Rogelio Núñez (ALN).- El triunfo de Mauricio Macri y la derrota del kirchnerismo en las elecciones presidenciales de 2015 significó el punto de partida de la teoría del “giro a la derecha” según la cual América Latina, tras una década de “giro a la izquierda”, volvía a la política pendular y giraba hacia la derecha.
La heterogénea izquierda latinoamericana fue predominante durante la primera década del siglo XXI, a lo largo del conocido como “giro a la izquierda” (1998-2009), término unificador de una realidad muy diversa que escondía una centroizquierda reformista conformado por:
Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil
Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en Chile
Tabaré Vázquez en Uruguay
Ollanta Humala en Perú
Y Álvaro Colom en Guatemala
Por otra parte, estaba un bloque adscrito al “socialismo del siglo XXI” en los que aparecían:
Hugo Chávez en Venezuela
Rafael Correa en Ecuador
Daniel Ortega en Nicaragua
Y Evo Morales en Bolivia.
Este bloque obtuvo el apoyo de:
Manuel Zelaya en Honduras
Fernando Lugo en Paraguay
Y Néstor y Cristina Kirchner en Argentina.
Pero desde 2009 ese bloque fue perdiendo preponderancia regional con la caída de Zelaya, el fallecimiento de Hugo Chávez (2013) y la destitución de Fernando Lugo (2013).
El posible regreso del kirchnerismo ha sido contemplado en la Venezuela chavista como una ventana de oportunidad para romper el aislamiento internacional. Sin embargo, si bien la simpatía entre Cristina Kirchner y el régimen de Maduro es un hecho que se remonta a la historia, la relación con un Alberto Fernández presidente no sería tan fácil. El propio candidato presidencial del kirchnerismo ya señaló que “siempre he dicho que Venezuela un régimen autoritario que se hace muy difícil defenderlo. Es un gobierno que en su origen es democrático porque la gente votó, pero en su ejercicio ha cometido abusos”.
Los resultados electorales que se han ido produciendo desde hace un cuatrienio parecían avalar esa teoría de los giros por oleadas, tras una a la izquierda, la sucedía otra a la derecha: a la victoria de Macri en Argentina se unió ese mismo 2015 el triunfo de la Mesa de Unidad Democrática en las legislativas de Venezuela. Al año siguiente, 2016, Evo Morales resultaba derrotado por primera vez desde 2005 en las urnas en el referéndum para permitir una reforma constitucional que posibilitara su reelección. Vendrían después, en 2016, la victoria de Pedro Pablo Kuczynski en Perú y la caída de Dilma Rousseff en Brasil; el triunfo de Sebastián Piñera en Chile en 2017, la ruptura de Lenín Moreno con su padrino político, Rafael Correa, en Ecuador en 2017-18, y las victorias de Iván Duque en Colombia y de Mario Abdo Benítez en Paraguay. El fenómeno de Jair Bolsonaro en Brasil, en 2018, finalmente, pareció confirmar la veracidad de ese giro derechista a escala regional.
Sin embargo, la realidad latinoamericana es más heterogénea y variada. Ya en 2018 la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México venía a cuestionar ese pretendido giro, como la de Carlos Alvarado en Costa Rica. Y ahora, lo ocurrido en las primarias argentinas, como preludio de lo que puede suceder en las presidenciales de octubre, viene a confirmar que si la victoria de Macri en octubre de 2015 abrió un nuevo periodo, su derrota en las primarias y su hipotético hundimiento en las presidenciales del 27 de octubre, pueden cerrar ese círculo que se abrió hace un cuatrienio.
El politólogo Simón Pachano destaca que “en el panorama que se está configurando no se advierten señales favorables para una de las dos tendencias. Las izquierdas podrán ganar elecciones gracias al recuerdo de los años de bonanza y a la amnesia colectiva acerca de la corrupción, pero tendrán muchos problemas en el momento de gobernar con escasos recursos. Las derechas no tendrán mejores opciones si continúan con las viejas recetas económicas de alto costo social. Es un giro hacia la heterogeneidad que puede ser saludable”.
