Rafael Alba (ALN).- La familia Bolloré y Black Rock, principales accionistas de Vivendi, están dispuestos a rentabilizar el buen momento de Universal Music Group. El éxito de la salida a Bolsa de Spotify ha abonado el terreno para la colocación de acciones de otras empresas relacionadas con la industria de la música global.
Los máximos responsables de la industria de la música global parecen tenerlo claro: ha llegado la hora de hacer caja. De aprovechar las circunstancias financieras favorables en las que se encuentra el sector, antes de que se haga tarde y explote la burbuja. No vaya a ser de eso de lo que estamos hablando de verdad, de una peligrosa burbuja, cuando hacemos el relato del éxito cosechado por Spotify en Wall Street en sus dos semanas de cotización. Hagamos un resumen rápido. En ese tiempo, el precio de las acciones de la plataforma de streaming presidida por Daniel Ek parece haberse consolidado por encima de 150 dólares (121,308 euros), lo que supone un 13% más que el promedio de 139,50 dólares (112,81 euros) por título al que cotizaban en los mercados privados antes de la llegada al parqué neoyorquino.
No está nada mal para una compañía que ha acumulado pérdidas de 2.800 millones de dólares (2.284,2 millones de euros) en cinco años, que admite que perderá otros 250 millones de dólares (203,9 millones de euros) en el presente ejercicio y que no posee los derechos de ninguna de las canciones que emite y explota y que, sin embargo, tiene en estos momentos un valor de mercado de 29.500 millones de dólares (24.066 millones de euros), poco menos la mitad del que corresponde a una gran empresa española como Telefónica, por ejemplo. Y no viene al caso ahora preocuparse por las peroratas de esos agoreros insistentes que señalan debilidades peligrosas en el día a día de Spotify en Bolsa. Peligros tales como la falta de liquidez de los títulos o lo magro que resulta el volumen de negociación diario. Se trata de los aguafiestas de siempre, de esos que no tienen en cuenta la lluvia de informes positivos que los expertos de la banca de inversión han derramado esta primavera sobre la compañía sueca y sus opciones de futuro.
Ya les digo: el clima es favorable y el tiempo apremia. Y esos podrían ser algunos de los motivos por los que los responsables del fondo de inversión de EEUU Black Rock y los miembros más notables de la familia Bolleré (Vincent y Yannick, el patriarca y su heredero) principales accionistas de Vivendi, han tomado la decisión de sacar a Bolsa en los próximos meses a Universal Music Group, la joya de la corona, su bien más preciado. Una filial que aporta ya el 46% de los ingresos totales de la empresa moderna e imperial que antaño fuera la vieja compañía Compagnie Générale des Eaux de Lyon, reconvertida hoy en gran firma global.
La industria ha salido reforzada
Los musiqueros suponen ya para la cuenta de resultados de Vivendi, nada menos que un 4% más que Canal Plus France, la televisión de pago francesa que está en el origen de la transformación impresionante que ha experimentado la empresa pública que fue fundada por el mismísimo Napoleón III en 1853 y que debe en parte su renovado poder a las decisiones de diversificación del negocio y expansión tomadas en la década de los 90 por Jean-Marie Messier. Un notable gestor al que ni la historia ni la Wikipedia recuerdan con benevolencia. Al fin y al cabo, Messier fue despedido sin honores de la empresa que ayudó a construir, tras un par de años de malos resultados. Sin contar con que su salida de la multinacional francesa estuvo rodeada, además, por las acusaciones que se le hicieron desde algunos medios, en los que se dijo que Messier había metido la mano en la caja, al menos en una ocasión, y se había comprado con el dinero de los cándidos accionistas de la firma un lujoso apartamento en la exclusivísima área neoyorquina de Park Avenue, valorado en unos 17,5 millones de dólares (14,15 millones de euros).
El insistente rumor que se había extendido desde principios de año sobre la más que probable salida a Bolsa de Universal ha sido confirmado hace unos días en París por el consejero delegado de Vivendi
Pero no hablemos del pasado. Universal es hoy una de las tres multinacionales discográficas que controlan el negocio audiovisual en el mundo del siglo XXI. Un imperio surgido de las cenizas de la vieja industria y producto de la evolución de la especie que provocó en el sector el impacto de internet y las nuevas tecnologías. Un shock terrible que, en lugar de democratizarlo todo, como parecía que iba a pasar, ha servido para convertir al público en una masa amorfa controlada por los algoritmos, un colectivo poco exigente y fácil de saciar con refritos ‘esferificados’ del pop de siempre y los ritmos de la música de baile de toda la vida pasados por la ‘turmix’ de los artefactos digitales. Una situación de dominio y control de los mecanismos del éxito nunca vista antes y que permite a los tenedores de los derechos de las canciones que suenan en las plataformas obtener beneficios récord con los que nadie contaba hace sólo un lustro.
