Pedro Benítez (ALN).- En diciembre de 1963 Venezuela se encontraba a las puertas de un evento inédito en su historia; si las cosas salían como estaban previstas, por primera vez un Presidente elegido democráticamente le entregaría el Gobierno a otro elegido de la misma manera. El primer domingo de ese mes los venezolanos estaban convocados a votar por el sucesor de Rómulo Betancourt.
No fue una circunstancia fácil. El gobierno Betancourt (1959-1964) se vio obligado a superar serias dificultades económicas y varios intentos de golpe de Estado, tanto desde la derecha reaccionaria como desde la izquierda insurgente, así como la aparición de los primeros focos de la subversión castro comunista.
Las tensiones políticas le habían pasado factura al partido oficial, Acción Democrática (AD), que sufrió dos divisiones en el transcurso de esos años. Primero con la expulsión de un nutrido grupo de dirigentes juveniles en noviembre de 1960, que pasaron a fundar el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Luego, en 1962, una vieja disputa interna no resuelta daría pie a la aparición de dos direcciones políticas que reclamaban la representación de la organización; ante esto las autoridades electorales tomaron una decisión salomónica, cada sector se presentaría sin los símbolos de la organización y serían los electores lo que decidirían a quién correspondería la personería legítima en los comicios nacionales previstos.
Además, este acontecimiento ocurría en medio de difíciles circunstancias internacionales. Con el pretexto de combatir la amenaza comunista una ola de golpes militares estaba derribando un gobierno civil tras otro por toda la región: en marzo de 1962 fue derrocado Arturo Frondizi en Argentina; en julio y septiembre de ese 1963 cayeron Julio Arosemena en Ecuador y Juan Bosch en la República Dominicana, respectivamente; en 1964 les tocaría el fatídico turno a João Goulart en Brasil, y a Víctor Paz Estenssoro en Bolivia.
Los aspirantes
Venezuela no era ajena a esa situación; Betancourt se las había arreglado para superar varias tentativas golpistas, incluso el intento de asesinarlo, y no eran pocos los que conspiraban activamente a fin de interrumpir el proceso democrático venezolano.
Para completar el cuadro, la aparente debilidad de AD, luego de dos divisiones alentó las candidaturas opositoras. Copei, que lucía más fortalecido por su participación en el gobierno de coalición con Betancourt, postuló por tercera ocasión a su líder Rafael Caldera. Y URD, el segundo partido más votado en 1958, a Jóvito Villalba, siendo esa su primera aspiración presidencial pese a su dilatada trayectoria.
Este tuvo una participación que resultó crucial en aquella ocasión. Luego de los violentos alzamientos de Carúpano y Puerto Cabello del año anterior, 1963 prometía ser un año muy complicado. Deslumbrados por el éxito de la revolución cubana, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Comunista (PCV) se habían embarcado en una estrategia insurreccional, llegando al extremo de promover la abstención armada contra los comicios previstos.
Consciente de lo transcendental de aquel momento, Betancourt dejó de lado las diferencias con su antiguo compañero y rival, y le pido Villalba que comenzara la campaña con la idea de meter al país en la onda electoral.
Fiel a sus principios, y con la intención de alejar a Venezuela de la violencia política que la amenazaba, el líder margariteño ideó un eslogan, propio de la genial oratoria que lo caracterizaba, que sintetizó el momento: “Votos sí, balas no”. Con ella comenzó a recorrer campos y ciudades desbaratando la estrategia insurreccional.
Al proceso se sumó la aspiración del reconocido escritor, senador y exministro Arturo Uslar Pietri. Era un cuarto candidato fuerte. Se presentó como independiente y su campaña aportó una serie de importantes novedades. La primera fue el uso de la televisión como nunca antes se había hecho en una campaña electoral en Venezuela. Uslar fue el primer intelectual que se valió de ese medio para comunicarse con el público presentando un programa semanal que le aportó gran popularidad. A diferencia de otros candidatos que veían a la televisión con aprehensión, él se sentía cómodo delante de las cámaras y para nada las rehuía. Como demostración de ello participó ese año de 1963 en dos debates televisados; uno con el ministro de Minas e Hidrocarburos Juan Pablo Pérez Alfonzo donde cuestionó la política petrolera del Gobierno, y posteriormente, ya en papel de candidato, con Rafael Caldera, siendo ese el primer debate entre candidatos presidenciales emitido por la televisión en el país.
Debido a su paso como socio y creativo de una de las agencias del ramo más importantes del país para la época, la segunda novedad que aportó su candidatura fue la del manejo profesional de la publicidad y no como hasta ese momento había ocurrido, donde ese aspecto era improvisado por los partidos. “Arturo es el hombre” y el símbolo de una campana caracterizaron su proselitismo electoral.