Los escenarios electorales de 2019: Bolivia, Argentina y Uruguay
De hecho, tal y como se encuentra la situación en este momento lo más probable es que el año acabe con una izquierda reforzada a escala regional: con el regreso del kirchnerismo al poder en Argentina y la reelección de Evo Morales en Bolivia. La otra cita ante las urnas, en Uruguay, va a tener como escenario una estrecha pelea entre el Frente Amplio que en el balotaje tendría como rival bien al Partido Nacional (Luis Lacalle Pou) o bien a un emergente Partido Colorado (Ernesto Talvi).
Las primarias han dejado muy condicionado el panorama político de Argentina con respecto al 27 de octubre, cuando tendrá lugar las presidenciales. Si bien es verdad que quedan dos meses por delante y que es un tipo de elecciones diferente, las opciones de Macri son mínimas. La esperanza que queda para el oficialismo reside en que se repita lo ocurrido en 2015 cuando Macri logró reunir dos millones de votantes nuevos respecto a las primarias y Cambiemos logrando crecer cuatro puntos: de 30,11% a 34,15%.
El candidato de Cristina Kirchner se desmarca de Maduro y de su “régimen autoritario”
El analista Joaquín Morales Solá en el diario La Nación de Buenos Aires explica muy gráficamente el doble problema que lastra al macrismo el cual debe, en medio de una creciente desmoralización, crecer a la vez que el actual caballo ganador (el kirchnerismo) debe desinflarse: “Macri no solo necesita aumentar su caudal electoral (eso es más probable si logra contener la crisis), sino también que Fernández reduzca por lo menos en tres puntos su caudal del domingo pasado. Esto es más difícil, casi imposible si el candidato peronista no comete graves errores. No los cometerá, porque es también un viejo zorro electoral. Las alternativas que tiene Macri es promover un aumento del caudal electoral. Un aumento al 85% de la participación electoral bajaría el porcentaje de Alberto al 44% sin que este perdiera un solo voto. Pero el candidato peronista no debería sumar tampoco ni un solo voto hasta el último domingo de octubre. Los encuestadores de Alberto le aseguran que ya tiene una intención de voto por encima del 50%”.
En Bolivia las últimas encuestas muestran a Evo Morales cerca del 40% que le daría la victoria en primera vuelta y a una oposición dividida (Carlos Mesa por un lado y Óscar Ortiz por otro) que no ha sido capaz de construir una única alternativa ni de atraer a un cuarto de la población que aún permanece indecisa.
Como apunta el analista Franklin Pareja, “lo que está en juego es saber si habrá segunda vuelta. Sin embargo, aún existe un gran bolsón de 23% que podría configurar otro escenario. No obstante, al presente, se ha reducido la brecha entre el primero y el segundo, lo cual estaría más cerca de forzar un balotaje, eso significaría que Evo Morales podría haber llegado a su techo, aunque aún es prematuro afirmar que estos serán los resultados finales. Por tanto, es la hora crucial de los estrategas. Dependerá de la combinación de propuesta, proselitismo y guerra, porque a diferencia de todas las anteriores elecciones, ésta es tensa y altamente confrontacional, cargada de incertidumbre”.
En Uruguay, la coalición de izquierda (el Frente Amplio) llega a las elecciones de octubre lastrada por el desgaste de casi tres lustros en el poder (2005-2020), el estancamiento económico y la ausencia de los grandes liderazgos (Tabaré Vázquez y José Mujica) que condujeron al frenteamplismo a cosechar tres victorias consecutivas. Esas debilidades se traducen en la más baja intención de voto (por debajo del 40%) desde 2004 lo que se compensa con una oposición no solo dividida sino más enfrentada que nunca desde hace dos décadas ya que el renacimiento del coloradismo provoca que los blancos no sean los favoritos para disputar el balotaje.
