Pedro Benítez (ALN).- Venezuela se ha convertido en la sociedad más pobre de Suramérica. Las secuelas, la magnitud y la velocidad del empobrecimiento de las familias no tienen precedentes en la historia moderna del país. Desde satisfacer la alimentación más básica, pasando por el transporte público, hasta el acceso a los tratamientos médicos, todo se ha convertido en un esfuerzo permanente por sobrevivir. Entre 2014 y 2017, los hogares pobres en ingresos aumentaron de 48,4% a 87%. La pobreza extrema se incrementó a 61,2%. Aproximadamente 8,2 millones de venezolanos comen dos o menos veces al día, y los alimentos que consumen no son de alta calidad nutricional.
Mari Carmen Herrera tiene 51 años, nació en Montería, Colombia; muy pequeña llegó a la Venezuela saudita de los años 70 de la mano de sus padres, se casó muy joven, tuvo cuatro hijos y construyó su casa en una zona popular de Caracas formada por inmigrantes latinoamericanos. Desde 2014 todos los hijos, venezolanos por nacimiento, hicieron el viaje de vuelta a Colombia en busca de trabajo mejor remunerado. Exactamente la razón por la cual los padres de Mari Carmen cruzaron la frontera en sentido contrario hace más de 45 años. Ella no quiere volver a Colombia, no quiere dejar la casa y sabe que a su edad no puede volver a empezar. Pero los hijos sí.
Su esposo, chofer y propietario de un transporte de pasajeros privado, tuvo que detener el vehículo porque los ingresos ya no son suficientes para comprar repuestos, cauchos y lubricantes. Es parte del 80% de las unidades de transporte público que han dejado de operar en la Gran Caracas en los últimos años.
Mari Carmen y su esposo viven de las remesas que los hijos les envían o de las cajas o bolsas de alimentos que vende el Gobierno a precios subsidiados por medio de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Pero los CLAP (que son la única política social del Gobierno hoy) no llegan regularmente.
El hambre o el miedo a pasar hambre es la preocupación principal de casi toda la población. Bien porque el dinero no alcance o porque los productos simplemente no existan
El dinero enviado por los hijos es de mucha ayuda, aunque acceder al dinero en efectivo es un serio problema. Pero esas remesas la han salvado de estar en la misma situación de su vecina, Eloína Rivas, de 39 años, madre de seis hijos, que es parte del 64,3% de personas que en Venezuela perdieron 11,4 kilos en promedio en 2017. Eloína ha perdido 15 kilos en los últimos dos años. El trabajo como doméstica en hogares de clase media y alta de la ciudad, ya no le genera los ingresos necesarios. Al igual que para Mari Carmen, adquirir las bolsas de comida de los CLAP es un asunto vital.
Varias veces a la semana come una sola vez al día y los hijos más pequeños dos veces. Los de más edad hurgan en las bolsas de basura en busca de alimentos.
Encuesta de Condiciones de Vida
Estas son sólo dos historias representativas del enorme desastre social que está ocurriendo en Venezuela y que en cifras ha recogido el más reciente estudio divulgado la semana pasada, la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) elaborada por la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar. El estudio recolectó datos de 6.168 hogares de distintas regiones del país entre julio y septiembre de 2017.
Entre 2014 y 2017, los hogares pobres en ingresos aumentaron de 48,4% a 87% y en pobreza extrema a 61,2%. En 1998 (cuando Hugo Chávez ganó sus primeras elecciones) el número de hogares en pobreza era de 45%, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), y en pobreza extrema 21%.
Durante los años de boom petrolero (2003-2009) la pobreza descendió a 27,4% de los hogares y la pobreza extrema a 7,3%, según los datos oficiales. Pero desde octubre de 2012 (cuando Chávez fue reelegido por última vez) todos los indicadores económicos y sociales comenzaron a deteriorarse muy rápidamente hasta que en 2014 el INE dejó de publicar las estadísticas sobre pobreza.
Este estudio de Encovi pretende llenar el vacío. Los datos, tanto los de 2016 como los de este año, no han sido rebatidos por el Gobierno.
Otro ejemplo cotidiano del descenso en las condiciones de vida de los venezolanos son las colas para adquirir pan en Caracas. El pan de trigo (una costumbre traída por los inmigrantes europeos a mediados del siglo pasado) se ha convertido hoy en un alimento fundamental. La mayoría intenta desayunar, almorzar y cenar con un pan. Es práctico, relativamente barato en comparación con el arroz, la pasta o los frijoles, se puede comer con cualquier cosa, incluso solo, pero lo más importante: alivia la sensación de hambre.
El hambre o el miedo a pasar hambre es la preocupación principal de casi toda la población. Bien porque el dinero no alcance (los precios de casi todo se duplican todas las semanas) o porque los productos simplemente no existan.
Por eso, cualquiera que recorra las calles de Caracas verá numerosas filas para comprar pan, sobre todo ante las dificultades para acceder a la harina de maíz precocida para hacer arepas, el otro producto básico en la dieta nacional. También se podrá observar aglomeraciones en las puertas traseras de los restaurantes del este de la ciudad a la espera de que saquen los desperdicios de alimentos. Escarbar en los restos de la basura para conseguir algo de comer se ha convertido en un hecho común que demuestra la dramática caída de Venezuela.
La mayoría de la población no tiene acceso al gas directo para cocinar, así que es necesario adquirir bombonas de gas a domicilio
Las crecientes restricciones alimentarias de la población explican el pavoroso aumento de la mortalidad infantil (el grupo más vulnerable) por desnutrición que (a falta de datos oficiales) reportan organizaciones como Caritas o el mencionado estudio de las universidades nacionales.