La postulación de Raúl Leoni
Por su parte, AD-Gobierno, que agrupaba a los dirigentes fundadores afines al betancourismo, postuló a uno de los suyos, el abogado laboralista y senador Raúl Leoni. Impedido de usar su característico color blanco lo reemplazó por el negro y apuntó a su tradicional base electoral rescatando la imagen gráfica de “Juan Bimba” que el poeta Andrés Eloy Blanco popularizó en los años treinta y cuarenta como representativo del pueblo venezolano. Su slogan de campaña fue significativo: “Para recuperar la blanca, vota negro”. Como candidato, Leoni ofreció constituir un gobierno de amplia base sin sectarismos y la prensa hizo notar la ausencia del presidente en ejercicio en el proceso electoral.
La otra fracción, AD-Oposición, reunía a los principales dirigentes de la generación intermedia del partido, conocidos como el “Grupo ARS”, varios de los cuales se destacaron durante la etapa de la resistencia clandestina contra la dictadura militar (1948-1958). Su candidato fue el diputado Raúl Ramos Giménez que presentó como símbolo un caballito de plata.
Cerraron el cuadro de aspirantes el vicealmirante Wolfgang Larrazábal el héroe y fenómeno electoral cinco años antes y del excéntrico Germán Borregales, con un radical discurso anticomunista.
Sin embargo, un acontecimiento se constituyó en una seria amenaza a la intención de los venezolanos de resolver sus diferencias pacíficamente por medio de los votos.
El 29 de septiembre ocurrió el tristemente célebre asalto al Tren del Encanto, ejecutado por un comando de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), brazo armado del PCV. El hecho, que dejó el saldo de cinco funcionarios de la Guardia Nacional asesinados, ocho mujeres y dos niños heridos, provocó una seria crisis política.
El senador Gustavo Machado del PCV y el diputado Domingo Alberto Rangel del MIR repudiaron públicamente la acción y desvincularon a sus partidos del acontecimiento. Pero Betancourt, con un ojo puesto en el ambiente dentro de las Fuerzas Armadas, actuó de manera drástica. Acusó a esas dos organizaciones, no solo de ese asalto en concreto, sino de todos los “actos terroristas” que habían ocurrido en Venezuela desde 1960, y solicitó el allanamiento de la inmunidad parlamentaria de sus representantes en el Congreso Nacional. También pidió a la Corte Suprema de Justicia ponerlos fuera de la ley.
Ambiente de tensión
El 5 de octubre, el gobierno anunció que serían pasados a tribunales militares y la primera plana del Partido Comunista fue recluida en el Cuartel San Carlos.
Ese fue el ambiente de tensión política en el cual se realizaron esas elecciones. Significativamente, el cierre de campaña de Villalba y URD en Caracas fue saboteado por los grupos alzados en armas. Por ese motivo aquellas fueron las primeras resguardadas por efectivos de las Fuerzas Armadas.
No obstante, pese a las amenazas, millones de venezolanos salieron a votar pacíficamente aquel primer domingo de diciembre. Esas fueron una de las elecciones con mayor participación ciudadana en toda la historia del país.
Tal como había ocurrido cinco años antes, el candidato de AD-Gobierno se volvió a imponer, aunque con una votación significativamente menor. El voto de la Venezuela campesina y la división de sus adversarios fueron las claves del triunfo de Leoni. Como había ocurrido en 1958, AD perdió en Caracas y el centro del país, pero se impuso con comodidad en el Zulia, centro-occidente, los Llanos, en los estados orientales menos Nueva Esparta y en su natal Guayana.
Rafael Caldera y Copei incrementaron su votación nacional conservando la mayoría en su bastión de los Andes venezolanos, lo que le dio el segundo lugar. Jóvito Villalba sólo ganó en su estado natal Nueva Esparta y URD ocupó el tercer lugar en el voto nacional. Por su parte, Uslar fue el fenómeno electoral en Caracas con apoyo apreciable en el centro del país, aunque en cuarto lugar su votación nacional fue muy importante.
La alianza de sólo dos candidaturas opositoras habría asegurado la derrota adeca, que por primera vez no tendría mayorías en el Congreso.
AD-Oposición y Wolfgang Larrazábal se quedaron muy atrás.
Pero más allá de esas cifras, la derrotada fue la violencia insurgente. Ese día el pueblo votó por la democracia. Los votos les ganaron a las balas.
Como sabemos, Jóvito nunca logró su sueño de alcanzar la Presidencia. Pero esa gesta fue uno de los más importantes servicios que le prestó a Venezuela.