Pedro Benítez (ALN).- Desde 2006 la oposición venezolana se propuso derrotar electoralmente a Hugo Chávez y a su movimiento, arrancarle la bandera de la legitimidad al chavismo usando su Constitución y sus reglas. Lo logró de manera clara en la elección parlamentaria de 2015. Para lo que nunca se preparó fue para el día después, cuando el chavismo demostrara que no tenía intenciones de ceder el poder por un resultado electoral. Esa es la estrategia que busca hoy ante la reelección de Nicolás Maduro.
El cuestionado proceso electoral del pasado 20 de mayo ha sido una segunda oportunidad para la oposición venezolana. Contrariando las expectativas creadas por los estudios de opinión en las semanas previas, la participación fue mucho más baja de lo previsto, marcando un récord histórico; asimismo ocurrió con los resultados oficialmente alcanzados por el exgobernador Henri Falcón, que había desafiado a la alianza opositora congregada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
Como indica Juan Carlos Zapata en KonZapata, hoy “quedan pocas dudas que el resultado electoral fue inflado”. La actitud de Falcón la noche del domingo (de quien se esperaba que con su participación diera algún viso de legitimidad a la elección), al no reconocer como válidos los resultados anunciados por el Consejo Nacional Electoral (CNE), fue el golpe adicional que se le propinó a la estrategia de Nicolás Maduro para justificar la continuación en el poder.
Respaldada por la mayoría de los gobiernos de la comunidad democrática internacional, la determinación de los partidos de la MUD de no avalar la elección con su participación fue atendida por el grueso de la base opositora.
La opositora Mesa de la Unidad Democrática no tiene una estrategia para capitalizar el evidentemente mayoritario repudio popular a Nicolás Maduro y su gobierno
Esto le ha dado lo que parece ser una nueva oportunidad. No obstante, al mismo tiempo esta circunstancia ha puesto en evidencia que la dirigencia de la MUD no tiene una estrategia para capitalizar el evidentemente mayoritario repudio popular a Nicolás Maduro y su gobierno. Por lo tanto se plantea la inevitable pregunta: ¿Qué hacer?
Luego de varios de años de tropiezos en los primeros tiempos de la hegemonía de Hugo Chávez, desde 2006 la oposición venezolana se comenzó a unificar en la estrategia común de derrotarlo electoralmente a él y a su movimiento, para arrancarle así la bandera de la legitimidad usando su Constitución, sus reglas y pasando por encima del CNE que por entonces ya controlaba firmemente.
Esa fue una estrategia exitosa que se coronó al ganar dos tercios de las bancadas de la Asamblea Nacional (AN) en diciembre de 2015. Antes la oposición había triunfado electoralmente en los estados y ciudades más pobladas del país.
Pero para lo que nunca se preparó la oposición venezolana fue para el día después, cuando el chavismo demostrara que no tenía intenciones de ceder el poder por un resultado electoral.
Para el chavismo la magnitud de la derrota electoral del 6 de diciembre de 2015 constituyó un mazazo por lo inesperado, que además era agravado por la actitud del ministro de la Defensa y jefe del Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional (CEOFANB), mayor general Vladimir Padrino López, la noche de la cita comicial al dar garantías públicas de que la voluntad de los electores sería respetada.
Para las bases chavistas el único culpable de aquella debacle sin precedentes no era otro que Nicolás Maduro, a quien acusaban de haber “destruido el legado del comandante”.
Sin embargo, pese a que el camino hacia una transición política en Venezuela parecía entonces despejado, la dirigencia opositora lució una actitud errática desde esa misma noche.
Entre diciembre de 2015 y abril de 2016 la MUD (y por extensión la Asamblea Nacional) no sólo no tuvo estrategia, ni siquiera una dirección política clara para discutirla. Primero se enfrascó en una discusión sobre quién debía presidir la Asamblea Nacional y luego en cumplir (sin saber por medio de qué mecanismo) la promesa de precipitar el fin del mandato presidencial de Maduro.
Fue en esas circunstancias cuando el liderazgo opositor más visible, desde la presidencia de la AN, incurrió en el mismo error del 12 de abril de 2002, cuando sus acciones provocaron la cohesión del bloque de poder chavista en vez de profundizar su división. Exactamente lo contrario de lo que aconseja la más elemental estrategia: divide y vencerás.