El insistente rumor que se había extendido desde principios de año sobre la más que probable salida a Bolsa de Universal ha sido confirmado hace unos días en París por el consejero delegado de Vivendi, Arnaud De Puyfone, en una reunión con accionistas de la que dio cuenta The Financial Times, una de las publicaciones canónicas entre los gurús de las finanzas, en la que cada vez aparecen más noticias relacionadas con las empresas globales de espectáculos. Otra indicación del nuevo signo de los tiempos, que diría el malogrado Prince. Y una demostración de que aquellos viejos dinosaurios en peligro de extinción se han convertido en ágiles animales modernos indispensables en la oferta pública de cualquier zoo con posibilidades en este tramo final de la segunda década del nuevo siglo.
Los fondos de inversión tecnológicos siguen hambrientos
Ya ven, la industria musical vuelve a ser negocio y los fondos de inversión planean sobre ella con la voracidad y el apetito del perro de Pavlov. Hay hambre de ese papel en los gestores de carteras tecnológicas. En especial, si los títulos pertenecen a compañías que han acreditado una cierta capacidad de captar ingresos recurrentes. Y eso justamente, además de alguna otra cosa, es lo que ocurre ahora con Universal y sus dos grandes rivales Sony y Warner, gracias a los pagos puntuales que reciben de las plataformas de streaming por la explotación de los temas cuyos derechos controlan. Una lluvia de millones constante y creciente que proviene de benefactores impagables, como la anteriormente mencionada Spotify o rivales como Pandora, Apple Music, Facebook o YouTube.
En concreto, Universal, obtuvo el año pasado ingresos de 1.970 millones de dólares (1.593,18 millones de euros) procedentes de estas fuentes. Un poco más del doble de los 954 millones de dólares (771,521 millones de euros) que consiguió por este mismo concepto en 2015. La cantidad supone, además, un 32,83% de los 6.000 millones de dólares (4.852,3 millones de euros) de ventas totales por discos y derechos de explotación conseguidos por la empresa en el pasado ejercicio. La gasolina perfecta para impulsar en 2017 un aumento del 20,6% en el ebitda (beneficio antes de impuestos y amortizaciones), con respecto al ejercicio anterior. Subida que resulta ser una perfecta carta de presentación de esos planes bursátiles de futuro que parecen estar elaborando para la empresa los principales accionistas.
Claro que, tal vez, habría que darles también un poco de crédito a unos cuantos ejecutivos a quienes también sería justicia colgar alguna medalla a cuenta de estos éxitos económicos registrados por Universal. Primero, por supuesto, quitémonos el sombrero ante Lucien Grange. El avispado ejecutivo británico que se puso al mando de las operaciones globales de la empresa en 2011, tras una década capeando el temporal como máximo responsable en el Reino Unido. Grange supo encontrar el rumbo adecuado, según parece, y diseñar un equipo más que notable en el que destacan los jefes de la división latina. Esa máquina de hacer dinero que preside el español Jesús López, y que puede reclamar para sí el honor de haber convertido al Despacito de Luis Fonsi en el gran fenómeno global de la década.
Y tampoco convendría olvidarnos de los éxitos locales, los conseguidos directamente en España. Como la espectacular repercusión conseguida por la última edición de Operación Triunfo, cuyos ecos no se han apagado todavía y en la que ha tenido mucho que ver un tal Manuel Martos, director artístico y productor ejecutivo de la división española de la compañía y también hijo del gran cantante Raphael y yerno del exministro socialista José Bono. Una operación bien ejecutada y tan brillante, que no nos resulta fácil entender a esos trolls de la red que insisten en considerar inadecuado que una televisión pública –RTVE, en este caso- se haya puesto supuestamente al servicio de una compañía privada de capital franco-estadounidense, para facilitarle un pingüe negocio que habría sido financiado en parte con el dinero de los impuestos de todos los españoles. ¿Qué les parece? Da la impresión de que hay mucho diletante con lengua viperina que con tal de criticar es capaz de decir cualquier barbaridad. Ya saben, mejor no hacer ni caso a las maledicencias que se escriben en las redes sociales.