Rafael Alba (ALN).- La prodigiosa máquina se llama Endel y genera paisajes sonoros a la carta para contribuir a la relajación de los usuarios. Los primeras cinco mixtapes elaborados por este prodigio de la inteligencia artificial ya pueden escucharse en las principales plataformas de streaming.
Es cierto. A veces los deseos pueden convertirse en realidad gracias a los avances tecnológicos. Y si no se lo creen, pregúntenle a cualquier ejecutivo moderno de la industria de la música global que tengan a mano. Hablen con uno de esos responsables jerárquicos de las grandes discográficas actuales. Unas compañías que, paulatinamente, se han ido convirtiendo en simples oficinas de gestión de los ingresos derivados de la emisión de contenidos sonoros en los entornos digitales. Esos sufridos recolectores de la cosecha generada por los repertorios de música grabada que controlan las empresas en las que trabajan. Ellos, en fin, que son ahora unos seres felices, bendecidos por la diosa Fortuna. Sobre todo si trabaja en Warner y forma parte del equipo de Edgar Bronfman Jr. Un grupo compacto de soñadores (y soñadoras) que anda flotando por las mesas de las oficinas centrales de la compañía, situadas en el distrito neoyorquino de Broadway.
Piensen en una máquina implacable que fabricara melodías, ritmos y armonías como churros tras extraer alguna que otra piedra preciosa en las inmensas minas del big data sonoro que se encuentran esparcidas por la inmensidad oceánica de internet. Pues esa lámpara maravillosa existe ya. Se llama Endel
Hombres y mujeres con suerte que acaban de ser merecedores del privilegio de ver cómo se materializa ante sus ojos el sueño más hermoso que tuvieron nunca. ¿Se lo imaginan ya? Seguro que sí. Sobre todo si antes de empezar a leer se han detenido a mirar el título de esta pieza. ¿Todavía no lo saben? Vamos, inténtenlo, es francamente fácil. Piensen en un robot, o en un algoritmo si les place, capaz de componer e interpretar música a la carta sin la intervención de ningún ser humano en el proceso. Una máquina implacable que fabricara melodías, ritmos y armonías como churros tras extraer alguna que otra piedra preciosa en las inmensas minas del big data sonoro que se encuentran esparcidas por la inmensidad oceánica de internet. Pues esa lámpara maravillosa que no necesita la intermediación de ningún genio para generar miles de deseos inconfesables existe ya. Se llama Endel y, de momento, es sólo una app, de apariencia inofensiva, que elabora sonidos a la carta para ayudar a los usuarios a reducir el estrés.
Pero es a la vez mucho más que eso, porque es la primera de una especie que ha llegado para quedarse. Y que, quizá, esté destinada a conquistar y colonizar las plataformas de streaming. Endel no es uno de esos experimentos que se narran de vez en cuando en los medios de comunicación para describir un futuro probable en el que los robots y la inteligencia artificial se encarguen de realizar casi todo el trabajo pesado. Ni una simple especulación pseudocientífica de uno de esos gurús tecnológicos de moda, empeñados en profetizar el necesario final de la humanidad tal y como hoy la conocemos. En absoluto. Es una realidad que funciona a la perfección y que ya ha publicado sus primeros trabajos. Se trata de cinco álbumes completos, cada uno de los cuales incluye más de 20 canciones de alrededor de dos minutos de duración. Forman parte de una de las cuatro líneas de trabajo en las que opera este peculiar compositor, la que selecciona mundos sonoros destinados a ayudar a conciliar el sueño a los oyentes, denominada muy acertadamente Sleep.
Endel y la música electrónica
Estos mixtapes iniciales se titulan Noche despejada, Noche lluviosa, Tarde nublada, Noche nublada y Mañana brumosa, respectivamente. Y, según algunos críticos, como Raúl Guillén de la página web española Jenesaispop.com especializada en música moderna de corte comercial, el contenido es bastante bueno, hasta el punto de que él “apostaría a que fans de artistas como Nils Frahm, Fennesz o Max Richter pueden quedar encantados”. Así que no estamos ante una simple anécdota, porque este experto ha comparado el trabajo de Endel con el de algunos compositores de música electrónica y de vanguardia minimalista con bastante tirón entre los aficionados a este género que desde hace tiempo no podría considerarse exactamente como minoritario. Aunque quizá lo mejor sea que ustedes mismos lo escuchen y se formen su propia opinión. Les resultará fácil, porque la música de esta máquina prodigiosa se encuentra ya a un solo click de distancia en Apple Music, Spotify o Deezer.
