Juan Carlos Zapata (ALN).- Por allí dicen que Dios reparte las cartas. Que a unos les salen cartas malas y convierten esas cartas malas en una jugada buena, y ganan. Que a otros les salen cartas buenas, y hay quienes aseguran la mano con esas cartas buenas, pero que otros en cambio la botan, aun teniendo cartas buenas. Pierden el juego y despilfarran la suerte. En esta encrucijada puede encontrarse Guaidó. En cómo juega las cartas.
Juan Guaidó es un tipo con suerte. Hace un año era uno más entre la dirigencia de la oposición y luego pasó a ser el líder de un movimiento que llegó a poner en jaque el régimen de Nicolás Maduro. Guaidó es un hombre con suerte. El movimiento perdió fuelle en lo interno y pareció debilitarse aún más con los estallidos sociales en América del Sur, pero de pronto coge nuevo aire porque la protesta social en Venezuela es cotidiana, y el plan de medidas del régimen no va a dar resultados, y porque la caída de Evo Morales no estaba en el libreto, y tampoco la posición distante del presidente electo de Argentina hacia Maduro, y tampoco la jugada de Rusia en Bolivia. Guaidó tiene tanta suerte que la derrota de la izquierda en Uruguay también lo refuerza. Guaidó tiene suerte, y tiene fe en lo que está haciendo -es de los pocos que no pierde la fe-, pero las incoherencias opositoras atentan contra su política y la de los aliados.
Los estallidos en América del Sur
Cuando estalló Ecuador, cuando estalló Chile, cuando el peronismo le ganó al presidente Mauricio Macri en Argentina, el grupo de Nicolás Maduro y el grupo de Diosdado Cabello respiraron profundo y sintieron que la historia daba otra vuelta de tuerca para favorecerlos. De hecho, enfilaron baterías contra el neoliberalismo, el FMI, y las medidas de ajustes aplicadas por Lenín Moreno, o las políticas neoliberales de Sebastián Piñera y los acuerdos de Macri con el FMI.
El discurso tuvo eco en Cuba, que lo reforzó; en el expresidente Rafael Correa, que también lo reforzó desde su programa y comentarios en RT; en Unidas Podemos, en España, que lo reforzó. El mundo se hizo eco de lo que pasaba en Chile y Ecuador, y siempre la culpa eran las medidas y el FMI. Entonces, Maduro y Cabello enfilaron otra vez contra Guaidó, alertando que si la derecha llegaba al poder, iba a pasar lo de Chile y Ecuador –y ahora lo de Colombia– porque lo que traían entre manos era lo mismo, las recetas del FMI.
La balanza, de pronto, parecía inclinarse a favor de Maduro. Tanto que Maduro propuso la creación de un bloque ideológico. Entonces, la suerte acompañó a Guaidó porque Alberto Fernández anunciaba un eje regional con Andrés Manuel López Obrador para que México, junto a Argentina, volviera a mirar hacia América Latina, descartando la propuesta de Maduro. Fue el presidente de México el primero en negarse a integrar bloques ideológicos, lo cual fue confirmado por Alberto Fernández: la alianza de México y Argentina no es contra nadie, no es para pelear con nadie. Eso dijo, como también ha criticado el carácter autoritario del régimen de Maduro a quien le ha dicho que sólo la plena democracia es garantía de progreso.
Desde ese momento se observó que la suerte seguía con Guaidó. Mientras se sembraban dudas sobre si el Grupo de Lima que apoya a Guaidó iba a mantener esa posición de consenso luego de los problemas en Chile y Ecuador, el lenguaje de México y Argentina, dos potencias regionales, indicaba que no había razones para cambiar el rumbo.
El presidente electo de Argentina le lanza un mensaje envenenado a Nicolás Maduro
La caída de Evo Morales
Ese viento de suerte a favor de Guaidó sumó el terremoto en Bolivia. Aquí, no se cumplieron sino que fueron sobrepasados los temores de Rafael Correa y del chavismo si Evo Morales no evitaba la segunda vuelta. Los números no le daban para evitarla pero se inventó un fraude a un costo muy elevado. Se quiso robar los votos para robarse una elección y perdió la presidencia. Y la perdió de la peor manera. Porque sembró violencia y terrorismo, dejó dividido a su propio partido, el MAS, se echó encima a los militares y apostó al caos y al vacío de poder. Evo Morales encontró apoyo en Maduro, en Cuba y en Alberto Fernández y López Obrador. Pero también se ganó las críticas del expresidente Lula Da Silva, y del presidente Tabaré Vásquez de Uruguay. A Evo Morales lo critican por empeñarse en buscar a todo evento un nuevo mandato, olvidándose de la alternancia. Esta crítica de Lula y Vásquez es un juicio que corresponde de modo directo al chavismo. Y en esto también ha tenido suerte Guaidó. Gana un aliado en Bolivia. Y el chavismo pierde una referencia, la mejor referencia que tenía en la región, porque Evo Morales podía mostrar una gestión, podía mostrar un legado. Pero la ambición de poder lo perdió.
