Antonio José Chinchetru (ALN).- El reto independentista ha unido a un partido burgués de centroderecha con el ultraizquierdismo más radical. En el improbable caso de que lograran su objetivo, el riesgo de que en Cataluña no se instaurara una democracia de corte occidental sería muy elevado.
Corría el 4 de marzo de este año cuando el expresidente de la Generalitat de Cataluña y auténtico impulsor de un reto independentista que el nacionalismo llevaba preparando desde hacía décadas, Artur Mas, participó en un acto en la Universidad de Harvard. En dicho foro académico mantuvo un diálogo con Roberto Mangabeira, exministro de Asuntos Exteriores de Brasil en el Gobierno de Luis Inacio Lula da Silva. El antecesor de Carles Puigdemont dijo entonces que imaginaba a su región como “la Dinamarca del Mediterráneo”. Sin embargo, si se llegara a producir la muy improbable independencia, el resultado final podría ser muy diferente.
El bloque independentista catalán se articula a través de una peculiar alianza que sólo puede ser calificada de contra natura si se tienen en cuenta los postulados de las formaciones políticas que la conforman. El Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT) de Carles Puigdemont, de centroderecha y que se proclama europeísta y atlantista, compite por la supremacía en votos y presencia institucional con la Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) del vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras.
El bloque independentista catalán se articula a través de una peculiar alianza que sólo puede ser calificada de contra natura
Esta formación se define como de izquierdas y tiene una larga tradición insurreccional, aunque en las últimas décadas haya optado, hasta ahora, en líneas generales por la acción tan sólo a través de las instituciones. No obstante, eso no impide que sigan considerando un referente a Lluis Companys. Fue el presidente de la Generalitat que en 1934 se alzó contra el gobierno (democráticamente elegido) de la II República Española y proclamó el Estado catalán, eso sí, en el seno de una inexistente República Federal Española. Aquella asonada duró 10 horas y concluyó con la detención de Companys y el resto de su gobierno. ERC tenía entonces milicias armadas y sectores que buscaron la alianza y el apoyo del fascista italiano Benito Mussolini.
ERC tiene en su seno, además, un sector que ha practicado la violencia política extrema. En la primera mitad de los años 90 del siglo pasado integró en su seno a los dirigentes y parte de los miembros del grupo terrorista Terra Lliure (Tierra Libre). Esta organización nació a finales de los años 70, ya en democracia, y tras cometer más de 200 atentados se disolvió en 1991. Dejó un balance de cinco víctimas mortales y numerosos heridos, entre ellos el periodista Federico Jiménez Losantos. Este era entonces profesor de instituto y había sido uno de los impulsores de un manifiesto contra la discriminación lingüística de los castellanohablantes en Cataluña. Tras secuestrarle, un terrorista le disparó en una pierna.
CDR catalanes de inspiración castrista
La organización considerada sucesora del brazo político de Terra Lliure, Poble Lliure, está integrado en el tercer gran partido independentista: la Candidatura de Unidad Popular (CUP). La CUP aglutina a diversas organizaciones de extrema izquierda, tanto anarquistas como comunistas, y se proclama contraria a la economía de libre mercado y propugna la ruptura con la Unión Europea. Es además profundamente antiestadounidense y partidaria del régimen chavista de Nicolás Maduro en Venezuela y la dictadura castrista en Cuba. Esto último la acerca a ERC, varios de cuyos dirigentes más destacados han lanzado proclamas a favor del gobernante bolivariano incluso en sede parlamentaria.
Aunque minoritaria en el Parlamento catalán (tiene 10 diputados frente a los 62 de la coalición que agrupa a PDeCAT y ERC), la CUP ha llegado a marcar la agenda del reto independentista en numerosas ocasiones y ha sido clave en la movilización del referéndum ilegal del 1 de octubre. Se inspiró en la dictadura comunista de Cuba para poner en marcha un mecanismo de vigilancia y control social a nivel de barrio. Creó los Comités de Defensa del Referéndum, inspirados en los Comités de Defensa de la Revolución castrista (con los que comparten las siglas CDR). Estos CDR no sólo movilizan a los suyos -tras el 1 de octubre fueron muy activos en la huelga general del día 3- sino que sirven para controlar y presionar a quienes no toman partido por el independentismo.