El golpe de Estado que desalojó del poder a Hugo Chávez por 48 horas en abril de 2002 fracasó fundamentalmente por el ánimo revanchista de sus ejecutores.
El querer complacer el ánimo de revancha para satisfacer a las voces radicales, más ruidosas pero minoritarias, es lo que ha llevado a la dirección opositora a caer en la trampa de la polarización
Ese mismo estilo revanchista estaba más dirigido a ganar apoyo del público opositor que a agudizar las contradicciones dentro del bloque de poder chavista, que ante la amenaza de ser barrido por la ola opositora cerró filas en torno a Maduro, como antes hizo con Chávez.
Esa fue la oportunidad que Nicolás Maduro y Diosdado Cabello explotaron para desarrollar su propia estrategia de desconocimiento de la voluntad popular. Primero por medio del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), luego haciendo uso de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), y después del fraude electoral.
El clima de polarización y de cerco que han alimentado a conciencia les permitió imponer la premisa de que hay que conservar el poder a toda costa y no cederlo nunca a la “derecha”. Todo menos eso.
Aprender de los errores
Hoy sabemos que hace dos años las contradicciones entre los jerarcas chavistas eran reales y más graves de lo que se suponía. Hablamos del exzar de la industria petrolera Rafael Ramírez; del exministro del Interior de Maduro y jefe de Inteligencia de Chávez, general Miguel Rodríguez Torres; y por supuesto de la exfiscal general Luisa Ortega Díaz. Todos terminaron enfrentados y defenestrados por Maduro.
A lo que habría que sumar la tensión entonces existente entre los miembros del Alto Mando militar, en particular del ministro de la Defensa, Vladimir Padrino, que encabezaba el ala moderada de los uniformados versus el comandante de la Guardia Nacional (GNB), Néstor Reverol, partidario de la línea más radical contra los opositores. Ninguna de esas tensiones y divisiones internas fue explotada por la dirigencia de la oposición.
Por el contrario, la estrepitosa derrota electoral del chavismo llevó a pensar erróneamente a la oposición que el mandado estaba hecho, que el régimen estaba muy cerca de ceder, y llevó a sus principales dirigentes a buscar posicionarse para lo que parecía un inminente desenlace electoral. Calcularon mal.
Como le dijo a ALnavío un exdiplomático cubano muy cercano a Raúl Castro: “En La Habana sorprendió la torpeza de la oposición venezolana. Si en vez de intentar acelerar la salida de Maduro se hubieran dedicado a conseguir el control del TSJ y el CNE, ya lo tendrían fuera del poder”, agregó.
Era un juego de ajedrez. Tumbar las piezas principales que protegen al rey, para luego proceder al jaque mate. Los cubanos (asesores principales de Maduro) aprendieron eso de los agentes rusos entrenados desde niños en ese juego.
El querer complacer el ánimo de revancha para satisfacer a las voces radicales, más ruidosas pero minoritarias, es lo que ha llevado a la dirección opositora a caer en la trampa de la polarización, donde cada bando es prisionero de posturas que bloquean cualquier acuerdo con potenciales aliados del otro lado de la trinchera que faciliten el cambio político.
Una parte del país odia suficientemente a la otra como para estar dispuesta a sufrir la destrucción del país con tal que la otra no pueda vivir. Alimentar ese odio es parte de la estrategia básica de dominación de Maduro, importada desde Cuba.
Una dinámica que recuerda el libro del político conservador español de la Segunda República José María Gil Robles, No fue posible la paz.
Luego de dos años y medio de conflicto institucional en el cual la economía ha caído en el caos, en medio de una inocultable crisis militar que hace posible que el pronóstico emitido por el expresidente del Gobierno español Felipe González, según el cual “Maduro se va a derrumbar solo”, se haga realidad, el reto de la oposición venezolana es dar con la estrategia que le permita al país encontrar la vía hacia la transición democrática y la recuperación nacional.
Eso sólo será posible si tiene la humildad de aprender las lecciones correctas de los errores.