La intención de voto para el Frente Amplio fluctúa entre 27% y 37%. La principal novedad se sitúa en la subida de Talvi y la caída de Lacalle Pou:
La onda expansiva de las primarias en Argentina
La arrolladora victoria de Alberto y Cristina Fernández en las primarias argentinas no solo ha acercado el regreso del kirchnerismo a la Casa Rosada, sino que ha tenido un efecto más allá del país austral. Una onda expansiva que ha llegado a Brasil, Chile y Colombia y que ha sido contemplada desde un punto de vista geopolítico en Venezuela.
En Chile, la coalición de centroderecha (Chile Vamos) que sostiene desde 2018 al gobierno de Sebastián Piñera ha visto lo ocurrido al otro lado de los Andes como un aviso de lo que podría acontecer en su país. Incluso, un empresario como José Yuraszeck aseguraba el pasado domingo en La Tercera que “a Piñera le va a pasar lo mismo que a Macri si no logra hacer que la economía crezca ni que baje la delincuencia. Por falta de convicciones y de coraje, Macri acaba de ser arrollado por la izquierda en Argentina”.
De todas formas, como sostiene el analista chileno Patricio Navia, “las lecciones que el caso argentino tiene para la realidad chilena son más bien marginales y generales. El lento crecimiento económico golpea a los gobiernos en el poder y, para volver a ganar, deben cumplir las principales promesas que les dieron en su momento la victoria. Más allá de eso, el caso de Argentina no ofrece muchas lecciones para Chile Vamos y sus posibilidades de seguir en el poder. A diferencia de Macri, Piñera no buscará la reelección en 2021”.
De hecho, tal y como se encuentra la situación en este momento lo más probable es que el año acabe con una izquierda reforzada a escala regional: con el regreso del kirchnerismo al poder en Argentina y la reelección de Evo Morales en Bolivia. La otra cita ante las urnas, en Uruguay, va a tener como escenario una estrecha pelea entre el Frente Amplio que en el balotaje tendría como rival bien al Partido Nacional (Luis Lacalle Pou) o bien a un emergente Partido Colorado (Ernesto Talvi).
Las expectativas frustradas que ha generado el ejecutivo de Piñera unido a un posible regreso de Michelle Bachelet han alimentado los temores de la centroderecha chilena. Y si bien las circunstancias socioeconómicas chilenas son muy diferentes a las argentinas eso no ha evitado que el triunfo kirchnerista en el país vecino desate todo tipo de especulaciones.
La onda expansiva argentina ha tenido mucha mayor repercusión en Brasil donde Jair Bolsonaro, haciendo gala de que maneja la política internacional con parámetros localistas y con escasa capacidad diplomática, se ha colocado de frente y en contra de un posible regreso del kirchnerismo. Ha alertado sobre la paralización de Mercosur y sobre una posible venezolanización de Argentina: “Gente de Rio Grande do Sul, si la izquierda regresa en Argentina, podemos tener aquí un nuevo estado de Roraima (estado brasileño fronterizo con Venezuela). Y no queremos eso: hermanos argentinos huyendo hacia aquí, en vista de las cosas malas que parecen estar pasando allí si estas elecciones celebradas ayer se confirman ahora en el mes de octubre”.
En realidad, lo que hay detrás de esta desmedida politización de Bolsonaro por lo ocurrido en el país vecino es el miedo a que la reemergencia del kirchnerismo en Argentina vaya de la mano de un renacimiento del lulismo en Brasil. Como señalara al diario La Nación el analista brasileño Alberto Pfeifer. “[Bolsonaro] ataca los resultados electorales porque además que tener a un vecino populista a la vuelta de la esquina, el triunfo de Fernández representa mantener viva la ilusión del regreso de partidos de esa línea en Brasil, lo que es su peor pesadilla”.
El posible regreso del kirchnerismo ha sido contemplado en la Venezuela chavista como una ventana de oportunidad para romper el aislamiento internacional. Sin embargo, si bien la simpatía entre Cristina Kirchner y el régimen de Maduro es un hecho que se remonta a la historia, la relación con un Alberto Fernández presidente no sería tan fácil. El propio candidato presidencial del kirchnerismo ya señaló que “siempre he dicho que Venezuela un régimen autoritario que se hace muy difícil defenderlo. Es un gobierno que en su origen es democrático porque la gente votó, pero en su ejercicio ha cometido abusos”.