Cuando el año pasado cada vez más médicos denunciaban esto en los hospitales públicos, funcionarios militares y activistas oficiales se encargaron de reprimirlos.
Gas, teléfono, electricidad, transporte
Pero los inconvenientes no se detienen allí. La mayoría de la población no tiene acceso al gas directo para cocinar, así que es necesario adquirir bombonas de gas a domicilio. Pero este servicio a precios ridículamente bajos (también es un monopolio estatal) es cada vez más difícil de obtener, aun cuando Venezuela tiene las mayores reservas de gas del continente. Esta es la razón por la cual en muchos pueblos del interior del país, e incluso en barrios pobres de grandes ciudades, se ha vuelto al uso de leña para hacer fuego; algo superado 60 años atrás.
Lo mismo acontece con otros servicios subsidiados en manos de empresas del Estado, como la telefonía fija, la conexión a internet y la electricidad.
Desde hace meses, cada vez son más comunes los casos de familias y empresas sin servicio de internet. Simplemente no hay cómo conseguir que CANTV (la empresa de telefonía nacionalizada por el expresidente Chávez) lo reponga.
Los apagones eléctricos no son algo nuevo, la crisis del servicio data de 2010, pero a pesar de las gigantescas inversiones anunciadas el país no la ha superado. Lo nuevo es la duración de esos apagones en Caracas y sus alrededores, que puede ser de horas. La pronunciada caída de la actividad económica fue un alivio, pero no se supera la crisis del sector, pese a que el país cuenta con la tercera mayor central hidroeléctrica del mundo.
El que vive el día a día no lo percibe del todo, sólo el que viaja fuera del país y regresa se da cuenta del tremendo retraso en el cual ha caído Venezuela, en particular comparada con sus vecinos.
A lo anterior hay que sumar la progresiva paralización del transporte público. Caracas en particular se caracterizaba hasta hace muy poco por su infernal tráfico. Ya no es así. Una innumerable cantidad de vehículos particulares o de transporte público (80% de estos últimos en el área metropolitana) están fuera de servicio, bien porque los repuestos no se consiguen, o porque los propietarios no pueden mantenerlos. Esto ha agravado las colas para acceder al transporte público y puede llevar horas ir de un punto a otro de la ciudad, lo que ha colapsado el servicio del subterráneo, que además es afectado por las frecuentes interrupciones de la electricidad.
Una innumerable cantidad de vehículos particulares o de trasporte público están fuera de servicio, bien porque los repuestos no se consiguen, o porque los propietarios no pueden mantenerlos
Como si todos los padecimientos anteriores no fueran suficientes, se agrega la escasez de dinero en efectivo. Venezuela es el primer caso de una hiperinflación con esta característica. Los cajeros automáticos no tienen suficiente cantidad de billetes para el público, así que restringen a 10.000 bolívares al día, apenas para pagar un pasaje e insuficiente para comer. Una hamburguesa costaba al momento de redactar esta nota 300.000 bolívares.
Probablemente una de las experiencias más deprimentes para las personas mayores de 35 años es ir a los grandes locales de expendios de alimentos. El desabastecimiento generalizado es un choque muy fuerte para una sociedad que en algún momento tuvo la primera renta per cápita de América Latina.
El mayor temor es la enfermedad
Pero más desesperante es la falta de medicinas y especialmente antibióticos. Un auténtico calvario para las personas convalecientes o en tratamiento, para las familias y en particular para los adultos mayores. ¿Se pueden conseguir? Sí, el problema consiste en los costos y en ubicar los productos físicamente.
Por ejemplo, los 15.000 pacientes renales denuncian la falta de materiales para realizar sus diálisis, que no suministra el Ministerio de Salud y que son sumamente costosos de afrontar personalmente. Todos los días fallece por lo menos un venezolano por no poder hacerse su tratamiento renal. Lo mismo ocurre con otras dolencias. El mayor temor de una persona adulta en Venezuela es la enfermedad.
Las personas con familias en el extranjero (como Mari Carmen) tienen la ventaja de recibir remesas, un hecho económico desconocido para los venezolanos hasta hace poco tiempo. Con 100 dólares al mes una familia puede cubrir las necesidades básicas. Un imprevisto altera totalmente las cuentas y es ese el momento en el que muchos deciden emigrar. Otra manera de acceder a las medicinas ha sido por la frontera con Colombia.
Las secuelas, la magnitud y la velocidad del empobrecimiento de las familias venezolanas no tienen precedentes en la historia moderna del país. Los efectos sociales de los ajustes macroeconómicos de 1989 y 1996 se quedan bien cortos en comparación. En esas dos ocasiones las fuertes caídas del salario real de la mayoría ocurrieron en el plazo de un año, pero al siguiente empezó una fuerte recuperación (1990 y 1997). Ahora Venezuela lleva cuatro años seguidos de caída libre y sin parar.
Según los datos de Encovi, 70,8% de hogares reportó insuficiencia de alimentos en el hogar, 70,1% de hogares dijo no tener dinero para comprar comidas saludables y 63,2% de hogares reportó adultos saltándose comidas.
Aunque Nicolás Maduro se precia de haber aumentado el salario mínimo varias veces “para proteger las conquistas del pueblo”, en términos reales es el nivel más bajo en 19 años. El salario mínimo promedio de Suramérica se sitúa hoy en 317,50 dólares mensuales. En Venezuela es de 32 dólares al cambio oficial; 1,72 dólares al cambio paralelo.
Así Venezuela se ha convertido en la sociedad más pobre de Suramérica.