Pedro Benítez (ALN).- En la elección de la Convención Constituyente de este pasado fin de semana está muy claro contra quiénes y contra qué votaron los electores chilenos que sufragaron en ese proceso. Contra el presidente Sebastián Piñera en primer lugar, contra los partidos de la Concertación que gobernaron el país durante 25 de los últimos 30 años y contra el modelo económico heredado del régimen militar. Las características de la Constitución que esa Constituyente dominada por independientes redactará es la gran incógnita.
La Convención Constituyente de 155 miembros que el 41% de los chilenos habilitados para votar eligieron el pasado fin de semana, tiene una característica fundamental que la diferencia de los otros procesos de ese estilo que ha conocido Latinoamérica en lo que va de siglo: No es controlada por un caudillo político.
En Chile hoy no hay un Hugo Chávez, un Rafael Correa o un Evo Morales que con el pretexto de cambiar la Constitución de turno, desde el poder manipule el proceso político a fin de asegurarse el control de todas las instituciones del Estado. Este no es un dato menor.
Por el contrario, el proceso constituyente fue una imposición al actual presidente Sebastián Piñera. Una de las demandas más populares que se desplegaron durante los intensos días de protestas que se iniciaron en octubre de 2019 con un saldo de 18 muertos y cientos de detenidos. Un acuerdo al que se llegó en el Congreso chileno entre oficialismo y oposición como válvula de escape al convulsionado panorama político y social del momento. Se recurrió a una salida política para cabalgar una situación prerrevolucionaria que recuerda los días del Mayo francés de 1968.
Esa es la parte positiva. La otra parte, que no lo es tanto, es que nadie sabe qué saldrá de allí porque tampoco será controlada por ningún grupo político en particular. Eso podría ser bueno. Pero en cualquier caso será una Constituyente signada por la incertidumbre, y esto no es una perspectiva positiva para una economía golpeada por los efectos de la pandemia, tal como ocurre en el resto de la región.
Lo que sí parece claro es que la agenda de la mayoría de sus miembros estará orientada a desmontar el modelo económico ensayado por ese país a lo largo de los últimos 40 años, suprimiendo los amarres constitucionales dejados por el régimen militar. Entre los pocos que aún sobreviven en la Carta Magna se encuentra la prohibición al Banco Central de financiar los gastos del gobierno mediante la compra de deuda pública.
La lista de la derecha que reunía a liberales y conservadores en torno al presidente Sebastián Piñera (Vamos Por Chile) fue, con 37 representantes elegidos, la más votada, pero lejos de los 55 representantes que aspiraba alcanzar y que le hubiera dado poder de veto en la Convención, para precisamente salvaguardar ese modelo.
Por lo tanto esta es una derrota catastrófica y sin paliativos para el impopular Piñera. Pero él y sus aliados no fueron los únicos derrotados. Contrariamente a lo que la mayoría de los medios fuera de Chile presentan, la izquierda, que en conjunto es mayoría, fue en realidad dividida en tres bloques distintos. Cada uno de los cuales obtuvo menos representantes en la Constituyente que la lista oficialista.
Así, la cuarta en número de votos fue Apruebo que reúne a los partidos de la antigua Concertación de centroizquierda, la alianza de democratacristianos, socialistas, radicales y demócratas que protagonizó la transición a la democracia y que gobernó a Chile entre 1990 y 2010.
Este es un hecho sorprendente para un observador externo, tratándose de cuatro gobiernos sucesivos considerados de los mejores que ha tenido nunca América Latina. Sin embargo, la Concertación ha sido acorralada por un discurso que condena estas tres décadas de democracia. La consigna de los jóvenes que iniciaron las protestas en octubre de 2019 en el Metro de Santiago era: “No son 30 pesos, son 30 años”.
Apruebo Dignidad, cuyo núcleo central es el histórico Partido Comunista de Chile y La Lista del Pueblo, que congrega a independientes y grupos que protagonizaron las jornadas del 2019, le superaron en la preferencia de los electores.
La transición chilena
Hace 30 años, la transición a la democracia que dirigieron democratacristianos y socialistas se apreció fuera de Chile como una exhibición de pericia política. Un ejemplo a seguir. Una muestra de lo que el arte de la negociación y el acuerdo pueden conseguir.
Democratacristianos y socialistas eran conscientes en 1988 de que su amargo enfrentamiento durante el gobierno de Salvador Allende le facilitó el camino al golpe militar de septiembre de 1973.
Razón por la cual primero se pusieron de acuerdo entre ellos para, a continuación del plebiscito que contra todo pronóstico ganaron en 1988, pactar con el general Augusto Pinochet la transición del poder a los civiles. Así fue como en 1990 Chile fue el último país de Suramérica en recuperar su democracia. Vigilada y mediatizada por los militares, pero democracia al fin. Elecciones libres, libertad de prensa, no más persecución política. Todo eso a cambio de la impunidad para el régimen militar.
Genaro Arriagada, jefe de campaña de la Concertación en el plebiscito de 1988, explicó el problema político de ese momento: Habíamos ganado con votos, éramos mayoría, pero Pinochet tenía el apoyo del Ejército y de los empresarios, dijo.
Había que pactar. Y eso fue lo que hicieron. Con las reglas de la propia dictadura desmontaron la dictadura. Sin disparar un tiro. Aguantando y maniobrando con las presiones y las tentaciones de revancha contra el que tan implacablemente los persiguió.
Ese pacto político le dio a Chile los mejores años de su historia, desde todo punto de vista. Fue el país que más redujo la pobreza (de 40% en 1990 a 7% en 2010), mejorando los indicadores de desigualdad y movilidad social, y siendo el primer país latinoamericano en llegar a los 22.000 dólares de renta per cápita, con el más alto índice de desarrollo humano.
Los sucesivos gobiernos de la Concertación tuvieron el pragmatismo de mantener el modelo económico heredado del régimen militar, mientras incrementaban el gasto social e introducían reformas a su Constitución. Hasta el punto que el presidente Ricardo Lagos (2000-2006) llegó a decir en la última tanda de reformas que introdujo que esta ya no era la Constitución de Pinochet. Hasta su firma fue borrada del texto.
La transición chilena fue un homenaje al arte de hacer política.
Sin embargo, el juicio de la mayoría de los chilenos a esa etapa es, por lo visto, muy severo, en particular de los más jóvenes. Las concesiones que hicieron los políticos de la Concertación las valoran como traiciones y el modelo económico como un legado inaceptable de la dictadura.
La elección de esta Convención Constituyente recogió este estado de ánimo con un abrumador voto castigo a toda la clase política. A Piñera y a sus predecesores.
La mayoría de los miembros de esta Constituyente son independientes elegidos con la promesa de no comportarse como políticos. Es más, han sido elegidos precisamente por no ser políticos. Veremos cómo es eso de hacer política sin actuar como políticos.
Por los momentos, la primera reacción de la Bolsa de Santiago fue de una importante caída, acompañada por un brusco descenso en el valor del peso chileno frente al dólar. Nada que debiera sorprender. Como bien se sabe el dinero es cobarde, pero también olvidadizo. Habrá que esperar a que las aguas se calmen y las incertidumbres de esta elección se despejen.