Nelson Rivera (ALN).- ‘Cronometrados’, del escritor inglés Simon Garfield, tiene su foco en la compleja relación que tenemos con el tiempo, que es el signo más decisivo de nuestra época. El enfoque es extremadamente crítico: el hombre se ha convertido en una especie de esclavo de sus apuros y afanes productivos.
Unas palabras sobre Simon Garfield: escritor inglés, nacido en 1960. Los tres libros suyos que he leído -uno sobre la historia de los mapas, otro sobre el correo postal, y este que se titula Cronometrados. Cómo el mundo se obsesionó con el tiempo (Editorial Taurus, España, 2017)- tienen en común su fascinación por la anécdota. El pulso de su prosa es la del sujeto curioso. Del que no se conforma con lo que lee o le cuentan, sino que viaja a conocer o experimentar por sí mismo.
Cada libro se ofrece bajo el mismo procedimiento: una sucesión de historias reales, que provienen de distinto tiempo y lugar -algunas le tienen a él mismo como protagonista-, sobre un tema. No es un ensayista, cautivado por las ideas. Es un narrador: no le apura comunicar unas conclusiones, sino reconstruir unos hechos y ordenarlos con atractivo.
Cronometrados aparece en nuestra lengua de forma simultánea a otros a siete u ocho textos que tienen su foco en la compleja relación que tenemos con el tiempo, que es el signo más decisivo de nuestra época. Varios de ellos tienen un enfoque extremadamente crítico: el hombre se ha convertido en una especie de esclavo de sus apuros y afanes productivos. Esa visión, entre muchas otras, también está en el libro de Garfield, pero no es la única. Su libro es -y ese es su tono diferenciador- diverso y cargado de gracia.
El tren: punto de partida
Calendarios y husos horarios han cumplido un papel unificador: no hace mucho tiempo, cuando no existían los instrumentos de precisión de ahora, los modos de organizar y nombrar el tiempo eran diversos -en otra parte he leído que, en pueblos de Francia, hasta el siglo XVII, el gong matutino de la campana de la iglesia marcaba el inicio oficial del día-.
Los calendarios de las distintas culturas, y los calendarios fundamentales de nuestro Occidente judeo-cristiano, como el juliano, primero, y el gregoriano, más adelante, han creado un orden del tiempo que ha permeado en todos los ámbitos de la existencia y la organización social. Pero, de acuerdo a la investigación de Garfield, habría sido la aparición del tren el factor determinante de la relación que hoy tenemos con el transcurrir del tiempo.
El tren significó el establecimiento de nuevas velocidades y la modificación radical de la percepción sobre las distancias. Más allá del impacto que produjo en el transporte de mercancías, el comercio, la propagación de la idea de viajar y conocer otros lugares, y en el flujo de las ideas, el tren estableció los horarios y la obligación de la puntualidad. Bajo su exigencia se unificaron los horarios: la hora adquirió el estatuto de asunto público. Este fenómeno no ocurrió sin resistencias: hubo quienes aseguraron que usar trenes aceleraba el envejecimiento, o quienes denunciaron que se legislaba para complacer las exigencias de las empresas de ferrocarriles.
Historias del tiempo
Según las modalidades de ejecución, por ejemplo, la Novena Sinfonía de Beethoven puede durar entre 62 y 81 minutos. Ni siquiera la invención del metrónomo se impuso de modo definitivo al tiempo de los distintos directores y orquestas. El metrónomo, eso sí, emblematiza el interés de una época en la precisión y la aceleración. El formato del disco de 45 r.p.m. forjó un género: la canción pop que terminaba antes de los tres minutos.
De acuerdo a la investigación de Garfield, habría sido la aparición del tren el factor determinante de la relación que hoy tenemos con el transcurrir del tiempo
El anecdotario de Cronometrados es abundante. Se narra, con todos sus accesorios, el caso de Strom Thurmond, congresista norteamericano, quien el 28 de agosto de 1957 hizo una intervención que se prolongó por 24 horas y 18 minutos, estableciendo un récord que no ha sido superado. Garfield, interesado por el cine, cuenta la historia de la escena que todos llevamos en nuestra memoria: Harold Lloyd colgando del minutero de un inmenso reloj, en una calle de Los Ángeles. También nos cuenta sobre The Clock (he conseguido ver fragmentos en YouTube), que dura 24 horas, y que es una hipnótica sucesión de 12.000 fragmentos de películas, donde las escenas dependen de la tensión que emana de un reloj. Fue realizada por el artista Christian Marclay y premiada en la Bienal de Venecia 2011.
Hay historias de deportistas, de fotografía y fotógrafos (cita la frase de Cartier-Bresson dedicada al momento decisivo, que consiste en el “reconocimiento simultáneo, en una fracción de segundo, de la importancia de un acontecimiento”), de la industria y el coleccionismo de relojes -Garfield visitó a dos fabricantes de categoría mundial, e intentó ensamblar unas piezas del reino milimétrico-. Lo otro que no podía faltar en el libro, las reacciones: desde el slow food al grupo de personas que en algunas grandes ciudades se reúnen cada 31 de diciembre, a recibir con abucheos al nuevo año, acto de repulsa al paso del tiempo.