Pedro Benítez (ALN).- Ayer no fue la irreductible clase media caraqueña la que se alzó en Barinas, fueron los jóvenes barineses nacidos y criados durante los largos años de poder de la familia Chávez en ese estado del sur del país. No importa la represión ni las amenazas, la protesta popular no para en Venezuela. Luego de 52 días de protestas continuas en Venezuela, solo ayer lunes se reportaron manifestaciones contra el Gobierno en 14 estados del territorio nacional. La táctica que se inventó Hugo Chávez, “candelita que se prenda, candelita que se apaga”, no está funcionando con Nicolás Maduro. Si reprimen en San Antonio de los Altos, cerca de Caracas, se levantan las ciudades de Barinas, Valera y Guanare al día siguiente. Barinas es la ciudad donde viven los Chávez. Envían tropas al Táchira y surgen protestas en 10 estados más. Se calman Los Teques y Valencia, pero reaparecen las protestas en El Paraíso, El Valle y otros sectores de Caracas. Un día es Coro, Barquisimeto, El Tigre o Lechería. O sea, el oriente, el occidente, el sur, los llanos, los Andes. El país.
Ni el más impetuoso dirigente opositor imaginó alguna vez una movilización nacional de estas magnitudes.
Cualquier observador más o menos equilibrado tendrá que concluir que la estrategia del Gobierno para aplacar las calles no está funcionando. No importa lo que hagan los organismos de seguridad del Estado o las amenazas que profieran los voceros oficiales.
Ni el más impetuoso dirigente opositor imaginó alguna vez una movilización nacional de estas magnitudes
Por el contrario, cada acción o declaración desde la vocería oficial es una provocación, en particular por parte de Nicolás Maduro, que se niega a admitir el profundo malestar que domina a la sociedad venezolana. Santa Rosa (Isla de Margarita) y San Félix (estado Bolívar) fueron avisos; ahora avisó Barinas, cuyos gobernadores desde que Chávez tomó el poder han sido su padre y un hermano, ahora ministro.
No son acciones terroristas, es un levantamiento popular nacional. Esto no había ocurrido ni en la Independencia. Pero lo más peligroso es que el Gobierno se crea su propio relato. Insistir en imponer la Constituyente es echarle más gasolina a la candela. Ayer en la rueda de prensa ofrecida por el ministro Ernesto Villegas y la canciller Delcy Rodríguez, una periodista de TeleSur (paradójicamente el canal promovido por Chávez para competir con CNN) hacía la pregunta clave: Si la oposición no quiere ir a un diálogo con el Gobierno, ¿por qué la Constituyente sí va a ser un espacio para el entendimiento?
Por supuesto que ninguno de los representantes del gabinete ejecutivo respondió a la interrogante, imposible en boca de ellos, puesto que la lógica oficial con la que se pretende justificar un nuevo proceso constituyente es sencillamente absurda. El conflicto venezolano no se puede resolver sin tomar en cuenta, no a la otra parte del país, sino a la abrumadora mayoría del país.
No es la oposición, es el pueblo
Con un agravante adicional, ya esto no es un problema con la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) o la Asamblea Nacional, es con la determinante mayoría social. Decirles a los venezolanos que todo se queda igual, con las mismas caras y el mismo discurso, es alentar la protesta. Esa es la oferta de Maduro.
No son acciones terroristas, es un levantamiento popular nacional. Esto no había ocurrido ni en la Independencia
Todo indica que el alto Gobierno va a insistir en mayores dosis de represión contra una población civil a la que considera y trata como terrorista. Y toda también indica que la población objeto de esta represión hará lo que ha hecho hasta ahora: desafiar con más protestas. Por consiguiente, a los venezolanos les esperan días todavía más difíciles.
El chavismo en el poder se acostumbró a la estratagema del ladrón que grita “allá va el ladrón”. Ese fue el libreto del 11 de abril de 2002, fecha en que cayó Hugo Chávez del poder; de 2014 y también el de ahora.
Puede que estemos viendo un 11 de abril pero a escala nacional. Porque aquel 11 de abril se concentró en Caracas. La única manera de detener la espiral es dejar que el cambio ocurra por su vía lógica, esa misma que Maduro intenta evadir para salvarse él.