Nelson Rivera (ALN).- En las últimas dos décadas, en el período comprendido entre el 2000 y el 2020, se ha intensificado una tendencia: el indicador de esperanza de vida al nacer ha aumentado alrededor de seis años. A nadie sorprende ya que, desde el 2017, hay casi 30 países que han superado la barrera de los 80 años, con Japón, España, Suiza e Italia a la cabeza, y que tres países de América Latina -Costa Rica, Chile y México- se hayan posicionado en el rango entre los 75 y los 80 años.
No se trata de un fenómeno aislado, sino de una tendencia planetaria. Dice la ONU: en poco más de una década y media, el período comprendido entre el 2000 y el 2016, la expectativa de vida al nacer, a nivel mundial, creció 5,5 años. Pasó de 66,5 a 72 años. Desconcierta leer que en 1900 era de unos 47 años, y que en 1955 era de 55 años.
Pero estos límites están en camino de ser superados. Los demógrafos advierten: la conjunción de factores de diversa índole -los avances de la ciencia; la expansión y perfeccionamiento de los sistemas sanitarios; la acción benévola, en las vidas de un porcentaje de la población del mundo, de dietas controladas y ejercicios continuos- apunta a que viviremos cada vez más. Muchos de los nacidos en las próximas tres décadas, por ejemplo, probablemente vivan 90 o más años. Sin embargo, la noticia de fondo es otra: que la meta ahora es centenaria. Un mundo, en este siglo XXI, en el que la esperanza de vida al nacer sea de, al menos, 100 años.
Ciencia para la longevidad
Las rutas por las que ahora transitan los equipos científicos dedicados a contribuir a una vida más larga, son diversas. Un debate se mantiene vigoroso: si el envejecimiento es inevitable -es decir, si está irremediablemente inscrito en el ADN humano-, o si envejecemos como producto del desgaste. También están los que sostienen que es consecuencia de ambos factores -genético y de la acción humana-, lo que obliga a trabajar en todos los campos posibles.
Hay investigaciones en el delicado terreno de la manipulación genética, que estudian cómo modificar los embriones para evitar las enfermedades que son previsibles. Están los que trabajan para retrasar dos y tres décadas los padecimientos corporales y psíquicos que, por lo general, aparecen entre los 50 y 60 años. Hay los que trabajan en ámbitos como la regeneración celular y la generación de tejidos. Otros concentran sus esfuerzos en los procesos biológicos regulados por supercomputadoras. Y, por supuesto, están los que apuestan por soluciones fundadas en la nano-robótica y la hibridación entre máquinas y personas. La ciencia del envejecimiento tiene argumentos: las bacterias no mueren; hay gusanos y ratones a los que se ha logrado prolongar el ciclo de vida; y hay resultados que señalan que es posible moderar o retrasar el envejecimiento, en otras palabras, alejar el tiempo de morir. Notables científicos señalan que viviremos 120 o 130 años.
La reinvención de la vejez
De Aristóteles proviene la clasificación que establece que las edades de la vida son tres: Niñez/juventud, Madurez y Vejez. A lo largo de los siglos, distintos autores han ofrecido otras segmentaciones, de cuatro, seis y hasta ocho divisiones. La expectativa de una etapa, aproximadamente a partir de los 65, más larga y en mejores condiciones físicas y psíquicas, invita a preguntarse si muy pronto, el uso de la categoría ‘cuarta edad’ (que hoy designa a personas excepcionales de edad muy avanzada, octogenarios, nonagenarios y más) cambiará su fórmula de uso -para designar a los mayores activos y productivos-, lo que obligaría a establecer el uso de ‘quinta edad’ para las personas que crucen la línea de los 100 años. De acuerdo a esta prospección, serán los bisabuelos los que ocupen, en alguna medida, el lugar real y simbólico que los abuelos cumplen en las familias de nuestro tiempo.
No sólo una vida más larga, sino una vida en mejores condiciones. Vamos hacia un estado de cosas, tal es la promesa, donde el segmento entre 65 y 100 años crecerá numérica y porcentualmente, demandará nuevos productos y servicios, requerirá de inéditas formas de sociabilidad y entretenimiento, y planteará problemáticas metodológicas y de contenidos a medios de comunicación, políticas públicas, sistemas educativos y productivos. En la medida que el peso porcentual de ese segmento de la población aumente, cuestiones como su representación política y sus exigencias a los gobiernos tendrán una presencia más decisiva en el espacio público.
Mayores contra la debacle
Simultáneamente, en Japón, Europa y otros países, mientras la sociedad envejece, la natalidad disminuye. Los tiempos en que el número de nacimientos superaba al de fallecidos, han quedado atrás. El cuadro demográfico que se proyecta -no en el caso de América Latina– es el de una población empleable, cada vez más reducida y envejecida. Una vez que el sueño de los millennials no se cumplió -ni tomaron el control de la política, ni modificaron el carácter de los intercambios sociales, ni asumieron masivamente el liderazgo de la sociedad-, gobiernos, planificadores y sistemas productivos tienen un enorme desafío por delante: prepararse para su regreso -un regreso protagónico y no accesorio- a la política, las aulas, las empresas, los medios de comunicación y a la gestión de lo público.
El inevitable déficit de los sistemas de pensiones obligará a retrasar el límite de la jubilación y a crear incentivos para que los profesionales permanezcan más tiempo laboralmente activos. Las organizaciones estarán llamadas a crear condiciones -horarios, funciones, modelos de remuneración, métodos de teletrabajo, facilidades ergonómicas y más- que les aseguren el cumplimiento de sus metas y contribuyan con el desenvolvimiento de la economía.
La otra cuestión fundamental que se planteará como una enorme problemática social será el crecimiento de las necesidades de asistencia geriátrica, una mayor demanda de instituciones y profesionales expertos en el cuidado a mayores, un aumento del número de dependientes y de mayores que viven en situación de soledad extrema. Si las instituciones no se preparan, si no resuelven la doble cuestión del incremento del ahorro y la sustentabilidad de los sistemas de pensiones, podríamos estar en camino de crear una sociedad cada vez más longeva, con un porcentaje creciente de sus ancianos amenazados por la exclusión y la marginalidad.