Rafael Alba (ALN).- El precio de las acciones de la compañía sueca ha caído 33% desde las cifras máximas alcanzadas el pasado mes de julio. Los agentes del mercado presionan para forzar a las plataformas de streaming a adoptar estrategias más agresivas y apostar por la contratación directa de artistas.
¿Se acabó la fiesta? Quizá no. Pero sí es probable que haya que salir a buscar hielo para las próximas copas. El momento dulce, y quizá burbujeante, que parecía vivir la industria de la música global en los últimos dos años empieza a disiparse por culpa de ciertas amarguras recientes. La fiebre no ha subido mucho, pero los termómetros ya marcan algunas décimas que pueden requerir un tratamiento rápido para que el enfriamiento no termine por dejar fuera de juego al enfermo. Al fondo de la escena, además, empieza a escucharse el aleteo de algunos fondos-buitre que huelen negocio. Hay procesos de consolidación en marcha y se anuncia la entrada de nuevos jugadores en el terreno que pueden cambiar tanto la orientación del partido como la nacionalidad dominante del poder financiero implicado en el juego. Hace mucho tiempo que al hablar de música no estamos hablando sólo de sonido. Las industrias de la moda y de los cosméticos, las tecnológicas y las marcas relacionadas con el consumo también cuentan. Y quizá por eso, en este mismo momento, hay mucho interés por saber cómo capean las plataformas de streaming, en general, y Spotify en particular, la primera gran tormenta con la que tienen que enfrentarse, tras haber alcanzado la gloria la pasada primavera.
Entre julio y noviembre de este año, los títulos de Spotify se han depreciado 33%. Ahora la acción cotiza a 131,31 dólares (115,96 euros), muy lejos de los 196,28 dólares (173,34 euros) que llegó a valer en julio
Ocho meses después de su espectacular desembarco en Wall Street, la trayectoria de Spotify en Bolsa parece hacer buenas todas las cautelas con las que muchos expertos independientes afrontaron la espectacularidad del indiscutible éxito de aquella operación. De hecho, en los primeros cuatro meses de negociación, la revalorización imparable del precio de las acciones de la compañía sueca (más de un 24%) dio la impresión de estar a punto de convertir en papel mojado todos los informes moderadamente pesimistas que hacían hincapié en los riesgos y los problemas sin resolver que podían contribuir a oscurecer el panorama y terminar con los días soleados y felices en los que se desenvolvían tanto Daniel Ek, el principal responsable de la firma, como sus asesores más cercanos, todos ellos convertidos en estrellas de la nueva economía gracias a la riqueza que les aportó su estrategia ganadora. Pero las cosas se torcieron en cuanto terminó el verano y, desde entonces, la tónica bajista y la presión de las ventas han provocado un cambio de tendencia en la cotización de las acciones de la empresa.
Los últimos números de la vieja historia de supuesto éxito bursátil son francamente malos. Y las alarmas han empezado a sonar con insistencia en los despachos de la gran banca de inversión que apostó fuerte por la empresa. Entre julio y noviembre de este año, los títulos de Spotify se han depreciado 33%. Ahora la acción cotiza a 131,31 dólares (115,96 euros), muy lejos de los 196,28 dólares (173,34 euros) que llegó a valer en julio. Y esta caída no está relacionada con ese nuevo ambiente pesimista que ha empezado a afectar al mundo de las altas finanzas ante las incertidumbres que el nacionalismo económico y las guerras comerciales parecen sembrar en la economía mundial. Es cierto que la euforia se ha frenado, pero de momento en Wall Street los brokers mantienen la calma. Las ventas de papel que castigan a la plataforma de streaming no tienen un carácter generalizado. Y la prueba es que en ese mismo periodo de tiempo que parece haber resultado letal para la compañía sueca, el índice Dow Jones, la principal referencia de la Bolsa neoyorquina, ha caído sólo un 2,6%. O lo que es lo mismo, 12,7 veces menos. Mal asunto.
