Pedro Benítez (ALN).- Venezuela fue el primer país que Fidel Castro visitó luego del triunfo de la revolución cubana en enero de 1959. También fue el país latinoamericano en el cual ese acontecimiento tuvo el mayor impacto emocional. 40 años después fue la tabla de salvación del castrismo, pero hoy puede ser el sitio de su sepultura, por obra y gracia del mal cálculo de los hermanos Castro al señalar a Nicolás Maduro como heredero y sucesor de Hugo Chávez.
En Pekín y Moscú no faltan los deseos de propinarle una derrota a Donald Trump en “su patio trasero”. Pero ello no parece posible, porque intentar eso, es decir, intentar salvar al régimen de Nicolás Maduro, sale muy caro y a estas alturas no vale la pena.
Si la Venezuela de hoy fuera un país razonablemente próspero, o al menos lo fuera su industria petrolera, con una producción de 5 o 6 millones de barriles por día (y con el impacto que eso conllevaría en el mercado mundial de hidrocarburos) la historia sería otra. Rusia y China contarían con un aliado autoritario en el Caribe. Tal vez al nivel de Turquía. Y no con un arruinado candidato a satélite.
El poder geopolítico del régimen chavista era directamente proporcional a la producción o al precio del petróleo. Hoy no tiene ni lo uno, ni lo otro.
Raúl Castro no aprovechó los años de plenos poderes para adelantar una reforma económica siguiendo el ejemplo de sus camaradas chinos y vietnamitas, ni tampoco tuvo la previsión para que en su fuente de recursos (Venezuela) se hiciera algo parecido
Lo que pudo haber sido no fue, y la principal razón de ello reside en La Habana. Raúl Castro ni aprovechó los años de plenos poderes para adelantar una reforma económica siguiendo el ejemplo de sus camaradas chinos y vietnamitas, ni tampoco tuvo la previsión para que en su fuente de recursos (Venezuela) se hiciera algo parecido.
Se limitó a hacer lo que el régimen comunista cubano ha hecho por seis décadas, vivir de los recursos de otros. No le bastó con presenciar la quiebra de la Unión Soviética, además dio una contribución decisiva a la ruina de Venezuela y he aquí que el destino lo ha alcanzado con vida para ser testigo de esta nueva debacle.
Todo esto es un regalo para el presidente Donald Trump. Tan atrabiliario en otros temas, ha tenido con el caso Venezuela una sorpresiva prudencia. En los dos primeros años de su Administración siguió la misma política de sus antecesores con respecto al régimen chavista. Podía criticar, incluso amenazar, pero en el fondo, en lo que realmente le importaba a Nicolás Maduro, que no era otra cosa que el acceso del petróleo venezolano al mercado de Estados Unidos, no hizo absolutamente nada… hasta el 28 de febrero pasado.
De alguna manera Trump se persuadió de que Maduro es un trofeo de caza relativamente fácil de exhibir en las elecciones americanas del año que viene; y, ¿por qué no?, acompañado de otros dos posibles candidatos: Cuba y Nicaragua. De ahí el entusiasmo de su discurso en la universidad de Miami de esta semana.
Por supuesto, ese elemento personal no es el único que pesa en una determinación que después de todo cuenta con apoyo bipartidista en el Congreso americano. Un hecho bastante extraño en la política de ese país.
Maduro ha hecho de Venezuela un factor de inestabilidad en la región y en Washington se ve que esta es la oportunidad dorada para ponerle fin a su régimen.
De lo contrario hoy el crudo venezolano seguiría fluyendo a las refinerías de Estados Unidos como lo ha hecho los últimos 100 años, 20 de los cuales corresponden a la era chavista, y Maduro seguiría contando con la que ha sido su principal fuente de recursos.
Pero cual moribundo, Trump le ha cortado el respirador artificial sin piedad. Ese golpe viene en el peor momento para las finanzas del régimen madurista y para la muy golpeada economía venezolana. En plena hiperinflación Maduro deberá tener mucha buena suerte, mucha más habilidad y contar con errores muy gruesos por parte de sus adversarios para sobrevivir en esta ocasión.
En este punto hay que decir que no puede culpar a otros de sus presentes dificultades. Se las ha buscado a pulso. Como ha ilustrado el sociólogo Carlos Raúl Hernández, nunca desde Hitler se había forjado una alianza internacional tan amplia contra ningún otro gobernante en el mundo como la que tiene hoy en contra Nicolás Maduro. Se encuentra en medio de la tormenta perfecta. Pero no se encuentra solo.
