán. A cada uno de estos países le ofreció algo: desde apoyo técnico y financiero hasta la construcción de refinerías y la compra de equipos. Casi nada de eso se concretó. Incluso Chad y Sudán figuraron en su agenda; de hecho el Gobierno venezolano los promovió junto con Bolivia para ingresar a la OPEP.
El petróleo es poder. Maduro no ha tenido ese poder, o al menos no en las magnitudes de su predecesor
Era una clara estrategia que iba más allá de reforzar la posición venezolana en esa organización. La gran apuesta global de Chávez consistía en ir empujando a la OPEP a convertirse en un frente de países exportadores de petróleo comprometidos en la lucha antiestadounidense y aliado con un movimiento revolucionario latinoamericano. En resumidas cuentas, pretendía emular a Fidel Castro pero con las mayores reservas de petróleo del planeta.
Consiguió un aliado valiosísimo en sus propósitos en el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad. A este último esta alianza le cayó casi del cielo, pues le abrió la posibilidad de extender sus relaciones en Latinoamérica y salir de su aislamiento diplomático en Medio Oriente.
Bajan los precios del petróleo, baja el apoyo internacional
Sin embargo, con Chávez todavía en vida la mayoría de los proyectos contemplados en esos acuerdos energéticos no se realizaron. Sencillamente la industria petrolera venezolana no tenía la capacidad de cumplir con esos suministros y mucho menos de construir las refinerías prometidas en Nicaragua, Ecuador, Brasil o alguna isla del Caribe. Las monarquías gobernantes de los Estados exportadores de petróleo del Golfo Pérsico no se prestaron a esa estrategia, entre otras cosas porque Irán es su principal enemigo.
Además, la teocracia iraní ha sido la inspiración y ejemplo de varios movimientos radicales entre las naciones árabes que rodean el Golfo Pérsico que han pretendido destronar a la monarquía saudita.
Por otra parte, desde que los precios del crudo se estabilizaron en torno a los 100 dólares en 2009 la economía venezolana empezó a tener dificultades. No porque los precios bajaran, sino porque dejaron de subir. Lo mismo ocurrió con Rusia e Irán.
Cuando Nicolás Maduro ascendió a la Presidencia en 2013 heredó con el cargo una amplísima red de apoyos a nivel global que iban de China a Rusia, pasando por Irán y Cuba, incluían a casi todos los gobiernos de Latinoamérica y a varios de Europa e incluso de África. Los gobiernos que no le daban apoyo entusiasta, al menos buscaban no tenerlo de enemigo. El más significativo de sus acercamientos le vino del gobierno de Juan Manuel Santos en Colombia, ministro y sucesor de Álvaro Uribe, un abierto y duro contradictor de Chávez.
Pero partir de octubre de 2014, la cotización del petróleo empezó a descender y con ello la actitud internacional hacia el régimen chavista comenzó a cambiar y no por casualidad. Después de todo el petróleo es poder. Maduro no ha tenido ese poder, o al menos no en las magnitudes de su predecesor.
El estilo de gobernar de Maduro no ha sido muy distinto al de Hugo Chávez. Se ha esforzado en mantener sus mismas políticas, un idéntico manejo de la economía y la fidelidad al régimen cubano. De hecho, muchos de los problemas que hoy tiene Venezuela ya existían en la era Chávez, sólo que disimulados por un súbito y luego prolongado periodo de vacas gordas petroleras. Ahora esos mismos problemas aparecen magnificados por la brutalidad de la crisis. El ciclo a la baja del petróleo dejó al chavismo desnudo y sin apoyos.