Spotify tendría peso en el Ibex 35
Esas cifras pueden provocar una reorientación de las carteras de inversión y afectar los planes inmediatos del resto de los pilares empresariales de la industria musical. Desde las empresas de la competencia, entre las que destacan Apple Music, YouTube y Tidal, hasta las discográficas o las compañías del segmento de la música en directo. Aun así, todavía no es el momento de arrodillarse y rezar. Las cartas que llegan son malas para Ek y los suyos pero queda mucha partida. Incluso tras el desplome, Spotify sigue siendo una empresa poderosa, de capitalización media, que vale unos 23.790 millones de dólares (21.010 millones de euros), según los datos de Bloomberg. La cifra permitiría, por ejemplo, que la empresa sueca formara parte del exclusivo club hispano de las compañías que cotizan en el Ibex 35, el índice selectivo de la Bolsa española. De hecho, ocuparía el décimo lugar del ranking, ligeramente por detrás de Aena, Repsol y Caixa Bank, y justo por delante de Gas Natural. Sin embargo, parece claro que Ek va a tener que cambiar la estrategia. Y jugar un poco más duro de lo que lo ha hecho hasta ahora.
Esas cifras pueden provocar una reorientación de las carteras de inversión y afectar los planes inmediatos del resto de los pilares empresariales de la industria musical. Desde las empresas de la competencia hasta las discográficas
Es cierto que Spotify aún se mantiene por delante de la competencia. Tiene ya 87 millones de subscriptores premium, cuatro millones más que en junio, y un total de 191 millones de usuarios, pero el avance en la captación de nuevos clientes va más lento de lo que se esperaba. Además, Apple Music, con más de 50 millones de oyentes de pago, y YouTube también avanzan. El nuevo servicio de escucha a la carta de la plataforma de vídeos (YouTube Music) es una amenaza real de futuro, aunque, por ahora, no ha desarrollado todo el potencial de captación de clientes que se le supone. Pero este no es ni el único ni el principal problema de Daniel Ek. Este gurú de última generación sabe también que para ganar la carrera no le basta con mantener a toda máquina el ritmo de expansión territorial. Necesita recortar gastos, abaratar la factura de los pagos por derechos de uso del repertorio que enriquece a las discográficas y lastra su cuenta de resultados, porque supone 52% de sus ingresos por streaming. Sólo así podrá demostrar de una vez por todas que la empresa es capaz de generar beneficios a medio plazo. El crédito del que disponía hasta ahora se le acaba y, ante la reducida parte de todo este trasvase de riqueza entre usuarios y tenedores de derechos que llega a los autores y los intérpretes, vitales para el suministro de contenidos, algunas estrellas con catálogos imperecederos, como Led Zeppelin, por ejemplo, parecen plantearse la posibilidad de montar sus propios sistemas de streaming.
Pero las tres grandes de la industria del disco no parecen dispuestas a negociar un recorte en las tarifas. Ni las sociedades de gestión de derechos de autor tampoco. Las majors, y Merlin (entidad que representa a las grandes discográficas indies) acompañaron a Spotify en su travesía hacia Wall Street con la esperanza, que luego pareció demostrarse, de que el éxito del streaming les permitiera abandonar la crisis que les provocó la generalización de internet y la piratería, sumadas al gran colapso económico global que vivimos hace una década. Sin embargo, ahora no están dispuestas a hacer más rebajas. En los últimos cuatro meses, todas ellas hicieron caja con las acciones de la firma sueca que poseían. Warner y Merlin abandonaron súbitamente el barco con un botín de 504 millones de dólares (445,11 millones de euros) y 100 millones de dólares (88,31 millones de euros), respectivamente, correspondiente a las participaciones de 2% y 0,5% que tenían. Aunque, según los expertos, los indies liquidaron su parte demasiado pronto. Si hubieran esperado un poco habrían ganado mucho más. Sony vendió la mitad del 5,7% del capital que tenía por 768 millones de dólares (678,27 millones de euros) y Universal ha mantenido intacto su 3,5% inicial. Ambas siguen ahí, y seguirán aún un tiempo, porque ahora no parece un buen momento para vender. La decisión les ha costado ya conjuntamente unos 1.510 millones de dólares, que es lo que hubieran ganado en el caso de haber salido por completo del capital de Spotify cuando lo hizo Warner. Y la cifra aún puede aumentar un poco más todavía.
