Pedro Benítez (ALN).- Uruguay, el pequeño país suramericano con un poco más de 3.4 millones de habitantes, persiste en ser la excepción a la crispación y polarización que caracterizan a las democracias del mundo por esta época.
El civismo de la campaña electoral para la primera vuelta presidencial de este pasado domingo 27 de octubre despertó la sana envidia tanto al otro lado del estuario del Río de la Plata, como en su gigantesco vecino del norte. En ese sentido, es difícil conseguir que un político uruguayo insulte a sus adversarios. A diferencia de lo que ocurre en el resto de Latinoamérica (y como estamos viendo también en Estados Unidos) los expresidentes se esfuerzan por llevar relaciones de respeto mutuo.
Hasta ahora (toquemos madera) no ha aparecido en ese país ese tipo de líder populista que despierta pasiones tan de moda por estos días. Nadie tiene temor que los derrotados vayan a desconocer el resultado de los comicios, o que la Corte Electoral sirva a los intereses de un grupo. Y parece inconcebible que los recursos públicos se usen en favor de la candidatura oficial. Por lo visto, a nadie le pasa eso por la cabeza.
Eso no quiere decir que no exista la tradicional disputa política entre la izquierda y la derecha, pero de una manera que muchos países de la civilizada Europa Occidental de hoy desearían tener. Desde fines del siglo pasado hubo un realineamiento del sistema de partidos uruguayos con el ascenso electoral del Frente Amplio (FA), una coalición de izquierda que desplazó, aunque no sepultó, a los centenarios blancos y colorados. De ese proceso emergió un personaje excepcional, el dos veces presidente Tabaré Ramón Vázquez; con tacto y eficacia consolidó a esa alianza como la principal fuerza política del país.
La hegemonía del Partido Colorado
Desde 1999 los candidatos presidenciales del FA han ganado la primera vuelta de todas las elecciones, desempeño que se repitió este pasado domingo. De ellas se impusieron tres veces en la instancia definitiva, 2004, 2009 y 2014; dos con Tabaré Vázquez y una con José Mujica.
Esa sucesión de victorias la paró el actual mandatario Luis Lacalle Pou hace cinco años. Aunque en esa oportunidad perdió la primera vuelta con el 28,5% ante Daniel Martínez, candidato de la coalición de izquierda, logró, no obstante, imponerse en la segunda vuelta con el 48%.
Esa consolidación del FA ha obligado a los viejos rivales, el Partido Nacional (blanco) y al Partido Colorado a coaligarse. Es lo que se conoce como la Coalición Republicana, que suma a otros partidos menores y que bajo Lacalle Pou ha sido la alianza de gobierno.
El otrora hegemónico Partido Colorado, que gobernó de manera ininterrumpida durante 93 años, en lo que va de siglo se ha venido a menos quedando relegado a ser la tercera fuerza. Sin embargo, ha tenido suficiente peso como para negarle, con una sola excepción (2004), las victorias en primera vuelta por mayoría absoluta al FA. En 2019 el 12% de los sufragios que reunió su candidato presidencial, Ernesto Talvi, fue decisivo para darle la victoria al actual mandatario.
Contradicciones
Esta oportunidad repitió el tercer lugar con Andrés Ojeda, pero con el 15,8% espera reeditar ese resultado el próximo 24 de noviembre, fecha de la segunda vuelta presidencial. En cuanto al voto parlamentario, el FA ya aseguró mayoría del Senado con 16 escaños. Le sigue el Partido Nacional con 9 bancas, mientras que el Partido Colorado 5. En diputados, la alianza de izquierda no alcanzó la mayoría absoluta, pero es con comodidad la primera fuerza.
Con 43,3% que logró en la primera vuelta, su candidato presidencial Yamandú Orsi es el claro favorito de esta elección. En cualquier caso, el FA será determinante por su control del parlamento.
Sin embargo, el principal adversario de esta coalición no se encuentra en la acera de enfrente, sino en sus propias filas. Una de las claves de su éxito ha sido su capacidad para congregar a democratacristianos, comunistas, socialistas trotskistas y ex tupamaros (el líder de este grupo es el ex presidente Mujica). Pero, al mismo tiempo, esa ha sido su principal debilidad. Las contradicciones internas son permanentes; una de ellas ha sido, por ejemplo, las relaciones con Cuba y Venezuela. Tal como les ocurre a sus homólogos chilenos y al Partido de los Trabajadores en Brasil. Vázquez y Mujica tuvieron la habilidad de torear ese asunto, pero la deriva autoritaria del chavismo ha agudizado las tensiones dentro del Frente.
Asuntos espinosos
Otros asuntos espinosos han sido los plebiscitos efectuados el mismo día de la elección general. Una propuesta sometida a consulta popular buscaba revertir la reforma que implementó el gobierno de Lacalle Pou en 2022, que elevó la edad de jubilación de 60 a 65 años, así como eliminar los planes de pensiones privados. Promovida por la central sindical única uruguaya, cercana al FA, fue rechazada por el 61% de los votantes. Es decir, un sector de los electores del propio Frente le votó en contra, lo que le dio un sabor agridulce a su victoria en la primera vuelta presidencial.
Los tres principales candidatos presidenciales, Orsi (FA), Álvaro Delgado (Partido Nacional) y Ojeda (Colorado) criticaron la reforma, pero los partidos Comunista y Socialista la respaldaron.
La otra propuesta proponía aumentar los poderes de la Policía para luchar contra el crimen relacionado con las drogas, pero no alcanzó, aunque por poco, el 50% requerido.
De modo que del cuadro político/electoral uruguayo se puede decir que todos ganaron algo y nadie está totalmente derrotado. Sin dramas y aburrido. Suiza, pero en Sudamérica.
@PedroBenitezf.