La inspiración bolivariana y castrista de amplios sectores del independentismo es mutua en lo que se refiere al chavismo. Nicolás Maduro ha expresado en varias ocasiones su apoyo al movimiento secesionista, llegando a fotografiarse con una bandera independentista de izquierdas y a proclamar “Cataluña vencerá”. El apoyo a los partidarios de la ruptura con España viene también de parte del llamado ‘chavismo crítico’. El 28 de septiembre, Marea Socialista publicaba una declaración en defensa del “derecho del pueblo de Catalunya a decidir su destino”.
Coincidencias del independentismo con el chavismo
Al margen de consideraciones ideológicas, existen diversos paralelismos en el modo de actuar del régimen chavista de Maduro y el independentismo. La Asamblea Nacional Constituyente se instauró como un suprapoder al margen de cualquier control y violando las propias normas constitucionales venezolanas. La tramitación de la convocatoria del referéndum del 1 de octubre y la aprobación de la llamada Ley de Transitoriedad y fundacional de la República (declarada ilegal por los tribunales) fueron similares. Se violó tanto la Constitución Española como el Estatuto de Autonomía de Cataluña y el propio reglamento de funcionamiento del Parlamento catalán. Los propios servicios jurídicos de esta Cámara alertaron de ello, sin que los políticos independentistas les hicieran caso.
Al margen de consideraciones ideológicas, existen diversos paralelismos en el modo de actuar del régimen chavista de Maduro y el independentismo
Las tensiones en el seno del independentismo hasta ahora han estado controladas debido a que todos sus sectores comparten un odio, a España, y una meta: la independencia de Cataluña. En el muy improbable caso de que lograran su objetivo, las cosas cambiarían de forma radical. El PDeCAT aspira a una república que forme parte de la Unión Europea (aunque desde esta se ha insistido en que no sería así) y tendría una economía de libre mercado con muchos elementos socialdemócratas de corte europeo occidental. La CUP sueña con todo lo contrario, aspira a un país independiente donde todo rastro de capitalismo e instituciones políticas de corte occidental sea borrado. ERC está en un terreno intermedio, con partidarios en su seno de uno y otro modelo.
Aunque en principio las posturas más moderadas serían las mayoritarias, no significa que tuvieran que resultar triunfantes. El reto independentista está tomando de forma creciente un mayor cariz revolucionario, y esto favorece a la CUP y a un Podemos que cada vez está más claramente posicionado con el secesionismo y comparte gran parte del pensamiento anticapitalista y antioccidental de Candidatura de Unidad Popular.
La experiencia histórica muestra que cuando en una revolución se coaligan burgueses moderados con radicales políticos, estos suelen ser los que triunfan en último término, aunque no tengan la mayoría social ni política. Es lo que ocurrió en la Revolución Rusa, donde los bolcheviques eran una fuerza numéricamente muy menor pero extremadamente organizada. Pasó también en el proceso que logró derrocar al Sha de Persia. El ‘bazar’, la burguesía moderada, actuó junto con los islamistas de Ruhollah Jomeini y el Partido Comunista. Fueron los ayatolás quienes se hicieron con el control absoluto de Irán.
Lo mismo ocurrió con el chavismo en Venezuela. Hugo Chávez llegó al poder en 1998 apoyado por la coalición Polo Patriótico, que incluía formaciones radicales (como la suya, el Movimiento Quinta República) junto a otras de corte moderado. Tras asumir la presidencia, fue eliminando de su entorno tanto a los partidos socialdemócratas como a militares no radicalizados y respetuosos de la institucionalidad.
No se puede saber quién se haría con el poder definitivo en una casi imposible República Catalana, y qué modelo político impondría. Pero las probabilidades de que el nacionalismo burgués terminara sucumbiendo ante una ultraizquierda muy organizada y que no es contraria al uso de la violencia (ahí están los vínculos de la CUP con el entorno de ETA) serán muy altas. Lejos de ser una “Dinamarca del Mediterráneo”, Cataluña correría un riesgo muy real de convertirse en una ‘República Bolivariana’ a orillas del Mare Nostrum.