Liberty Media será un jugador decisivo
Pero aquí no sólo cuenta el dinero, estas empresas tienen sus propias agendas. Una de las prioridades es meter todos los palos posibles en las ruedas del grupo de directivos de Spotify para impedir que Ek y su gente de confianza escuchen el consejo reiterado que les llega desde los despachos de muchos bancos de inversión que apostaron por ellos. Quieren que la compañía sueca se lance de modo decidido por la contratación de sus propios artistas. Que sea cada vez más como Netflix, y no se limite a distribuir los contenidos de los demás. Eso chocaría con los intereses de las majors, desde luego. Y, aunque la empresa ha dado pasos tímidos en esa dirección, no parece plantearse aún entrar en el conflicto directo. Pero la caída del precio de la acción puede cambiarlo todo. Y hasta puede que al final, la plataforma de streaming se busque nuevos enemigos en el sector de las radiofórmulas y los medios tradicionales a quienes ya pone en problemas gracias a las cifras de audiencia de sus playlists. Pero puede complicarles mucho más la vida si desarrolla a fondo su línea de podcasts. Contenidos capaces de competir con los que proporcionan los medios tradicionales y en los que han fundamentado su riqueza algunas de las nuevas radios de pago, que se comercializan en internet o vía satélite y han llegado a ser tan poderosas como Sirius XM, una compañía a tener en cuenta de la que hablaremos un poco más en el siguiente párrafo.
Los bancos de inversión que apostaron por Spotify quieren que la compañía sueca se lance de modo decidido por la contratación de sus propios artistas. Que sea cada vez más como Netflix, y no se limite a distribuir los contenidos de los demás
Por ahora, la línea de defensa de Spotify contra la caída del precio de las acciones sigue basándose en la expansión territorial. Uno de los últimos movimientos ha sido ampliar el radio de acción a algunos mercados de Oriente Medio y el norte de África. Trece en total. Incluidos los Emiratos Árabes, Kuwait, Marruecos, Arabia Saudita y Egipto. En estas nuevas localizaciones, la plataforma de streaming ha adaptado su banda de precios al poder adquisitivo medio de la población, por lo que la cuota mensual de la subscripción premium oscila entre los cinco dólares (4,41 euros) que cuesta en Arabia Saudita y los tres dólares que se pagan en Egipto (2,64 euros). Y aún no ha renunciado a conquistar India, un mercado que se le resiste, por culpa de la dificultad para conseguir licencias de emisión, en lo que algunos analistas han interpretado como una represalia de las majors, limitada por ahora a este territorio, ante los avances en la contratación directa de artistas realizada por la compañía sueca.
Mientras tanto, las majors también se preparan para un futuro más incierto. Universal, en concreto, vive un momento decisivo. La filial de la compañía gala Vivendi, inicialmente una empresa dedicada a la gestión del agua, va a experimentar un cambio en su propiedad, una vez que los gestores franceses descartaron inicialmente su salida a Bolsa. Esta semana han anunciado el inicio del proceso de contratación de tres bancos de inversión para que les ayuden a encontrar comprador para el 50% del capital de la discográfica del que tienen pensado deshacerse. Y quieren hacerlo rápido. Todo parece indicar que la operación se completará pronto. Ya hay algunos interesados. Por ejemplo, Liberty Media. Un grupo estadounidense del que vamos a hablar mucho en los próximos meses porque aspira a convertirse en el primer gran conglomerado de la industria de la música global. Un monstruo de nueva creación con capacidad de captar ingresos en todos los caladeros disponibles. La empresa de John Malone, un serio aspirante a reinar en el mundo de los espectáculos de masas, empezó a darse a conocer mundialmente en 2016, cuando pagó 4.400 millones de dólares (3.885,9 millones de euros) por la compañía que controla el campeonato mundial de Fórmula Uno. Si al final se hace con la mitad de Universal, estará cerrando un círculo imperial en la industria de la música global que ha construido con cuidado y poco a poco. Hoy la empresa de Malone tiene el 34% de Live Nation, la mayor empresa mundial de espectáculos en directo, el 70% de la anteriormente mencionada Sirius XM y, a través de ella, el 100% de Pandora, una plataforma pionera en el streaming musical que ha logrado sobrevivir a pesar de las dificultades y por la que sus actuales propietarios pagaron no hace mucho 3.500 millones de dólares (3.091 millones de euros). O sea que Liberty va a estar presente, y con mando en plaza, en todos los puntos de la cadena de montaje de la gran fábrica global de sueños sonoros. ¿Será Malone ese Gran Hermano del que tanto hemos oído hablar? Habrá que seguirle la pista.