Rafael Alba (ALN).- Los libros ‘analógicos’ resisten. En España la venta de ebooks se mantiene estancada y no supera el 5% del total de las ventas. Marwan encabeza una generación de cantautores, crecida sobre el escenario de Libertad 8, que se han convertido en poetas románticos multivendedores.
Lo sabe todo el mundo. Hace mucho tiempo que nadie vende discos en España. Y que las listas de ventas, en las que aún pesan demasiado las unidades físicas que se despachan en las tiendas, son poco menos que un chiste sin credibilidad. Los cedés se han convertido en un elemento más del merchandising que se coloca en las tiendas a pie de escenario después de los conciertos, en dura competencia con los llaveros, las chapas y las camisetas. Ya, incluso, hay radios comerciales que carecen de la tecnología necesaria para que sus pinchadiscos trabajen de la manera tradicional.
Y sí. El streaming puede ser la salvación de las grandes discográficas y de la industria, pero esa fuente de ingresos no alimenta las cuentas corrientes de los artistas. Para nada. Sólo el 0,1% del total del sector, las grandes estrellas globales ganan algo (mucho) con este negocio en expansión. Las plataformas como Spotify aseguran pagar a los titulares de los derechos casi un 80% de los ingresos que consiguen, pero esas cantidades se abonan sobre todo a los intermediarios digitales, las editoriales y las discográficas.
Los creadores de los temas y sus intérpretes suelen quedarse fuera del reparto de la tarta. Según las cifras hechas públicas hace un año por el diario The Guardian, que realizó un sesudo estudio sobre el retorno proporcionado a los creadores por las plataformas de streaming, hacen falta 1,117 millones de escuchas de una canción en Spotify para que el artista que la grabó consiga ingresar 1.000 euros. ¿Muchas? No tantas como los 4,2 millones de clicks que se necesitan en YouTube, por ejemplo. Un panorama devastador.
Según la Federación de Gremios de Editores, en 2016 los libros electrónicos sólo suponían un 5% de las ventas totales en España
Y ¿qué hay de los conciertos? ¿Se gana dinero con ellos? Pues sí, las cifras son mejores y pueden serlo más ahora en España, tras la rebaja del IVA aplicada que pasará del fatídico 21% al 10%. En los últimos tres años, el aumento de los ingresos por actuaciones en directo en España ha sido del 33%, según las cifras de la Asociación de Promotores Musicales (APM), que situaron el volumen total a finales de 2016 en 232,2 millones de euros.
Los libros resisten
Pero esta cantidad no es suficiente para compensar el impacto devastador provocado en este sector económico por la doble crisis que le azota desde que se inició el siglo XXI. La económica, claro, y el nuevo orden impuesto por el efecto de internet sobre los hábitos de consumo cultural.
La Red ha terminado con casi todos los formatos analógicos que reinaron en el siglo XX. Pero no con todos. El libro resiste. A los lectores no les ha seducido el ebook. O no lo suficiente para convertirse en una alternativa real al ‘tocho’ impreso de toda la vida. A pesar de la incomodidad que supone su transporte y almacenaje.
Los datos están ahí. Según la Federación de Gremios de Editores de España (FGGE), a finales del año pasado, los libros electrónicos sólo suponían un 5% de las ventas totales del sector en España. Mucho menos que el 25% que llegó a alcanzar en países como EEUU, Reino Unido y Francia, donde, por cierto, también parece haberse iniciado un cierto declive del formato.
Los libros electrónicos no se venden mucho en España, pero los analógicos sí. Las cifras mejoran de nuevo, aunque se hayan perdido cerca de 1.000 millones de euros anuales en ventas desde el estallido de la crisis económica, según la FGGE, porque en la actualidad el volumen total del mercado suma sólo 2.317 millones de euros.
Los grandes sellos se lanzaron a la caza y captura del cantautor poeta. O de los poemas del cantautor, según se mire
Así que, en la búsqueda de opciones de supervivencia, los músicos se han subido al carro de la pujanza del libro como producto cultural de moda. Un desembarco paulatino pero constante. Sin prisa, pero sin pausa. Primero fueron los cantautores más jóvenes quienes se reconvirtieron en poetas románticos. Los raperos y el grupo de treintañeros crecido en el pequeño escenario de Libertad 8.
