Antonio José Chinchetru (ALN).- En poco más de un año, el gobierno de Xi Jinping ha conseguido que tres países cercanos a EEUU rompan relaciones diplomáticas con Taiwán y las establezcan con China. Pekín ha puesto todo su potencial económico al servicio de una política cuyo objetivo es convertirse en la potencia hegemónica mundial.
La preocupación de la Casa Blanca por la creciente influencia de China en América Latina no responde a los delirios de un presidente nacionalista, que lo es, como Donald Trump. El gigante asiático no se mueve en la región tan sólo por los negocios, la influencia que está ejerciendo en la zona es cada vez más política. El presidente-emperador Xi Jinping aspira convertir a su país en la nueva potencia hegemónica mundial (Ver más: La entronización imperial de Vladimir Putin y la de Xi Jinping corren en paralelo). Y los países situados al sur de Estados Unidos forman parte de su estrategia para lograrlo.
Es tradicional que las grandes potencias usen su influencia política con el fin de sacar réditos económicos y comerciales para las empresas del país. Sin embargo, en otros casos funciona al revés. Es la promesa de grandes inversiones y un trato preferente en los negocios bilaterales la que se usa para lograr réditos políticos. Y eso es lo que está haciendo Pekín en América Latina, en especial en la región central.
La penetración económica china en Centroamérica ha estado acompañada de una ofensiva política de gran magnitud
La penetración económica china en Centroamérica y el Caribe ha estado acompañada de una ofensiva política de gran magnitud destinada a establecer relaciones diplomáticas con la mayor cantidad posible de países de la región. No es un asunto menor para Pekín. De hecho, en China ni tan siquiera se considera que eso forme parte de la política exterior. Para el gigante asiático es un asunto interno donde pesa mucho el elemento nacionalista.
El motivo es que ese establecimiento de relaciones diplomáticas implica de forma automática la ruptura de las que mantiene el otro país con Taiwán (oficialmente, República de China). A diferencia de lo que ha ocurrido en otros casos de naciones divididas en dos Estados (por ejemplo, la Alemania previa a la reunificación o Corea del Norte y Corea del Sur), es imposible mantener relaciones diplomáticas plenas con dos Chinas. El régimen de Pekín considera a la isla con capital en Taipéi como una “provincia rebelde”.
Es tal la importancia que la oficialmente República Popular de China da a esta cuestión que entre los numerosos títulos que ostenta Xi Jinping está el de “jefe del Grupo Central de Liderazgo para Asuntos de Taiwán” (Ver más: Xi Jinping aumenta su poder y avanza en el viaje desde el comunismo chino hacia el fascismo). Por todo ello, cada vez que un país rompe relaciones con Taiwán para establecerlas con la China continental se trata de una victoria política del régimen del Partido Comunista y un triunfo personal del presidente-emperador.
Derrota diplomática para EEUU
En 1990 apenas quedaban 28 países en el mundo que mantenían relaciones diplomáticas con Taiwán. 13 están en América Central y el Caribe, y uno más en América del Sur. En la actualidad ya son sólo 17, nueve de ellos latinoamericanos o caribeños. La década pasada China se apuntó dos tantos en la zona: Granada en 2005 y Costa Rica en 2007. Más importantes son los acontecimientos recientes.
Con la llegada de una mayor relación comercial, incluyendo acuerdos de libre comercio, China logró atraer a su campo a Panamá en 2017. Y este año lo ha conseguido con El Salvador y República Dominicana. En el conjunto del continente americano, tan sólo mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán: Belice, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Paraguay, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, y San Vicente y las Granadinas. Es de prever que Pekín siga usando su potencia económica para lograr que alguno de estos países rompa con la que considera “provincia rebelde”.
El giro dado respecto a China por parte de varios países centroamericanos en poco más de un año es una derrota diplomática para EEUU. Washington dejó de reconocer en 1979 a Taiwán como la China legítima para establecer relaciones diplomáticas con Pekín (en una política destinada a debilitar a la URSS, puesto que la otra gran potencia comunista ya se había alejado de Moscú y estaba enfrentada a los soviéticos). A pesar de ello, mantiene sólidos vínculos con Taipéi, a cuyo gobierno Donald Trump considera un firme aliado.
El objetivo de Xi Jinping es aumentar la influencia política de su país y debilitar la de EEUU y sus aliados
La partida que está jugando Xi Jinping en América Central y el Caribe va, por lo tanto, mucho más allá de la lucha por convertir a China en la mayor potencia económica mundial. El objetivo es aumentar la influencia política del país y debilitar la de EEUU y sus aliados. Está librando la batalla por lograr la hegemonía mundial.
No es de extrañar, por tanto, que la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos señale a la penetración china como uno de los grandes desafíos que tiene que enfrentar en el Hemisferio Occidental (Ver más: La penetración rusa y china es el gran desafío a EEUU en América Latina y el Caribe). Tampoco resulta llamativo que Donald Trump proclamara este martes en la ONU: “Ha sido la doctrina de nuestro país desde el presidente (James) Monroe: rechazar la injerencia de naciones externas en este hemisferio y en nuestros propios asuntos”. De hecho, gran parte de la acción exterior de Washington en el continente americano está destinada a activar una nueva versión de la Doctrina Monroe (Ver más: EEUU decide enfrentar a Rusia y China en América).