El pragmatismo de Vladímir Putin
Lo que tampoco estaba en el libreto es la posición de Rusia respecto a Bolivia. Que es como para que Maduro tome nota. Rusia reconoció primero el liderazgo de Jeanine Áñez aunque no como presidenta interina. Después desde Brasilia, Vladímir Putin advirtió sobre los riesgos de caos en Bolivia pero al mismo tiempo se inclinaba porque la situación se recompusiera, y que Rusia seguiría entendiéndose con quien se quedara en el poder. Mayor pragmatismo, ninguno. Y esta posición fue confirmada por el embajador de Moscú en La Paz que al presentar sus saludos a la presidenta Áñez, habló de los intereses y las inversiones de Rusia en Bolivia. Este Guaidó tiene suerte. Porque lo que dice y hace Rusia en Bolivia es lo que quiere hacer en Venezuela. Rusia lo que quiere es estabilidad. Evo Morales pasó de venderse como el presidente de la estabilidad a provocar inestabilidad. Rusia quiere elecciones prontas en Bolivia como también se suma a la necesidad de elecciones en Venezuela. Rusia reconoce a Maduro como mandatario pero reconoce a la Asamblea Nacional que preside Guaidó. El mensaje de Rusia en Bolivia es tan claro que llega como una suerte para Guaidó.
La ayuda de Donald Trump
Y mientras, desde Estados Unidos llegaba también la orden Ejecutiva de Donald Trump para proteger a Citgo, el activo más importante de Venezuela en el exterior, hoy controlado por el gobierno interino de Guaidó. Y llegaba la propuesta de una jueza para que los tenedores de bonos que tienen como garantía a Citgo negocien con el gobierno de Guaidó puesto que la Asamblea Nacional ha declarado ilegal esa emisión de papeles conocidos como los PDVSA 2020. Y llegaba también la extensión de las medidas de protección. Con lo cual, Guaidó se quitaba, después de meses, una preocupación de encima, puesto que perder Citgo, en el supuesto de ser ejecutada por los bonistas, lo comprometería en lo político, le daría argumentos a Maduro y Cabello para atacarlo. En las propias filas de Guaidó lo han reconocido. Perder Citgo es un golpe mortal. Pero la fe, la suerte y el empeño de Guaidó y su equipo se impusieron, y también la coyuntura electoral en Estados Unidos, y también el hecho cierto de que la administración Trump no tiene otra agenda para Venezuela que no sea Guaidó. Eso también se llama suerte.
Las cartas de Juan Guaidó
Por allí dicen, sin embargo, que Dios reparte las cartas. Que a unos les salen cartas malas y convierten esas cartas malas en una jugada buena, y ganan. Que a otros les salen cartas buenas, y hay quienes aseguran la mano con esas cartas buenas, pero que otros en cambio la botan, aun teniendo cartas buenas. Pierden el juego y despilfarran la suerte. En esta encrucijada puede encontrarse Guaidó. En cómo juega las cartas.
Resta un mes por delante para ser ratificado en la Presidencia de la Asamblea Nacional y seguir encabezando el movimiento que intenta sacar a Maduro del poder. Llegó a la cima del liderazgo con poco manejo del poder. Se ha ido asentando. Ha ido creciendo. Ha ganado en discurso y en propuestas. Pero jugó una carta que le salió al revés y que casi lo hace perder el juego. La del 30 de abril. La de aquella madrugada que apareció junto a Leopoldo López rodeado de militares e invitando al pueblo que se sumara a una operación que estaba en pleno desarrollo para salir de Maduro. Desde ese fracaso, el movimiento se vino a menos. Un dirigente de la oposición ironizó: El golpe no fue contra Maduro sino contra Guaidó.
Ya había jugado mal, teniendo todas las cartas buenas, con la operación de la ayuda humanitaria a finales de febrero. Lo que pasa es que Maduro jugó peor con la represión. Entonces, Guaidó pudo regresar a Venezuela y retomar el plan que continuó con otra carta, la de la negociación, en la que participaba como mediador el gobierno de Noruega. Era una buena carta. La mano no terminó porque Maduro no siguió jugándola y se inventó otra partida -llamada de diálogo- con grupos minoritarios de la oposición de poca credibilidad.
Guaidó aún mantiene la apuesta sobre la mesa: que renuncien ambos, que se cree un gobierno amplio de transición y que se convoquen elecciones libres. Esto ya no depende de la suerte. Lo que se avecina depende de cómo se juegue en el tablero. De cómo Guaidó logra establecer políticas de consenso en la diversa oposición. En cómo aplaca las ambiciones grupales y la oposición interna. En cómo evita ruidos innecesarios y perjudiciales como el caso del embajador en Colombia, como los casos de embajadores que andan por la libre en otros países, en casos como el conflicto soterrado que desmoraliza al Tribunal Supremo en el exilio. No va a contar con todas las cartas buenas. Pero a las malas tiene que convertirlas en buenas. Para presionar en la calle o para negociar en la mesa necesita del apoyo firme de los partidos de la oposición. Y que sea él y no otros quienes marquen agenda y ganen las iniciativas. Es cierto que cuenta con el respaldo de los cuatro principales partidos de la oposición. La comunidad internacional aún se mantiene de su lado. Maduro no puede con la crisis, las medidas que tomó este año para encarar el desastre económico, ya hacen aguas. A los delegados de Maduro no los reciben en Europa ni en América. Guaidó es el personaje mejor valorado en las encuestas, triplicando a Maduro y dejando atrás a un inexistente Diosdado Cabello, que a pesar de esta realidad, logra imponerle agenda a la oposición, con manipulaciones e intrigas desde su programa de televisión. La suerte no es eterna. Las partidas de póker tampoco. A veces, las jugadas audaces son mejores que las mejores cartas.