Pedro Benítez (ALN).- Según algún filósofo de la Antigua Grecia, “Todo se mueve y nada permanece, y en el mismo río no nos bañamos dos veces”. O para repetirlo en una versión más contemporánea: “Lo único permanente es cambio”. Ese aforismo es aplicable, incluso, a la castigada y dividida Venezuela de 2022. Su realidad no es la misma de 2015, ni siquiera del 2019, como no será (lo podemos apostar) la del 2024.
En ese sentido en el país han ocurrido dos importantes cambios, aunque está por verse si serán permanentes.
El primero se ha dado dentro del sistema. Como jefe del Gobierno y del PSUV (que para todos los efectos prácticos es lo mismo) Nicolás Maduro ha aceptado realizar un giro total de las políticas económicas que su antecesor en el cargo de Presidente le empezó a imponer al país a partir de 2005, y que fueron bautizadas como Socialismo del siglo XXI. Es decir, el sueño de hacer de Venezuela una versión de la Cuba castrista pero con petróleo.
Las razones por las cuales ha aceptado hacer eso, son suficientemente conocidas para detallarlas aquí; digamos que, sencillamente, Maduro y su grupo se estrellaron, junto con toda la nación venezolana, contra la realidad. Venezuela es el único caso de un importante exportador de hidrocarburos en caer durante varios años en hiperinflación (ni quiera Rusia le ocurrió eso en los años noventa del siglo pasado) y ha sido la peor debacle en términos de PIB de cualquier otro país que no haya pasado por una guerra, provocando la ola migratoria más grandes acontecida en menos tiempo dentro del continente americano.
Todo eso no fue parte de una perversa estrategia asesorada por el G2 cubano con un deliberado propósito. Fueron consecuencias de la ignorancia, el dogmatismo ideológico y las propias realidades del poder que heredó Maduro en 2013.
La cuestión es que entre 2018 y 2019, y algún día se conocerán los intríngulis de ese proceso, se tomó la decisión de desmontar desde el control de cambios (que en su día se dijo que si se lo hacían se caían) hasta la Constituyente. Cesó la guerra económica contra el sector privado, la campaña de expropiaciones, las fiscalizaciones policiales a los comercios, y de ahí se ha aterrizado en la Ley de Zonas Económicas Especiales (ZEE). El que tenga ojos que vea.
Por supuesto, esto se ha hecho al estilo arbitrario e improvisado que caracteriza al grupo que ejerce el poder. Después de todo, el PSUV no es el Partido Conservador británico ni Maduro es Margaret Thatcher.
Pero, en el largo plazo, que este giro lo haga el propio Maduro es muy importante para el país. Para un Gobierno surgido de la actual oposición hacer algo de esa magnitud sería sumamente difícil. Primero por el temor a enfrentar al mito; en segundo lugar porque el PSUV seguiría teniendo una importante implantación institucional y territorial, y por lo tanto capacidad de bloqueo a los cambios desde la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), gobernaciones, alcaldías y en la propia Fuerza Armada Nacional (FANB).
Cualquiera que aspire a reemplazar a Maduro en la Presidencia debe admitir, así sea en su fuero interno, que le están adelantando parte del trabajo.
La reconciliación de la oposición política con el voto
El segundo cambio ha venido ocurriendo en el otro lado de la talanquera. Es la reconciliación (una vez más) de la oposición política con el voto. Agotadas todas las fantasías sobre una “fuerza internacional liberadora”, la llegada de los marines, un “quiebre” de la institución militar, la “extracción” o capitulación de Maduro, etcétera, ese lado del país también ha aterrizado en su propia realidad. La única posibilidad que tiene para intentar influir en el desarrollo de los acontecimientos dentro de Venezuela o de provocar un cambio político es mediante el voto. No tiene otra posibilidad.
En ese sentido, las elecciones regionales de 2021 y la repetición electoral en Barinas del pasado mes de enero fueron fundamentales. En contra de la prédica abstencionista, una parte del país se expresó, y entre ganadores y perdedores allí se legitimó y se midió el peso respectivo del liderazgo político dentro de la oposición. Para el que lo quiera ver.
Por supuesto, recordando la máxima inicial, nada de esto es permanente. Es más, los dos cambios mencionados vienen con sus respectivos riesgos.
El cambio económico
El cambio económico impulsado por el Gobierno puede terminar siendo una apertura o flexibilización económica fallida. El país ha salido de la hiperinflación, pero el demonio inflacionario (anualizado) sigue en tres dígitos y no con tendencia a disminuir. Está muy bien que en las alturas del poder se haya comprendido que la subida constante de los precios de bienes y servicios no es parte de ninguna conspiración o de campañas orquestadas desde las casas de cambio de Cúcuta. Pero ese logro ha sido posible mediante un draconiano incremento del encaje bancario, que drena la masa monetaria que por vía del gasto se le sigue inoculando a la economía y por la quema de dólares para mantener un tipo de cambio artificialmente barato. Esa estrategia no es sostenible y tarde o temprano va a estallar.
Sin crédito y sin electricidad la economía venezolana está pasando por un pequeño oasis en medio del desierto.
El país requiere de un programa de reformas integrales de la economía, bien pensado y técnicamente mejor ejecutado, que lo ponga a crecer sostenidamente por las próximas décadas. Sin eso no se recuperará la productividad, ni el salario real de los trabajadores, ni se pueden atender las numerosas demandas sociales que nuevamente empiezan a activar la calle.
Del lado opositor el riesgo de desviar su camino de la ruta electoral no es menor. El proceso de elecciones primarias para escoger el candidato de la denominada Plataforma Unitaria, tal como está planteado, podría terminar en un callejón sin salida si en esa consulta no se impone el compromiso de impulsar un cambio pacífico y electoral, sino la búsqueda de excusas (que nunca faltaran) para volver a sumergir a toda o buena parte de la oposición venezolana en la estéril fantasía de la abstención. Bien sea porque Maduro nunca conceda las celebérrimas condiciones electorales (cosa que no va a hacer, y todos los involucrados lo saben), bien porque el elegido o elegida esté ya (injustamente) inhabilitado o que lo inhabiliten.
Estas posibilidades no son producto de ninguna malévola fantasía de los que le quieren ver el hueso al G-4, sino un planteamiento político efectuado por factores opositores que siguen predicando que con dictadura no se vota, ni con su CNE, ni con sus “maquinitas” y que tampoco se puede “normalizar la tragedia de millones”.
Pues bien, están en su derecho de pretender seguir bañándose en el mismo río que no conduce a ninguna parte. Pero eso es no querer admitir (probablemente lo sepan pero están atrapados por su discurso) que la realidad del país cambió y hay que adaptarse a la misma.
Pero por encima de todo, el auténtico objetivo de la oposición venezolana no debería ser otro que el restablecimiento pleno del régimen democrático y de libertades públicas por vías pacíficas. Algo que según todo parece indicar no vendrá del lado del actual grupo gobernante.
@Pedrobenitezf