En realidad, esta situación no hace sino adelantar cuál sería uno de los grandes retos del kirchnerismo en el poder: la convivencia entre dos personalidades tan fuertes y tan disímiles en cuanto estilo, talante e ideas como Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Algo de eso hay detrás de las palabras de Diosdado Cabello, quien le envió un mensaje a Alberto Fernández: “Me alegro mucho por el esfuerzo y el valor del pueblo argentino. Ojalá, Dios querido, que no me equivoque, que a quien están eligiendo no vaya a creer que lo están eligiendo porque es él».
La naturaleza de los cambios en América Latina
Toda esta situación latinoamericana viene a ratificar que los cambios no aparecen vinculados al eje derecha-izquierda puesto que son de diferente naturaleza. Además, el calificativo de “derecha” (como el anterior de “giro a la izquierda”) es excesivamente simplificador y poco descriptivo de la compleja y heterogénea realidad latinoamericana.
La crisis de los sistemas de partidos tradicionales y la emergencia de nuevos liderazgos que encauzan el malestar social y el rechazo hacia la élite política tradicional han creado un ambiente político propicio para que se extienda el voto de castigo a los oficialismos. En este escenario de rechazo hacia la clase política, insatisfacción por el funcionamiento del Estado y miedo por las consecuencias de la endeble marcha de la economía, el ejercicio del voto se ha convertido en un “voto de castigo” hacia los oficialismos y en una apuesta por una alternancia ajena a las fuerzas tradicionales.
Nayib Bukele: el Presidente milenial que gobierna El Salvador a golpe de tuits
Desde que el cambio de tendencia económica se hizo patente en América Latina en 2013-2014, los diferentes oficialismos de la región lo están pagando en las urnas. En 2015 dos elecciones resultaron muy emblemáticas como ejemplo de castigo para los oficialismos: en Argentina, el kirchnerismo, tras 12 años en el poder, fue desalojado de la Casa Rosada. Otro golpe a un oficialismo ocurrió en Venezuela también en 2015. En diciembre la oposición antichavista, reunida en torno a la Mesa de Unidad Democrática, lograba ganar por primera vez unas elecciones al chavismo desde 1998 y ser mayoría en el legislativo. En 2016 se produjeron nuevas derrotas de los oficialismos con dos excepciones: el triunfo de Danilo Medina en República Dominicana y el previsible de Daniel Ortega en Nicaragua. Por el contrario, Evo Morales vio como su apuesta continuista era rechazada en un referéndum en febrero y el gobierno Juan Manuel Santos era derrotado en Colombia en el plebiscito sobre los acuerdos de paz.
Esa alternancia y voto de castigos a los oficialismos no tuvo lugar en Ecuador en 2017 ni se produjo en Costa Rica donde triunfó el PAC en el poder, ni Paraguay en 2018 donde venció el Partido Colorado. Tampoco tuvo lugar en Honduras donde lo hizo el oficialista Partido Nacional ni en Venezuela donde de forma fraudulenta renovó mandato el chavismo. En Chile hubo alternancia, a un gobierno de la vieja Concertación (ahora Nueva Mayoría) le sucedió uno de la Alianza; pero en realidad se trata de una alternancia dentro de una continuidad que se lleva produciendo desde 2010 entre dos grandes coaliciones que han sido poder u oposición desde 1989.
Donde sí ocurrió esa alternancia fue en Colombia (donde por primera vez en la historia ganó las elecciones el uribismo), en México donde un partido nacido en 2015 (Morena) desbancó al PRI y al PAN que se han sucedido en el poder desde 2000 y en Brasil donde los partidos dominantes desde 1995 (PT y PSDB) fueron superados por un partido periférico como el PSL.
