Antonio José Chinchetru (ALN).- La crisis política, económica y social que vive Venezuela se ha convertido en una oportunidad para Putin, que busca aumentar la influencia rusa en Cuba. Moscú pisa el acelerador en una estrategia con sabor a Guerra Fría, junto a un Raúl Castro necesitado de una potencia a la cual parasitar.
Los estragos causados por el paso del huracán Irma en Cuba no han afectado la agenda bilateral de este país con la Federación Rusa. En menos de medio mes se han sucedido visitas oficiales de alto nivel en los dos sentidos, en las cuales se han rubricado varios paquetes de cooperación. La semana pasada, el vicepresidente cubano, Ricardo Cabrisas, se reunió en Moscú con su par ruso, Dimitri Rogozin. La anterior, justo después del desastre natural, había sido el viceministro de Industria y Comercio de la potencia euroasiática, Gregory Kalamanov, el que se había desplazado a La Habana.
Como en los viejos tiempos de la Guerra Fría, durante la visita de Kalamanov se trataron temas relativos a la colaboración en materia de metalurgia e industria pesada (una obsesión típica de los regímenes comunistas como el cubano o el de la extinta URSS), según informó la agencia EFE. Otros sectores sobre los que se trabajó en el viaje del alto cargo ruso fueron el transporte y la industria química y ligera. Sólo días después, durante el viaje de Cabrisas a Moscú, se firmó un paquete de seis acuerdos para incrementar el intercambio mercantil entre ambos países, tal y como recogió la agencia oficial rusa Sputnik.
Creciente dependencia cubana
La dependencia cubana de Rusia no deja de crecer en los últimos meses. Prueba de ello es que la potencia gobernada por Vladimir Putin será la encargada de modernizar y ampliar el obsoleto sistema ferroviario de la isla. La estatal Ferrocarriles Rusos (RZD, heredera de Ferrocarriles Soviéticos) rehabilitará las vías, proporcionará nuevas locomotoras y tenderá nuevas líneas en el país caribeño. El monto del proyecto es de 1.900 millones de euros (2.230 millones de dólares). Se trata de una operación política en la que Moscú da por descontado que no va a haber beneficios económicos para RZD. Prueba de ello es que esta empresa pública cuenta con el respaldo de la también gubernamental Agencia Rusa de Seguros de Exportación (EXIAR) para evitar pérdidas en la operación.
Si la obsesión por la industria y la siderurgia pesada recuerda a los tiempos de la Guerra Fría, hay otros elementos de la creciente ‘cooperación’ que también recuerdan a los tiempos previos a la caída del Muro de Berlín. En aquella época, como en la actualidad, la mayor parte de los automóviles que circulaban por las calles y carreteras cubanas eran obsoletos coches estadounidenses fabricados antes de 1959 que sus dueños logran mantener en marcha de forma casi milagrosa. Había excepciones en forma de vehículos oficiales y otros propiedad de los privilegiados por el régimen. Se trataba de turismos soviéticos de la marca Lada, fabricados por AvtoVAZ.
Rusia volverá a proporcionar esta marca de automóviles a Cuba, en concreto el modelo Vesta. Por el momento, las unidades que AvtoVAZ enviará a Cuba se destinarán al uso como taxis. Está aún pendiente saber si podrán venderse también a particulares.
Cooperación militar
No termina ahí la creciente presencia rusa en Cuba, puesto que esta entra también en terreno militar. El Servicio Federal Ruso para la Cooperación Militar Técnica está trabajando en la modernización de las Fuerzas Armadas castristas, a las que la industria bélica de su país ha venido vendiendo diversos armamentos durante los últimos años. Además, Moscú tiene previsto abrir una base militar en territorio cubano en un futuro no muy lejano.
En julio de 2014, Putin decidió condonar el 90% de la deuda que Cuba mantenía con su país
Todo lo anterior no son hechos aislados. Se producen en el marco de una profundización en las relaciones bilaterales que recuerdan de forma creciente a las que mantenían ambos países antes de la implosión de la Unión Soviética. Tras un alejamiento inicial posterior a la caída del Muro de Berlín, poco a poco se fueron reconstruyendo vínculos bajo el impulso de Putin. Y el proceso se ha acelerado en los tres últimos años.
Hay al menos dos hitos fundamentales en este proceso. Uno de ellos tuvo lugar en julio de 2014, cuando Putin decidió condonar el 90% de la deuda que Cuba mantenía con su país. Esta se elevaba a 35.000 millones de dólares (29.807 millones de euros), correspondientes en su casi totalidad a préstamos concedidos en la época soviética. Gracias al gesto sin precedentes del inquilino del Kremlin, la dictadura comunista caribeña veía reducidas sus obligaciones de pago a 3.500 millones de dólares (2.980,7 millones de euros). El mandatario ruso tomó la decisión en un momento en que su país sufría un creciente aislamiento, sobre todo frente a EEUU y la Unión Europea, por su anexión de la península ucraniana de Crimea.
Un segundo hito se produjo en mayo de este año. En ese momento, Moscú decidió que la estatal Rosneft comenzara el envío a la isla de 250.000 toneladas de petróleo y refinados (cerca de 1,8 millones de barriles). Esta medida suponía un alivio para el régimen de La Habana, que había visto caer en un 40% la llegada de los hidrocarburos subsidiados procedentes de Venezuela. En el Kremlin eran conscientes de que se trataba de una jugada económicamente negativa para su petrolera pública, pues tenían claro que La Habana no va a pagar los combustibles proporcionados.
El castrismo, un régimen parasitario
Se trata de otra forma más de aumentar la influencia política de Rusia sobre Cuba, cuando no directamente volver a convertir a la isla en un país dependiente de Moscú. Cuba se sumió en una profunda ineficacia económica desde que Fidel Castro tomó el poder el 1 de enero de 1959. Desde entonces, el régimen comunista ha tenido en todo momento la estrategia de convertir al país en un Estado parasitario de otro con un mayor impulso económico y ambiciones expansionistas.
El castrismo ha tenido en todo momento la estrategia de convertir al país en un Estado parasitario de otro con un mayor impulso económico
Durante la Guerra Fría, Cuba vivió de las ayudas a fondo perdido de la URSS. Tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la llegada de dinero soviético, se sumió a lo largo de la última década del siglo pasado en el llamado ‘periodo especial’ (el PIB llegó a contraerse en un 36% entre 1990 y 1993). Fidel Castro consiguió mitigar tímidamente este hundimiento con una ligera apertura a la inversión extranjera (sobre todo en el turismo) a partir de 1995. La recuperación, siempre relativa, llegaría sin embargo de la mano de Hugo Chávez. Cuando este arriba al poder en 1998 comienza una firme alianza con el castrismo, producto de la cual se inicia una gran transferencia de riqueza venezolana (sobre todo en forma de petróleo) a cambio de apoyo político tanto en el interior de Venezuela como en foros internacionales.
La crisis que vive Venezuela hace que la relación con Cuba no pueda ser la misma, y Raúl Castro necesita otra potencia a la cual parasitar. Putin está dispuesto a sustituir a sus aliados chavistas y a que, como en la época soviética, vuelva a ser Rusia. Y, como en la época de la URSS, está dispuesto a perder ingentes cantidades de dinero a cambio de mantener un peón a pocas millas de la costa sur de Estados Unidos.