Rafael Alba (ALN).- El nuevo disco de Drake, titulado Scorpion, llegó al número uno de la lista semanal de Billboard tras haber vendido sólo 29.000 copias en EEUU. Con apenas 1.500 discos vendidos se puede alcanzar la cima del cuestionado hit parade español que publica Promusicae, la patronal de las productoras musicales de España.
Admítanlo: a ustedes también les gusta disfrutar de la comodidad que proporciona una buena lista de éxitos. Gracias a esas sencillas enumeraciones ordenadas de títulos de temas y nombres propios de grupos y cantantes no hace falta pensar mucho para saber quién ha triunfado y quién no en este proceloso mundillo de la industria musical del que nos ocupamos semanalmente en esta columna. Esos maravillosos top 10, 20, 30, 40, 50… o 100, son muy útiles para todos, al menos en teoría. Sirven para fijar en la mente del público, gráficamente y con gran rapidez, el grado de penetración viral que ha alcanzado una canción, un álbum o un artista. Y la gloria llama a la gloria como el dinero llama al dinero. De hecho, ambas cosas suelen ir de la mano.
Todo depende, por supuesto, del lugar que se ocupe en esos hit parades. De estar colocado más abajo o más arriba en esa escalinata que marca el camino hacia el estrellato. Unos escalones sucesivos, recubiertos de laurel y purpurina, que son, según la creencia más común, el símbolo perfecto de las múltiples pruebas que hay que superar para elevarse desde la nada de la total irrelevancia de los principiantes hasta esa cima reservada a las figuras consagradas en la que, además, espera el ansiado disco de oro. O de platino. Unos reconocimientos o trofeos, que aún aparecen puntualmente en las fotos promocionales con el elegante aspecto que tomaron prestado de los viejos discos de vinilo y el brillo espectacular del metal precioso al que representan.
Pero seamos claros. Lo cierto es que ahora, en este último tramo de la segunda década del siglo XXI, nadie parece saber muy bien qué significan exactamente estos galardones. Ni cómo se elaboran las famosas listas, ni a qué responden las distintas posiciones que puede ocuparse en ellas. Sólo hay algo seguro: en la actualidad, esas construcciones hipotéticas, que todavía resultan poco menos que indispensables para la industria de la música global, ya no tienen correlación alguna con la cantidad de discos vendidos. Siempre, claro, que sigamos entendiendo esta modalidad del comercio musical de la misma manera que lo hacíamos en el siglo XX. En el tiempo de los pioneros del negocio, cuando la música llegaba hasta las casas de los aficionados escondida en unos objetos singulares de pizarra, vinilo o plástico, que sólo revelaban su magia sonora al ser situados en el interior de unos mágicos aparatos reproductores hechos a su medida.
Antes de internet y ahora
Tiempos, tal vez no tan lejanos, en los que las discográficas necesitaban despachar un buen montón de copias para situar su producto en la cima de las listas. Sobre todo para llegar al lugar más codiciado por todos los participantes en la carrera: el puesto de honor del Hot 100 de la revista Billboard, ese auténtico premio gordo, que era tan difícil de lograr que hasta se utilizaba como argumento de marketing, en cualquier país del mundo, para animar las ventas de un LP o un single. Seguro que los lectores más veteranos recuerdan, con pavor o con nostalgia, según los casos, aquellas horrorosas calcomanías con la leyenda número uno en USA que los inmisericordes virreyes de las distribuidoras nacionales de los grandes sellos estampaban en cualquier punto de las portadas de los discos con proyección internacional que metían en los camiones directos hacia los puntos de venta. Ya fueran grandes almacenes o aquellas pequeñas tiendas de discos de las esquinas de los barrios en las que muchos pasamos algunas de las horas más gratas de nuestra tormentosa adolescencia.
Y hoy que todos los pilares sobre los que se erigió la vieja y añorada arcadia discográfica parecen derrumbarse para dar paso al nuevo mundo perfecto de las majors, algo sí es completamente seguro: en la actualidad no hay necesidad de vender grandes cantidades de copias físicas, ni de vinilos ni de CD, para alcanzar un lugar de privilegio en los hit parades. Por si alguien aún lo dudaba vayamos con las evidencias numéricas. Según las cifras oficiales de Billboard y Nielsen Music, la compañía consultora que se encarga de elaborar las listas de la publicación, en la semana del 21 de julio, cuando el rapero canadiense Drake consiguió colocar su último disco, titulado Scorpion, en el número uno del Hot 100, batió varios récords históricos, entre ellos el correspondiente a la venta de unidades físicas de su álbum. Pero en este caso el guarismo es más bien negativo. Drake sólo tuvo que vender 29.000 copias del álbum, entre CD y descargas digitales, para llegar a la cima. La cifra más baja obtenida por un número uno en EEUU, desde 1991, cuando Nielsen empezó a realizar el trabajo de recopilación de cifras de venta previo a la elaboración de las listas.