Todo este cuadro es consecuencia directa de sus acciones personales y las de sus padrinos políticos: los hermanos Castro. Fueron ellos lo que maniobraron para persuadir a Hugo Chávez de designarlo como sucesor y heredero en diciembre de 2012. No fueron los únicos en participar en esa decisión, pero dado el grado de influencia personal que Fidel Castro tenía sobre Chávez no cabe duda de que su opinión fue determinante.
El apoyo a Maduro es un mal negocio para China, Rusia y Turquía
A Maduro se le asignó una tarea: que los 100.000 barriles de petróleo venezolano siguieran fluyendo a Cuba. Eso llegó a constituir en algún momento un subsidio equivalente a 4.500 millones de dólares anuales, un 60% de las necesidades de combustible y un 20% del PIB. A eso debían sumarse los demás ingresos que el Gobierno cubano recibía por los “servicios” prestados a Venezuela.
En los primeros meses en el Palacio Presidencial de Miraflores eran frecuentes las visitas de Maduro a La Habana. No había decisión importante que no tomara sin consultar a Raúl Castro. Esto no era ningún secreto de Estado. Era un hecho público del cual se sentía orgulloso. Cada vez que pasaba por La Habana la televisión oficial venezolana reseñaba sus actividades allí.
Por otra parte, también ha sido de dominio público que los funcionarios cubanos son parte de la alianza de intereses militares y crematísticos que han sostenido a Maduro en el poder. Al respecto, Chávez había sido en su momento (2007) muy diáfano: “En el fondo somos un solo Gobierno”.
Venezuela es vital para Cuba, tal vez no al nivel de dependencia que esta tenía de la Unión Soviética hasta 1991; aunque eso está por verse. 2019 arrancó en La Habana con colas para comprar pan por vez primera en varios años. El año anterior fue de problemas de producción y deudas acumuladas sin pagar. Parece evidente que el mal desempeño de la economía cubana ha sido afectado por la disminución del suministro petrolero venezolano, consecuencia a su vez del declive de la industria de hidrocarburos.
De alguna manera Trump se persuadió de que Maduro es un trofeo de caza relativamente fácil de exhibir en las elecciones americanas del año que viene; y, ¿por qué no?, acompañado de otros dos posibles candidatos: Cuba y Nicaragua
Además, esta coyuntura ocurre en un momento en el cual el régimen comunista cubano vive su propia transición sin la figura de Fidel y con Raúl de salida.
Así que es lógico que los dirigentes del Gobierno cubano teman (lo que precisamente Trump desea) que si cae Maduro eso los pueda arrastrar a ellos junto con Daniel Ortega en Nicaragua.
De hecho, la caída en el suministro petrolero venezolano por medio de Petrocaribe ya ha provocado la tremenda crisis que hoy vive Haití.
La excusa que Trump necesita
Pero paradójicamente, más allá de su influencia en los aparatos de seguridad venezolanos, Cuba no tiene capacidad para determinar decisivamente los acontecimientos de Venezuela, pues no dispone ni de lejos del aparato militar que tenía en los años de la guerra de Angola, cuando el ejército cubano era el tercero más numeroso y mejor equipado del continente luego de Estados Unidos y Brasil.
Esta historia, sin embargo, pudo haber sido otra, pero es esta. Y la responsabilidad en el devenir de los acontecimientos no es imputable ni a Barack Obama ni a Donald Trump.
El desarrollo de los mismos parece indicar un inminente desenlace político en Venezuela, o por lo menos la pérdida del poder por parte del pupilo de los Castro, Miguel Díaz-Canel, ha encendido las alarmas en La Habana.
Trump pisa el acelerador en su lucha contra Maduro
A ello se deben las recientes declaraciones del canciller cubano Bruno Rodríguez y los titulares que desde hace días exhibe el diario Granma. Este es el peor escenario que se temía Raúl Castro.
Si Maduro cae puede arrastrar consigo a los dirigentes cubanos y si intentan defenderlo es la excusa que Trump necesita para ir por ellos. En los dos escenarios salen perdiendo. Paradójicamente Venezuela es la trampa que Fidel y Raúl Castro construyeron para su régimen.