Pedro Benítez (ALN).- No es un acontecimiento milagroso que la economía venezolana, luego siete u ocho años de depresión continua y cuatro de hiperinflación, finalmente muestre signos de recuperación relativa. Es un hecho natural.
Es como si a un bosque cuya capa vegetal ha sido sistemáticamente destruida por una retroexcavadora, hasta dejar el terreno yermo, se le diera una tregua. A la primera oportunidad que reciba las gotas de la lluvia nacerán los brotes verdes.
Por supuesto, está lejos de ser el bosque frondoso previo a su destrucción. Incluso, ese reverdecer podría ser destruido una vez más. Pero es una muestra de cómo la naturaleza se aferra a la vida. Eso es Venezuela hoy. Una sociedad que se ha negado a morir.
Sin embargo, esto ha sido posible porque el Gobierno de Nicolás Maduro lo permitió. Dejó que la economía venezolana respirara. Bien porque no le quedó más remedio, porque llegó a este punto por ensayo y error, porque lo convencieron o por la combinación de todas las anteriores, pero ha sido así. A golpe y porrazo, con el estilo característico del chavismo, Venezuela pasó de un socialismo sin planificación a un capitalismo sin mercado.
Una apertura económica donde se han dejado de fiscalizar y perseguir a los comerciantes, consintiendo que las otrora demonizadas fuerzas del mercado llenen los anaqueles de productos, pero donde nunca se ha derogado la nefasta de Ley de Costos y Precios Justos. Sigue por allí, archivada, cual espada de Damocles.
Una apertura donde el sagrado régimen de ilícitos cambiarios fue discretamente suprimido un día por la fantasmagórica Asamblea Nacional Constituyente (ANC), pero sin dejar claro si eso implicaba el levantamiento total del control de cambio.
Apertura sin derechos de propiedad
En resumen, una apertura sin derechos de propiedad. Donde un alto funcionario del Estado se permite amenazar un día a los empresarios si éstos se atreven a vender por encima del precio oficial del dólar.
Esa es la otra cara de la moneda. Como en otras épocas, este desequilibrado y precario reverdecer económico venezolano se está favoreciendo de una guerra, en medio de una etapa de alta inflación mundial, que a su vez empuja al alza la demanda y los precios internacionales del petróleo. Una historia nacional repetida que nos indica que, luego de esta coyuntura, ese auge petrolero se acabará y los precios volverán a bajar.
Cuando eso ocurra el actual verano económico nacional llegará a su fin. Y será así por dos razones que hacen que el actual proceso tenga todas las características de una apertura económica fallida:
1) La crisis eléctrica que no se ha superado.
2) La ausencia de un plan de reformas económicas integrales.
En alguna ocasión Vladimir Lenin definió el comunismo como “los soviets más la electricidad”. Era su manera de decir que sin electrificación no habría industrialización. Pues bien, en la Venezuela del 2022 no habrá recuperación sin electricidad. Una verdad simple, sencilla y abrumadora.
Hoy la mayor parte del país sigue padeciendo los rigores de los apagones eléctricos. En ciudades tan importantes como Maracaibo (la segunda más grande), San Cristóbal, Mérida o Barquisimeto, los cortes en el servicio son hechos cotidianos que se prolongan por horas enteras. Por cierto, situación que afectará cualquier intento de levantar la imprescindible producción petrolera.
En ese sentido, la única manera de mejorar la generación, transmisión y distribución de electricidad en todo el país es invirtiendo más. O lo hace el Estado o lo hacen los privados. Nadie está haciendo eso hoy en Venezuela. Y mejor no hablemos de los criterios de quien maneja el Ministerio responsable del sector.
El problema de los servicios públicos
El pico de mayor crecimiento económico y renta per cápita del país (primer Gobierno de Carlos Andrés Pérez) coincidió con la mayor inversión pública y privada en el sistema eléctrico nacional. Planta Centro, 70% de Guri y Electricidad de Caracas. No fue por casualidad. Como hemos citado más arriba, la explicación la dio el camarada Lenin.
A ese detalle agreguemos los problemas de vialidad, conexión de internet, agua potable y un largo etcétera. Todos ellos combinados son una camisa de fuerza sobre la economía venezolana.
Sin embargo, todo eso es superable, pero con una condición. Se requiere de un plan integral de reformas, recuperación y desarrollo económico. Plan que el Gobierno de Maduro no tiene. O porque no sabe o porque por sus problemas de coordinación internos, que por estos días se han hecho evidentes, no puede. Esto, sin dejar de mencionar los problemas de no pequeña monta que acarrean las sanciones comerciales impuestas por el Gobierno de Estados Unidos al sector petrolero venezolano desde marzo de 2019.
No obstante, lo anterior explicaría los mensajes contradictorios que lanza de una semana a la otra. Pasa meses aceptado públicamente, e incluso estimulando, la dolarización de facto de la vida económica diaria (recordemos que se autorizó recientemente a personas y empresas la apertura en el sistema bancario nacional de cuentas en dólares) y luego reforma el Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras (IGTF), que en realidad afecta las pequeñas transacciones, para obligar al público a regresar al uso de los bolívares. Un ataque a las propias expectativas económicas positivas que había intentado crear.
Una señal clara de improvisación
Pero probablemente la señal más clara de improvisación sea la estrategia de mantener el valor del dólar anclado, sin corregir el atraso inflacionario (lo que hace que en Venezuela los precios de muchos bienes en esa divisa sean más caros que en el exterior), como una política para contener la inflación interna.
Esa es una estrategia que se ha aplicado varias veces en América Latina y en Venezuela (principios de los años ochenta del siglo pasado y durante el boom petrolero 2004-2013) con consecuencias nefastas para el empleo y el desarrollo de las actividades productivas nacionales. En la práctica, siempre ha sido un subsidio a las importaciones. Es lo que estamos viendo hoy. Esa película siempre termina con una gran y traumática devaluación.
Para allá es que vamos si el Gobierno no se monta ya en un amplio y bien pensado plan de reformas, y en un intento serio por conseguir la flexibilización de las sanciones comerciales.
De lo contrario esto es lo que algún brillante economista venezolano denomina como un ajuste de mala calidad. O en otras palabras: Una apertura económica fallida. Se están comprando todos los tickets de esa rifa.