Pedro Benítez (ALN).- Es muy tentador afirmar que la “revolución” no pulverizó al dólar estadounidense tal como vociferó hacer en su día, sino que por el contrario el dólar pulverizó a la “revolución”. Pero la realidad es que el dólar no pulverizó nada en Venezuela. La divisa de la siempre envidiada y odiada república del norte es solo el termómetro.
La economía del que hasta hace no mucho tiempo fue el principal país exportador de petróleo del continente americano fue pulverizada por años de políticas públicas inspiradas en la ignorancia, la soberbia, los prejuicios y el dogmatismo. En resumen, por la más atroz ignorancia.
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Uno se imagina que por estas horas dentro del Gobierno de Nicolás Maduro (probablemente él mismo) se estén preguntado, no sin cierta amargura, cómo es posible que si se supone que ahora estamos “haciendo las cosas bien” el dólar y los precios nuevamente se disparen ¿Qué está fallando? ¿No les hemos hecho caso a los asesores ecuatorianos? ¿No dimos el trascendental paso de liberar el control de cambio y hasta coqueteamos con la posibilidad dolarizar? ¿Acaso no hemos dejado de pelear con los empresarios privados que ahora son nuestros nuevos mejores amigos? Si todo eso es lo que había que hacer: ¿Por qué el dólar se dispara?
Dada la naturaleza opaca con que se toman las decisiones públicas en Venezuela, donde ni siquiera se conoce el presupuesto nacional, las autoridades tienen la piel hipersensible ante la crítica y el debate de los asuntos de políticas públicas está siempre signado por la censura o la autocensura, el que decide arriba no maneja toda la información pues sus más cercanos sólo le dicen lo que quiere escuchar (ese es el punto débil de todos los autoritarismos).
Hasta hace unos días, Maduro parecía tener el camino despejado rumbo a su reelección en 2024. Lo peor ya había pasado. Los años de desabastecimiento crónico donde los bachaqueros eran los protagonistas de la vida cotidiana venezolana parecían haber quedado como triste y dramático recuerdo. El surgimiento de los bodegones en burbujas de consumo y la estabilidad insólita del bolívar con respecto al dólar venía a ser la señal de una nueva época. El suyo no sería un buen Gobierno pero al menos ofrecía estabilidad.
Si a eso le sumamos la conocida división y desorientación opositora pues estábamos listos. Pero como si todo eso no fuera suficiente, el hermano Vladimir Putin vino a darnos un apoyo extra invadiendo a Ucrania y poniendo nuevamente a la patria de Simón Bolívar en el centro del interés energético mundial. Ahora desde la Casa Blanca manifestaban su intención de reconocer al Gobierno de Maduro y poner a un lado las diferencias. Todo por alguna contribución razonable al mercado mundial de hidrocarburos que permitiera aliviar la carga del elector estadounidense cada vez que tiene que surtir de combustible su vehículo.
No obstante, tal como varios economistas criollos venían advirtiendo este esquema no era sostenible. El bolívar estaba acumulando una monstruosa sobrevaluación en medio de una inflación que (anualizada) sigue en tres dígitos. Un esquema sólo mantenido por un drenaje de dólares que tarde o temprano se tenía o se tiene que agotar. Además, ese esquema se convirtió en una carga adicional para el depauperado trabajador venezolano que no ha emigrado a tierras extrañas y ha logrado sobrevivir en esta. Hasta los ingresos en dólares cada día alcanzan menos. Tarde o temprano, la burbuja explotaría. Esta semana lo hizo.
En Venezuela hay flexibilización económica fallida porque lo que se ha hecho en la línea de la liberación económica se ha hecho mal, a los trancazos y es insuficiente. En la jerga popular es una apertura económica chucuta.
El Gobierno de Maduro ahora está descubriendo que manejar una economía de mercado también tiene sus dificultades. Su situación actual guarda gran similitud con la crisis con la que le lidió (fallidamente también) el expresidente argentino Mauricio Macri (2015-2019) y su respuestas han sido más o menos las mismas. Liberar parcialmente la economía y tratar de aguantar el continuo crecimiento de los precios por medio de la sobrevaluación de la moneda nacional, hasta que la bomba le explotó en la cara y perdió las elecciones. Macri hizo eso porque no supo, no quiso, o no pudo emprender las reformas económicas de fondo que necesitaba (y sigue necesitando) la economía de su país.
