Pedro Benítez (ALN).- Los motines del hambre sacuden a la Venezuela profunda. Ese país azotado por la carestía y abandonado a su suerte por el régimen chavista. El detonante del malestar es la manera corrupta y arbitraria como los funcionarios civiles y militares chavistas venden la gasolina y las cajas de los alimentos sociales, Clap. Mientras tanto, desde el centro del poder en Caracas, Nicolás Maduro mira con indiferencia confiado en su control sobre la Fuerza Armada Nacional y apostando a una población resignada. Dispuesto a imponer una “normalidad relativa y vigilada”.
Una ola de protestas como no se veía desde inicios de 2018 sacude los distintos confines de Venezuela. En las últimas horas ha ocurrido una sucesión de motines, saqueos, conatos de saqueos y enfrentamientos con la fuerza pública que han dejado decenas de detenidos, al menos seis heridos de bala y un muerto. Los protagonistas son las poblaciones más pobres de los estados Bolívar, Sucre, Lara, Falcón, Barinas, Trujillo, Mérida y Portuguesa. El Oriente y Occidente del país simultáneamente.
El problema de la gasolina
El combustible en esta ocasión es la falta de combustible. O más bien la forma en cómo se administra. Reclaman los pequeños productores agrícolas que no pueden trasladar sus cosechas a los centros urbanos por la escasez de gasolina. Pero también se protesta por la falta de agua potable, electricidad, gas doméstico, alimentos y medicinas.
Esta es la protesta de la Venezuela profunda, azotada por el hambre y abandonada a su suerte por el régimen chavista que desde hace años concentra sus menguados recursos en Caracas, sede del poder político, a fin mantenerla bajo control.
Esa Venezuela del hambre son todas aquellas localidades o regiones que han sido los bastiones electorales del chavismo por años. Así se les paga su fidelidad.
La respuesta de la represión
Como en otras ocasiones la represión ha sido inmediata, expedita y brutal. La línea oficial a aplicar la impuso Hugo Chávez: “candelita que se prenda, candelita que se apaga”. La determinación de Nicolás Maduro y sus jefes militares es aplacar cuanto foco de protesta aparezca. Impedir que se propague. Si la fuerza policial regional o los efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) no son suficientes se usan a los denominados colectivos, grupos de civiles motorizados pagados por los gobiernos regionales y locales para sembrar el medio en las calles. Al mejor estilo de los Tonton Macoute de la familia Duvalier.
Un caso revelador de la situación es el estado Sucre. Tradicionalmente se han contado entre los más pobres del país pese a sus potencialidades en turismo, agricultura y reservas de gas natural. No obstante, en la última década se ha hundido en la miseria. Solo el narcotráfico y la violencia han prosperado. Su situación socioeconómica solo en comparable en el Caribe con Haití. Sucre es una de las muestras del tremendo retroceso de Venezuela en todas las áreas.
Por consiguiente, no es de extrañar que sea allí donde han surgido los primeros focos de desesperación social. Como en las otras regiones el detonante del malestar está siendo más la manera corrupta y arbitraria como los funcionarios de la GNB distribuyen y venden la gasolina que la propia escasez; de la misma manera que lo hacen los activistas del partido oficial con las cajas de comida Clap, un programa de social de alimentos.
Gasolina y comida son los instrumentos para el precario control social.
El chavismo civil y militar se ha acostumbrado a abusar de la población. La indignación que esto provoca es la mayor fuente del resentimiento acumulado. Sin embargo, Nicolás Maduro se siente cómodo con un país confinado. Bajo control. Confía que la población se resigne y acomode a la nueva situación. Esa es su apuesta.
Su estrategia hoy es usar las medidas contra la pandemia y la escasez de gasolina para desmovilizar cualquier protesta política. Es su coartada para mantener a los militares en las calles. Nada de consensos sociales, acuerdos políticos con distintos grupos de poder o la búsqueda de legitimidad.
Como en otras ocasiones la represión ha sido inmediata, expedita y brutal. La línea oficial a aplicar la impuso Hugo Chávez: “candelita que se prenda, candelita que se apaga”. La determinación de Nicolás Maduro y sus jefes militares es aplacar cuanto foco de protesta aparezca.
El chavismo con Maduro a la cabeza se siente seguro mandando (que no gobernando) a una sociedad devastada. Cree que puede superar esta nueva agudización de la crisis como ya hizo con el gran apagón eléctrico de marzo del año pasado y con la hiperinflación. Solo necesita mantener los incentivos a la coalición gobernante.
Mientras tanto la propaganda oficial muestra un mundo que se hunde por la pandemia y la crisis económica. Los adversarios externos no tienen tiempo para ocuparse del caso venezolano. Ese es otro ángulo de la misma estratega.
Venezuela se adentra en la tormenta. La hiperinflación nuevamente toma fuerza y el dólar paralelo se dispara hasta los 200 mil bolívares soberanos. Todo el ambiente de estabilidad que se quiso crear en diciembre del año pasado colapsó, incluso ante de las sanciones a la petrolera rusa Rosneft. Maduro había liquidado las pocas reservas de divisas que le quedaban al país.
Pero como estamos viendo en otras partes del mundo esta crisis está brindado la oportunidad perfecta para reforzar y ampliar el control del Estado sobre la sociedad. La Venezuela chavista no podía ser la excepción. Sin embargo, tampoco es posible mantener indefinidamente a una población inmovilizada que solo cuenta con recursos muy precarios para sostenerse.
Entre estas dos variables se moverá Venezuela en los próximos días y semanas. Veremos si la protesta social se incrementa. La respuesta de Maduro ya sabemos cuál será: mayor represión. En el medio la FAN. Es la institución militar la que está en la calle y la que sostiene al régimen. A sangre y fuego.