Ellos habían compartido escenarios con poetas jóvenes, como Irene X, Elvira Sastre y Carlos Miguel Cortés, que gracias al impacto de las redes sociales y a su decisión de subirse a las tablas para recitar sus obras habían logrado crear un público nuevo. Entre los milenials, sobre todo. Chicos y chicas, más estas últimas, dispuestos y dispuestas a gastar los escasos euros que ganan en sus trabajos precarios en los libros autoeditados por estos nuevos juglares capaces de rentabilizar su pericia en el uso de YouTube.
Ese fue el ejemplo seguido por Marwan y sus ‘secuaces’. Y la jugada les salió redonda. Su público compró los libros y ellos empezaron a ocupar espacio en los medios de comunicación. Lo que aún no habían llegado a conseguir como cantautores, a pesar de haber llenado salas de tamaño medio en toda España. Y la bola de nieve creció. Su éxito puso a las grandes editoriales sobre la pista. Y no sólo a ellas.
Los escritores milenials
Los grandes sellos se lanzaron a la caza y captura del cantautor poeta. O de los poemas del cantautor, según se mire. La lista empieza a ser interminable. Carlos Sadness, Vanesa Martín, Rayden, Xoel López…Una auténtica invasión de flamantes juntaletras, algunos mejores que otros, en opinión de los críticos sesudos, que no acaban de estar muy de acuerdo con este movimiento emergente.
Aunque muy pocos dudan de la altura poética de algunos cantautores, por supuesto. Figuras indiscutibles como Luis Eduardo Aute, que en los últimos meses ha sido protagonista de una reivindicación absolutamente merecida y necesaria gracias a la publicación de su obra poética completa en un indispensable libro de casi 500 páginas editado por Espasa.
Claro que tampoco hay para tanto, según apunta algún veterano letraherido. La industria editorial siempre ha actuado así. Tuiteros y YouTubers, como Wismichu y Barbijaputa, ya tuvieron su oportunidad hace tres o cuatro años, en el inicio de esta recolección de figuras populares en las redes sociales con clientela potencial mensurable a la que intentar venderle libros.
Pero el fenómeno no es demasiado nuevo, en realidad. Se relaciona con la busca y captura de famosos que siempre ha llevado a cabo la industria editorial. Ya saben, la dieta de Rafaella Carra, los secretos de alcoba de las estrellas de la tele, las novelas escritas con uso masivo del corta y pega por negros y negras al servicio de presentadores y presentadoras famosas…
Tuiteros y YouTubers como Wismichu y Barbijaputa ya tuvieron su oportunidad hace tres o cuatro años
Así que tal vez no haya que inquietarse demasiado por la nueva vuelta de tuerca de este fenómeno que ha llevado a muchos conocidos músicos y cantantes a lanzarse al ruedo literario. Con buena repercusión siempre en los medios y buena respuesta del público.
Y también algunos aspectos positivos. Como el aumento sustancial que se ha producido en los últimos tiempos de los libros biográficos o periodísticos en los que se trata el negocio de la música desde distintas perspectivas. Análisis históricos, memorias, polémicas relacionadas con la evolución de la industria. Un tipo de documentación habitual en otros países, especialmente los anglosajones, en los que los periodistas de cultura y espectáculos no son el florero que adorna la aridez de los magazines.
Y son muchos los especialistas hispanos que han tenido su oportunidad en los últimos años. Críticos y cronistas clásicos y de largo recorrido como Diego A. Manrique, Jesús Ordovás, Patricia Godes y Fernando Lucini, nuevos polemistas en busca de la revisión crítica de los acontecimientos históricos como Víctor Lenore, protagonistas del pasado glorioso con ganas de contar su versión de los hechos como Luis Pastor y hasta este modesto columnista que ha publicado hace un par de meses una biografía autorizada del maestro Eliseo Parra.