Maduro ha ido (en circunstancias mucho peores) por el mismo camino. Dado el nivel de destrucción económica y devastación social padecida por Venezuela entre 2013 y 2018, al que sumaron luego las sanciones comerciales y la pandemia en 2020, el país necesita reformas profundas, audaces y bien pensadas. Todo eso pasa necesariamente por normalizar la relaciones con el resto del mundo (levantar todas la sanciones) y acceder al crédito internacional.
Sin eso y sin electricidad (otro tema que se ha dejado a la buena de Dios) el país no crecerá económicamente. Sin crecimiento no hay forma ni manera de mejorar el salario real del trabajador de venezolano.
Puede que Maduro no pueda hacer eso. No porque no tenga la voluntad de darle un giro a la economía (después de todo señales claras en ese sentido ha dado), sino porque no comprende la magnitud del cambio o no pueda ejecutarlo por las resistencia de los intereses dentro de la coalición que lo sostiene. O por una combinación de las dos circunstancias.
Allí tenemos esa oportunidad que ha desperdiciado en lo que va del año de levantar la producción petrolera abriéndose a la inversión estadounidense.
Pero ocurre que el madurismo es chavismo sin dinero (Manuel Sutherland dixit). Su naturaleza lo lleva a reaccionar ante cualquier dificultad peleándose contra el sentido común. Se acostumbró a responder ante las crisis buscando a los conspiradores. Si los gremios y sindicatos salen a la calle a reclamar por sus bajísimos salarios y la inminencia de vulnerar todavía más lo que consideran sus derechos, algo que es lógico que ocurra aquí y en cualquier parte del planeta tierra, pues salen los ya conocidos voceros oficialistas a acusarlos de conspiradores, con amenazas incluidas.
Si actúan apegados al deber ser y solicitan impugnar el instructivo ONAPRE ante el TSJ, pues el máximo tribunal niega la existencia del instructivo y de paso manda a investigar a los demandantes. El mundo al revés.
Si se sale de control el precio del dólar, porque sencillamente tarde o temprano iba a pasar eso, pues la culpa es de las páginas conspiradoras y los especuladores. No de la desconfianza que, una población traumatizada por años de devastadora hiperinflación, tiene del bolívar.
Por otra parte, resulta revelador constatar como toda la “revolución” vive ahora obsesionada con el dios dólar. Esta será una de las grandes paradojas de la historia nacional venezolana. En un interesante trabajo que acaba de publicar la revista Nueva Sociedad firmado por Alejandro Galliano, el autor se hace una pregunta: ¿Por qué la izquierda ya no habla de economía? En el mismo hace una observación bien aguda; como los gobiernos con los que se identifica el venezolano oscilan entre denunciar al llamado “neoliberalismo” y luego abrazarlo acrítica y apasionadamente. El ejemplo que usa es precisamente lo que ha venido ocurriendo en Venezuela bajo Maduro.
Durante los años 2013, 2014 y 2015 los dirigentes políticos (y militares) del régimen prometieron pulverizar al dólar paralelo. Mientras que la implacable mano invisible del mercado hacía su labor.
El dólar paralelo. El dólar ilegal. El innombrable (estaba penado difundir su cotización en Venezuela) terminó derrotando a los herederos de Hugo Chávez. En términos históricos, la derrota es para él después de muerto. El Cid Campeador pero al revés. Han sido necesarios años de brutal destrucción económica, millones de emigrados y decenas de miles de fallecidos por desnutrición y enfermedades tratables para que dieran su brazo a torcer.
La fenecida Asamblea Nacional Constituyente (ANC) no trajo la instauración definitiva del modelo cubano a Venezuela. Por el contrario, en agosto de 2018 firmó un acta de rendición cuando abrogó la ley de ilícitos cambiarios vigente desde 2008. Desde entonces, en teoría, ya no es ilegal comprar y vender divisas en el país. Fue el triunfo del dólar paralelo. Ese mismo que aseguraron pulverizar. Pero no es de sus derrotas y fracasos de lo que se quiere hablar. Sino de las fantasmagóricas conspiraciones.