Pedro Benítez (ALN).- Luis Arce ha ganado la elección en medio de una Bolivia dividida y un continente polarizado. Unos temen, y otros esperan, que su triunfo electoral sea el primer paso en la revancha de Evo Morales. Pero de este profesional de la economía de palabras suaves y estilo pausado se sabe poco. ¿Será un Alberto Fernández o un Lenín Moreno? ¿O, por el contrario, el nuevo presidente y el expresidente continuarán con la relación pragmática que han tenido por años?
Aunque el recuento de votos en Bolivia aún no culmina, todo indica que el exministro de Economía de Evo Morales y candidato de su Movimiento Al Socialismo (MAS), Luis Arce, está a punto de entrar al Palacio Quemado, sede tradicional del Poder Ejecutivo boliviano.
Victoria sorpresiva pero no inesperada. Desde hace un mes todos los sondeos de opinión pública indicaban un aumento en las preferencias para el aspirante presidencial del MAS, haciendo posible su triunfo incluso en primera vuelta. Esa fue la auténtica razón por la cual la presidenta interina Jeanine Áñez declinó su inoportuna aspiración electoral.
Según la Constitución boliviana sólo es necesario un mínimo del 40% de los sufragios, con una diferencia de al menos 10% sobre la segunda candidatura, para definir al vencedor sin necesidad de superar la barrera de la mitad más uno de los votos.
El repunte de Arce y las divisiones del electorado adverso al MAS facilitaron este escenario. La torpeza y ambición de Áñez y del empresario y líder del Comité Cívico de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, más pendientes de socavar las oportunidades electorales del expresidente Carlos Mesa, han hecho escapar la oportunidad de vencer democrática y limpiamente al partido de Evo Morales.
Este, desde su exilio en Argentina, donde se proclamó jefe de campaña de Arce, reclama la victoria. Carlos Mesa ha sido el único oponente que desde 2006 ha podido disputarle una contienda electoral de tú a tú a Morales.
Pero al igual que hace un año, el estéril radicalismo frustró la posibilidad de pasar una página en la historia boliviana. Jeanine Áñez nunca comprendió a plenitud la responsabilidad que le correspondía luego de la tumultuosa caída de Evo Morales hace un año, y se dejó arrastrar por la ambición de ser elegida presidenta por voto popular incumpliendo su compromiso público al respecto. Quiso ser candidata-presidenta y no rindió en ninguno de los dos papeles.
Por su parte Luis Fernando Camacho creyó que marchas y proclamas incendiarias eran una campaña electoral. La soberbia radical ha sido el mejor aliado para el regreso del MAS en Bolivia.
No fue esta la única razón que explica este resultado electoral. El impacto económico provocado por la pandemia de covid puede haber sido el cisne negro de esta campaña.
Sin embargo, los ganadores tienen sus méritos. El MAS sigue siendo el principal partido político de Bolivia y desde la distancia Evo Morales se las arregló para evitar que su base indígena y campesina se dispersara.
Pero eso no era suficiente si no conseguía atraer nuevamente a una parte del voto de la clase media. Y es aquí donde la escogencia de Luis Arce como candidato presidencial resultó afortunada. El exministro de Economía de Evo Morales es la cara amable del MAS, el funcionario bien visto por los empresarios y a quien se atribuye la buena gestión de la economía boliviana de años pasados.
Lo que falta por ver ahora es si con Luis Arce en la presidencia, Evo Morales regresa al poder. Si estamos por ver un Alberto Fernández o un Lenín Moreno. O si por el contrario el nuevo presidente y el expresidente se ponen de acuerdo en cumplir sus roles respectivos.
Arce recibirá una economía en recesión y un país muy dividido. No sólo entre tendencias políticas, sino entre regiones. Principalmente entre el Altiplano y Santa Cruz. Este es el departamento más rico del país, centro del movimiento autonomista de 2008 y única entidad donde se impuso ampliamente Luis Fernando Camacho.
¿Inicio de la revancha o fin de la confrontación?
Probablemente consciente de que lo que menos necesita Bolivia ahora es atizar los conflictos por medio de la revancha, en sus primeras palabras en la noche de su elección Arce prometió “gobernar para todos” y no mencionó a Evo Morales.
Pero en sus tuits del día lunes agradeció el apoyo de los tradicionales aliados de su mentor político en el continente. Desde Andrés Manuel López Obrador, pasando por Nicolás Maduro, hasta Alberto Fernández. Es decir, todo el bloque que calificó la caída de Morales como golpe de Estado y a Jeanine Áñez como usurpadora.
Pero dejarse arrastrar por la polarización política que recorre el continente no parece ser la opción más prudente para Arce.
Incluso, el regreso de Evo Morales a Bolivia ya es un tema polémico dentro del propio MAS. Cómo y cuándo regresará serán los temas una vez que termine el conteo de votos.
El expresidente tiene pendientes varios procesos judiciales donde se le acusa de terrorismo, estupro e irregularidades en los comicios de 2019. Y en los próximos días hay una audiencia en su contra, por haber coordinado el cerco a las ciudades durante los conflictos del año pasado.
Nadie olvida que Bolivia estuvo al borde de la guerra civil hace apenas unos meses, que la mayoría en los departamentos del oriente del país acaba de votar nuevamente contra el MAS, y que el Ejército y la Policía no son incondicionales del poder político de turno.
Luego de haber sido ministro durante una década (2006-2017), no puede decirse que Arce sea un político sin experiencia. Tiene más que la que tenía Rafael Correa cuando lo eligieron presidente de Ecuador.
Ahora que tiene el poder se verá si tiene agenda propia, o seguirá la de su antiguo jefe político.
Pero por encima de todo Luis Arce tendrá que decidir si se va por el camino de la revancha o intenta desarmar la confrontación política que ha dividido a Bolivia por años.