Rafael Alba (ALN).- El portal de vídeos de Google intenta recomponer su relación con las tres grandes discográficas globales. Todo parece a punto para el nuevo servicio de streaming de pago por subscripción que YouTube quiere lanzar antes de fin de año.
Hablemos claro. La tarta existe. O existirá. Sí. Se trata de esa gran tarta que sumará más de 104.000 millones de dólares (85.091 millones de euros) dentro de 10 años, según los cálculos del banco de inversión estadounidense Goldman Sachs, y que todos los actores de la nueva gran industria musical global se preparan para devorar. Pero los términos en los que esa riqueza tiene que ser repartida no están ni mucho menos claros aún. Y el que más y el que menos busca fórmulas para aumentar el pedazo que le corresponde. A veces, al límite de la legalidad y otras bordeando todas las líneas rojas que marca la ética empresarial.
La tentación es fuerte, desde luego. La cifra supone algo más del 10% del Producto Interior Bruto (PIB) español de un año. Y podría parecer que todo vale. Pero algunas estrategias, quizá aplicables en otros negocios, tal vez no funcionen en este. No, por lo menos, mientras las técnicas de marketing digital apunten a la relación especial que los artistas mantienen con sus fans, como base indispensable para crear las comunidades de clientes que deben hacer fluir el dinero. Porque al final son, sobre todo, las grandes estrellas, ese 1% de la mano de obra que acapara el 77% de los ingresos, quienes aportan el combustible indispensable para que esta industria que se nutre, sobre todo, de sueños siga en marcha.
Esa gran tarta sumará más de 104.000 millones de dólares dentro de 10 años y todos los actores de la nueva gran industria musical global se preparan para devorarla
Las grandes compañías tecnológicas que han diseñado el campo de juego virtual en el que se desarrolla el partido han tardado algún tiempo en darse cuenta de que en este deporte, la reputación -la buena reputación- es un capital absolutamente necesario para competir. Sobre todo porque, en ocasiones, los rivales tienen una gran capacidad de influir en los medios de comunicación y propagar su mensaje por las redes sociales. No es fácil ganar si el enemigo cuenta con el concurso de figuras tan populares como, por ejemplo, la gran Taylor Swift. Y si no que se lo digan a Spotify que tuvo que enfrentarse a la mayor crisis de su historia cuando la diva decidió retirar todo su catálogo de la plataforma porque estaba en desacuerdo con el dinero que se llevaba a cambio de las escuchas de sus canciones.
Pero eso ya es historia. Ahora Spotify vive una verdadera luna de miel con las majors y las grandes independientes y, de momento, se las apaña para sortear las quejas de los artistas. Que, por supuesto, persisten. En los últimos tiempos, la tecnológica que preside Daniel Ek hasta parece haber conseguido imponer su relato, porque algunas estrellas, como Enrique Iglesias, han empezado a movilizar a sus ejércitos de abogados contra las discográficas –Universal en este caso- para reclamar unos ingresos que no les llegan, porque sus compañías y los entramados editoriales de que se sirven, sí han cobrado de la empresa sueca, pero no han sido justas a la hora de repartir.
Así que, de repente, toda la presión parece haberse concentrado en otro de los grandes gigantes tecnológicos que también lleva años lucrándose gracias a las canciones. Y que hasta ahora había logrado mantener un apetecible perfil bajo. Nos referimos a Alphabet, claro. Esa empresa cotizada a la que todos conocemos mejor por el nombre de uno de sus activos más preciados, el buscador Google. Y más concretamente a YouTube, su hiperpopular portal de vídeos. Una de las plataformas favoritas de la generación millennial a la hora de escuchar música por streaming en sus teléfonos móviles inteligentes. Sucede que, aunque en teoría las canciones no eran la parte esencial del negocio, en la práctica sí se han constituido en uno de sus principales atractivos. Con o sin imágenes.
Y YouTube paga muy poco a los titulares de los derechos de la música que escuchan sus usuarios. Sólo 0,0006 dólares (0,00048 euros) por click. Unas 6,3 veces menos que lo que paga Spotify, que ni siquiera se encuentra entre las compañías que mejor remuneran a los suministradores reales de los servicios que explotan. Así las cosas, el fuego graneado de las críticas directas a la plataforma de vídeos de YouTube se ha intensificado. Desde todos los frentes. Pero algunos disparos son más certeros que otros.