En las tres elecciones de 2019 celebradas hasta mediados de año se prolongó el voto de castigo a los partidos en el poder: vencieron los partidos no oficialistas (Laurentino Cortizo del PRD en Panamá, Nayib Bukele en El Salvador y Alejandro Giammattei en Guatemala).
En resumen, el electorado, en la mayoría de las ocasiones, vota más contra los gobiernos que a favor de determinadas opciones ideológicas. Es decir, al acercarse a las urnas la ciudadanía ejerce un “voto de castigo”: castiga la gestión de los gobiernos y no respalda a los candidatos del oficialismo y premia a los opositores.
Desde 2017, cuando se inició el actual periodo electoral (15 elecciones entre 2017 y 2019), ha habido triunfos oficialistas –los menos, en 4 de las 11 elecciones- pero ello se ha dado en países con gobiernos de corte autoritario (Venezuela y Honduras) o en naciones que han vivido circunstancias muy especiales (Costa Rica y Paraguay). Por el contrario, la mayoría han sido victorias opositoras. Eso es lo que ha ocurrido en 7 de los 10 países en los que ha habido cita ante las urnas: Brasil, Colombia, México, El Salvador en Panamá y Guatemala y, finalmente, en las primariAs argentinos.
De hecho, los últimos siete comicios se han saldado con triunfos opositores. Los candidatos oficiales recibieron duros castigos (en El Salvador, el FMLN fue el tercero más votado y en México el PRI en el poder quedó a treinta puntos del vencedor) o no lograron acceder a la segunda vuelta (Colombia).
Asimismo, igual que el calificativo “giro a la izquierda” era simplificador y pasaba por alto las diferencias entre los diferentes componentes de esa “izquierda”, el término giro a la derecha esconde igualmente importantes diferencias y contrastes.
Las diferentes izquierdas (el nacional-populismo de un Hugo Chávez, y sus herederos, por un lado, y el centroizquierda bacheletista y lulista por otro) no podían ser englobadas bajo un mismo paraguas ideológico. Como recordaba Enrique Krauze, la izquierda moderada ha llevado la modernidad y el progreso a los países en los que ha gobernado, mientras que la izquierda nacionalista y populista ahoga las libertades: “En América Latina (como en España con el PSOE) las grandes reformas las han hecho, por lo general, gobiernos de izquierda que abandonan toda retórica revolucionaria a cambio de la vía reformista, adoptando esquemas liberales o socialdemócratas… Los mismos países que hace unos años levantaron su voz airada en el golpe de Honduras, han permitido que en Venezuela y otros países de ALBA se ahoguen las libertades cívicas hasta volver impracticable a la democracia”.
De igual manera, a lo largo de estos años han emergidos diferentes derechas: de carácter centrista como la de Macri en Argentina o Piñera en Chile; otra de carácter más conservadora (Duque en Colombia); una derecha dura y ultranacionalista en Brasil (Bolsonaro); de formas abiertamente autoritarias en Honduras (Juan Orlando Hernández) e incluso una derecha aliada de figuras que proceden de la izquierda como en El Salvador donde GANA (escisión de la derechista ARENA) respaldó a Nayib Bukele quien procedía del izquierdista FMLN.
Como apunta Simón Pachano, lo que el nuevo escenario latinoamericano desvela es el triunfo de la heterogeneidad sobre supuestas oleadas izquierdistas o derechistas: “que llegó a su fin el giro a la izquierda en América Latina era una afirmación que nadie discutía en los últimos años. La evidencia eran los gobiernos de derecha y de centroderecha establecidos en Argentina, Brasil, Chile, Ecuador y Paraguay, así como el desastre de Venezuela y la deriva sin brújula de Nicaragua. Del amplio aunque heterogéneo grupo que pintó de rosa el mapa continental solamente quedaban Bolivia y Uruguay. Pero el triunfo de López Obrador en México, los resultados de las elecciones primarias argentinas y las encuestas favorables a Evo Morales en Bolivia demuestran que el tema ya no puede ser tratado como olas que van en una u otra dirección. Más bien, parece que el panorama que se va dibujando hacia el futuro se caracterizará por la heterogeneidad”.