Es también un trabajador ejemplar dispuesto a producir incansablemente, por supuesto, siempre a las órdenes de sus programadores. Una posibilidad que seguramente no desagradaría del todo al grupo actual de accionistas de referencia de Endel, entre los que se encuentran artistas como Jillionaire
En las próximas semanas, Warner publicará otros 15 álbumes compuestos y elaborados por Endel hasta completar el total de 20 incluidos en este primer contrato. Serán otros tres ciclos de cinco títulos cada uno, centrados esta vez en las otras áreas temáticas en las que, por el momento, se concentra el trabajo de esta app: la relajación, las bandas sonoras perfectas para acompañar los paseos y el ejercicio físico moderado y la música pensada para potenciar la productividad y ayudar a los usuarios a concentrarse en el trabajo. Todo muy concreto y útil, como ven. Y mucho menos inocente y anecdótico de lo que puede parecer a primera vista, porque este algoritmo se ha desarrollado dentro del programa Techstar Music, un acelerador de proyectos tecnológicos relacionados con la música del futuro que impulsan varios fondos de inversión estadounidenses, compañías discográficas como la citada Warner o Sony y multinacionales con posición dominante en el sector de la distribución comercial on line, como Amazon.
Y aunque no parece que la idea inicial del grupo de ingenieros alemanes que ha diseñado esta app fuera dejar establecida la próxima fórmula para alcanzar el éxito en la competitiva industria del pop global de nuestros días, probablemente se hayan acercado bastante. Porque la siguiente vuelta de tuerca tecnológica puede conducirnos directamente hasta una nueva app al alcance de cualquier propietario de un teléfono móvil, a través de Applestore o Google Play, diseñada para generar ambientaciones sonoras al momento, según las peticiones concretas de los usuarios, y también capaz de componer, si se le solicita, álbumes completos de orientación temática, listos para sonar en cualquier plataforma de streaming, acumular millones de clicks y asaltar las listas de éxitos.
Un avezado compositor de canciones virales que jamás reclamaría derechos de autor y que reproduciría al minuto, y tantas veces como hiciera falta, las características propias de cualquier estilo de moda.
Jillionaire impulsa el proyecto
Y también un trabajador ejemplar dispuesto a producir incansablemente, por supuesto, siempre a las órdenes de sus programadores. Una posibilidad que seguramente no desagradaría del todo al grupo actual de accionistas de referencia de Endel, entre los que se encuentran artistas como Jillionaire, uno de los tres componentes del grupo jamaicano de música electrónica Major Lazer que completan Diplo y Walshy Fire. El mal, o el bien, según como se mire, ya está hecho y el apocalipsis que parece esperar a la configuración actual de los mercados laborales, quizá también afecte a algunas actividades tan supuestamente humanas como aquellas que se relacionan directamente con el arte y la cultura. Aunque quizá eso sean palabras mayores y debamos conformarnos con hablar de las industrias relacionadas con el ocio y los espectáculos, por lo menos, de momento. Y, sin embargo, no convendría perder de vista que esta irrupción de la inteligencia artificial en la música es una verdadera revolución que anuncia la llegada de poderosos vientos de cambio.
Endel es una realidad que funciona a la perfección y que ya ha publicado sus primeros trabajos. Se trata de cinco álbumes completos. Forman parte de una de las cuatro líneas de trabajo en las que opera este peculiar compositor, que selecciona mundos sonoros destinados a ayudar a conciliar el sueño a los oyentes, denominada muy acertadamente Sleep
Piénsenlo bien. Con la generalización del autotune como complemento indispensable de la voz solista que se ha producido en los últimos años desde que el genio Kanye West lo introdujera en sus trabajos más brillantes, y con las incipientes giras virtuales de espectáculos protagonizados por hologramas de viejas estrellas fallecidas, quizá tampoco haría falta poner al frente de las operaciones a ningún divo o diva caprichoso o caprichosa para que diera la cara. Ni sobre el escenario ni en los vídeos. Y ahora tampoco en los estudios de grabación. Se acabaron los dolores de cabeza y los costes estratosféricos para una industria que tuvo que reinventarse cuando internet arrasó su zona de confort y los amplios y adictivos márgenes de negocio de los que disfrutaba en su edad dorada. Así que habría algo de justicia poética para la industria en este futuro distópico en el que los artistas, lo que siempre pierden, volverían a ser una especie en peligro de extinción.
Se acabó lo de vivir bajo la amenaza permanente de las malvadas sociedades de gestión de derechos de autor y sus constantes exigencias. Y de los divos y las divas que componen ese escaso 1% de profesionales de la música con capacidad para imponer sus criterios en los contratos que firman con las grandes multinacionales. Hasta se acabaron esos aventureros sin contrato discográfico que se atreven a buscarse la vida en la más absoluta independencia conectando directamente con el público. Con las máquinas inteligentes haciéndose cargo del trabajo creativo que proporciona la gasolina indispensable para que el negocio del espectáculo siga en marcha, las operaciones se simplificarían mucho y todo sería rentabilidad inmediata para los accionistas. ¿Verdad? Así que más vale dejar aparcadas esas obsesiones románticas, propias del siglo XIX, que mantienen algunos melómanos irreductibles. ¿Que lo mismo todo termina por sonar igual, homogéneo, ramplón y sin personalidad alguna? Y ¿a quién le importa eso, al fin y al cabo? ¿O es que nadie se ha dado cuenta de que está pasando ya? Y la cosa tiene mucho mérito, amigos. Porque ni siquiera ha hecho falta que las máquinas tomaran el control para conseguirlo.