Protección contra la tormenta
Para protegerse de la tormenta YouTube contrató en diciembre de 2016 a Lyor Cohen, un alto ejecutivo que conoce bien el sector tras trabajar como manager de grandes del rap, Jay Z y Run DMC, entre otros, y haber ejercido media docena de cargos en otras tantas discográficas y promotoras. Cohen ha conseguido cerrar nuevos acuerdos, que incluyen aumentos de la remuneración por derechos, con Warner, Universal y Sony, a cuyos responsables ha prometido también que su compañía lanzará un nuevo servicio de pago a finales de año, cuyo nombre provisional será Remix. Si la iniciativa tiene éxito habría posibilidades de que la retribución que se paga a los titulares de los derechos aumentase a medio plazo.
La ira de las grandes estrellas ha empezado a deteriorar la imagen de la plataforma de vídeos de Google, que necesita desesperadamente publicidad positiva
Sin embargo, nadie tiene muy claro que los responsables de Google estén demasiado preocupados porque esta iniciativa triunfe o no. Es más una concesión a las discográficas, las editoriales y los artistas que otra cosa. Sobre todo porque es difícil poner puertas al campo, ya saben. Y esa es una de las grandes bazas de la plataforma de vídeos a la hora de elaborar argumentarios para enfrentarse a las críticas de los titulares de derechos. Uno de los principales atractivos de YouTube es que no hay restricciones para los contenidos disponibles. De una u otra forma, los usuarios pueden encontrar casi cualquier canción aquí. Incluso muchas de las que no están incluidas en el ya inmenso catálogo de Spotify. Y han proliferado las aplicaciones que facilitan la confección de playlist musicales para smartphones, del estilo de Streamsquid, que priman la música y minimizan la reproducción de los vídeos.
Además, Google consiguió librarse de las batallas cruentas por el fraude contra los derechos de autor, gracias a su acreditada capacidad para entenderse con los habitantes del Washington profundo. Por ahora, la responsabilidad real de YouTube sobre las violaciones del copyright que se producen en su interior es mínima. Y sus buenos contactos políticos han logrado que esa situación se mantenga. Pero los esfuerzos de los creadores pueden empezar a derribar algunas barreras. Sobre todo, desde que un grupo cada vez más numeroso de estrellas intergeneracionales, en el que milita el mismísimo Paul McCartney, ha empezado a moverse y a denunciar públicamente la situación por medio de comunicados y cartas abiertas que han incendiado las redes sociales.
En este contexto endiablado, la ira de las grandes estrellas ha empezado a deteriorar la imagen de la plataforma de vídeos de Google, que necesita desesperadamente publicidad positiva procedente de los artistas más queridos por los fans. Y se ha puesto a conseguirla. Cueste lo que cueste. Según una reciente información publicada por la agencia Bloomberg, YouTube está invirtiendo buenas cantidades de dinero en cerrar acuerdos con algunas estrellas a las que proporciona financiación para la confección de vídeos y presupuestos promocionales, a cambio de que “hablen bien” de la plataforma. Y elogien, además, su política de pagos.
La estrategia se estaría concentrando en los artistas favoritos de los millennials. Las estrellas que vienen. Cracks de la nueva música urbana como el latino Ozuna, o divas del pop intergeneracionales como Katy Perry, que incluso han llegado a grabar documentales específicos para la plataforma y a participar en eventos corporativos de la marca. Cobrando, desde luego. Y muy bien, según se dice, ya que las cifras concretas no han llegado a desvelarse.
De modo que si algo está claro a estas alturas es que los responsables de Google quieren estar presentes en la anunciada nueva edad de oro de la industria musical que parece estar por llegar (Leer más: Wall Street anticipa una nueva edad de oro para la industria musical).
Pero no tienen ninguna necesidad, de momento, de montar un nuevo servicio de streaming de pago que compita con nadie. ¿Para qué? Ellos cuentan, desde hace tiempo, con un caballo ganador. Se llama YouTube y les costó 1.650 millones de dólares (1.327,27 millones de euros) hace 12 años. Una cantidad que ya está más que amortizada.