En España, desde hace unos cuantos años las ventas digitales (en las que se agrupan también los ingresos correspondientes al streaming) son mucho más cuantiosas que las físicas
Pues bien, esos números, con ser discretos, están muy por encima de los registrados en otros grandes mercados internacionales. En Reino Unido, por ejemplo, el álbum de Drake también llegó al número uno de las listas de venta. Y para conseguirlo sólo tuvo que vender 6.587 discos en total, según las cifras oficiales de OCC, la compañía encargada de realizar el hit parade británico publicado por la revista Music Week. Así que ya ven. No era un rumor. A pesar de la revitalización del formato vinilo y de otras lindezas por el estilo, cada vez se venden menos discos. Y todo parece indicar que todavía estamos lejos de haber tocado fondo en este asunto. Fíjense. Puede que, finalmente, lo único que se venda sean aquellos viejos plásticos circulares negros, envasados en fundas de cartón, de los que algunos se deshicieron en la década de los 90 para comprar CD. Muchos todavía se estarán arrepintiendo de haberlo hecho. Porque lo que también tiene ya los días contados es el negocio legal de las descargas digitales. Ya saben que Apple va a deshacerse de este servicio, que proporcionaba I Tunes, para apostarlo todo a su boyante plataforma de streaming (Ver más: Apple usa el poder del IPhone X para adelantar a Spotify en EEUU).
Polémicas listas de ventas españolas
Pero entonces, hoy por hoy, ¿qué importancia puede tener que un disco o una canción alcancen el número uno de las listas? ¿Puede considerarse todavía esa posición de privilegio un indicativo claro de pujanza económica o éxito comercial? Pues sí, o no, según como se mire. Porque algunos de los sistemas empleados ahora para elaborar estas clasificaciones son más secretos que la fórmula de la Coca-Cola. Y casi todos son cuestionables, cuando no manifiestamente injustos, fácilmente manipulables y poco transparentes. Aquí se conjugan distintos algoritmos y sistemas de conversión para obtener unos datos numéricos que suelen denominarse ventas equivalentes, y que básicamente atribuyen a un cierto número de escuchas en las plataformas de streaming de audio o vídeo, gratuitas o premium, el mismo valor que se le concede a haber despachado un CD o un vinilo en una tienda o haber registrado una descarga digital de pago. Por cierto que, como sabrán los lectores habituales de esta columna, la polémica está casi siempre servida cuando se realizan cambios en los parámetros aplicables, forzosamente convencionales y arbitrarios.
La situación es todavía más peculiar si nos centramos en el mercado español, uno de los principales de Europa, aunque no esté situado ahora mismo entre las 10 grandes áreas mundiales. En este país, desde hace unos cuantos años las ventas digitales (en las que se agrupan también los ingresos correspondientes al streaming) son mucho más cuantiosas que las físicas. De hecho en 2017, último periodo disponible con datos cerrados, el 66% de los ingresos de la industria llegó desde las escuchas, los visionados y las descargas realizadas por los consumidores en las distintas plataformas tecnológicas y la red, mientras que sólo el 34% de ellos se relacionaba con la venta de unidades físicas, según consta en los últimos datos de Promusicae, la patronal de las productoras musicales de España (integrada en IFPI, la poderosa Federación Internacional de Productores Discográficos, por sus siglas en inglés). Pues bien, a pesar de esta realidad, en las listas de ventas que elabora esa misma patronal discográfica, y que se considera la fuente oficial de referencia, no se ha introducido todavía el concepto de ventas equivalentes del que hablábamos antes. Aunque sí hay una lista específica dedicada al streaming. Una anomalía que molesta mucho a los artistas de las nuevas generaciones, que consideran que esta forma de clasificar la repercusión comercial de la música les perjudica. En la última semana, por ejemplo, el rey absoluto del streaming en España fue J. Balvin, con su álbum Vibras, un producto que ya tiene una carrera comercial evidente, a pesar de que aún no se han contabilizado ventas físicas. Por el contrario, el número uno de la lista oficial de álbumes, Principios, de Cepeda, tiene que conformarse con la medalla de bronce en la lista digital, mucho más parecida a las de nuestro entorno.
Con todo, quizá este no sea el principal problema de la lista de éxitos española. La semana pasada, una exclusiva de la publicación on line Odiomalley.com puso de manifiesto una debilidad aún mayor, relacionada con la opacidad y con los verdaderos números de ventas de las superestrellas. En el hit parade que se hace público no figuran las cifras, una información de la que sólo disponen los asociados de Promusicae, uno de los cuales ha filtrado el documento a la publicación especializada en pop comercial a la que hacíamos referencia antes. Y la verdad duele y estremece. Según cuentan los articulistas de Odiomalley.com, para ser número uno en España bastaría con vender en una semana 1.480 copias de un álbum, justo las que habría despachado la cantante Amaia Montero de su álbum Nacidos, para creer en las fechas en que consiguió encaramarse a lo más alto de la lista. ¿Les parece poco? Pues quizá no lo sea. Al menos si se compara con las 120 copias vendidas que permitieron al disco Prodigal Son del genial Ry Cooder entrar en la lista directo al número 41. O las 59 despachadas por la reedición del álbum Pulse, un directo de Pink Floyd, gracias a las cuales la mítica banda británica se plantó en el puesto 85. Vender, nadie vende nada. O casi. Pero la repercusión mediática que se consigue cuando se ocupan los lugares de honor de esta clasificación aún resulta una bendición para los afortunados. La cima de las listas asegura apariciones en las teles, impulso en las redes sociales y cobertura radiofónica. Y también conciertos bien pagados, por supuesto, que es lo que verdaderamente importa a estas alturas.