Rafael Alba (ALN).- Los ingresos de la industria global de la música se duplicarán en la próxima década, según un reciente informe de Goldman Sachs. La comunidad financiera sigue pendiente del esperado estreno bursátil de Spotify, previsto para mediados de este mismo año.
¿Quién lo iba a decir hace sólo dos años? Y, sin embargo, ha sucedido. El olor de las ganancias potenciales ha vuelto a impregnar a los altos ejecutivos de la industria musical y los banqueros de inversión de Wall Street llaman de nuevo a sus puertas en busca de comisiones. La esperada salida a bolsa de Spotify, prevista para mediados de 2018, podría ser el principio de una avalancha de beneficios que revitalizará la vieja mina, teóricamente agotada, gracias a las nuevas vetas puestas de manifiesto por el éxito tardío, pero confirmado por fin, de las plataformas de streaming.
Hay muchas fuentes de ingresos disponibles: la venta de merchandising, los conciertos, los talleres, los eventos, los derechos… Y eso se combina con las reducciones de costes conseguidas gracias al severo ajuste, de cerca de dos décadas, que ha adelgazado al monstruo hasta volver a ponerlo en forma. Digamos que, si se confirman las previsiones de los analistas, estamos en la fase inicial de una nueva edad de oro. Hasta el punto de que, a medio plazo, el volumen de negocio hasta podría superar las mastodónticas cifras de la década de los 90.
La esperada salida a bolsa de Spotify, prevista para mediados de 2018, podría ser el principio de una avalancha de beneficios que revitalizará la vieja mina
O eso es lo que piensan los expertos convencidos siempre de la veracidad de esa maravillosa frase motivacional que asegura que “dinero llama a dinero”. En concreto, estos son los principales argumentos de Lisa Yang, una analista de Goldman Sachs, cuyo informe titulado Music in the air, le pone cifras a todos estos anhelos de gloria, poder y dinero que mencionábamos antes. Según Yang, tras 20 años de penitencia, los pecados originales de las viejas discográficas habrían sido perdonados. Y ahora tocaría recoger el fruto de todos estos sacrificios.
La popularidad y los avances tecnológicos de las plataformas de streaming habrían puesto las bases para una segunda revolución digital en el sector que conseguirá casi duplicar sus ingresos en los próximos 10 años hasta alcanzar la bonita cifra de 104.000 millones de dólares (85.091 millones de euros), desde los escasos 53.900 millones de dólares (44.100 millones de euros). Nada más y nada menos que la décima parte del PIB español de un año.
Hay varios factores a considerar, en opinión de los analistas de Goldman. Para las plataformas está el aumento de los subscriptores de pago y de los ingresos publicitarios que convertirán en rentable la permanencia de los usuarios de los servicios gratuitos. Estas compañías, cuyo modelo de negocio ha estado en cuestión hasta hace muy poco, verán multiplicarse por 10 su facturación en esta década prodigiosa. De los 1.400 millones de dólares (1.145 millones de euros) actuales, a los 14.100 millones de dólares (11.536 millones de euros).
Millennials y Generación Z
Las mejoras en los sistemas de conexión y el inevitable relevo generacional que proporcionará un poder adquisitivo mayor a los millennials y sus hermanos mayores, los miembros de la castigada Generación Z, constituirán el caldo de cultivo adecuado para este crecimiento del negocio. Sin olvidarnos, por supuesto, de la siempre prometedora demanda potencial de los llamados mercados emergentes.
Además, para las discográficas la generación de un flujo de caja creciente y constante derivado de la explotación de sus catálogos, puesto que el 70% de la música que se consume está integrado en estas categorías. Gracias a eso su volumen de negocio ascenderá a 35.500 millones de dólares (29.045 millones de euros) en 2030 desde los escasos 15.000 millones de dólares (12.272 millones de euros) que suponía en 2015.
Y… chantatachan… hay muchos más motivos para alegrarse, porque según los sabios de Wall Street, los artistas, los compositores y los promotores de conciertos en directo van a ser los más beneficiados de toda esta lluvia de opulencia monetaria. Sus cuentas corrientes lucirán exuberantes, cuando la maravillosa revolución digital en marcha eleve sus ingresos anuales desde los 26.900 millones de dólares (22.009 millones de euros) actuales a los 42.900 millones de dólares (35.100 millones de euros) que lloverán del cielo, cuando el sector llegue a la tierra prometida.
El 1% de los artistas acapara el 77% de los ingresos
Pero no se alegren tan pronto. También hay motivos para cruzar los dedos. Sobre todo si usted es un artista de esos que no pertenecen a la élite digital global. Puede que a Beyonce le vaya de cine, como siempre, pero no espere usted que la fortuna le sonría también. Según otros analistas, como esos aguafiestas de guardia que escriben en The Atlantic, una de las publicaciones favoritas de los detractores de Donald Trump, ese aumento de las cifras del negocio musical se verá acompañado por la consolidación de una perversa tendencia actual. Ya saben. El 1% de los artistas acapara el 77% de los ingresos.
Pero así están las cosas, por el momento, y las campanas de fiesta parecen listas para sonar. Cuando escuchen su tañido recuerden, en cualquier caso, que Goldman Sachs es uno de los tres bancos de inversión que ha contratado Daniel Ek, el máximo responsable de Spotify, para que le ayuden a colocar en bolsa su compañía. Los otros son Morgan Stanley y Allen & Co.
La popularidad y los avances tecnológicos de las plataformas de streaming habrían puesto las bases para una segunda revolución digital en el sector
Además, las operaciones de venta de acciones de la plataforma de streaming a inversores privados realizadas por Goldman Sachs han contribuido a elevar hasta 16.000 millones de dólares (13.090 millones de euros) el valor estimativo de esta empresa que, si todo sucede como está previsto, empezará a cotizar en la Bolsa de Nueva York a través de una colocación directa. Unos matices que hace falta tener en cuenta a la hora de enfrentarse a estas previsiones tan favorables.
Aun así la fiesta ya ha sido convocada y algunos, los financieros, se frotan las manos. Otros, los profesionales del negocio más veteranos, se echan a temblar. Temen que un nuevo desembarco en el sector de los gurús del dinero termine tan mal como los anteriores. Tan mal, por ejemplo, como acabó EMI, la histórica discográfica en la que grabaron The Beatles, cuando fue adquirida primero por Citigroup, y luego por el fondo de capital privado Terra Firma que dirigía Guy Hand, un rey Midas de los bonos, las acciones y la deuda colateralizada, que perdió su toque cuando se puso a gestionar con criterios empresariales las carreras de los artistas que habían caído en sus manos.
Y aunque nadie sabe en realidad lo que vendrá, todos coinciden en que los augurios de devastación y hundimiento definitivo de la industria que realizaron los profetas del desastre en los primeros compases del siglo XXI no van a llegar a cumplirse.