Nelson Rivera (ALN).- Desde 2008, una pregunta comenzó a repetirse: si existía algún modo de detectar cuándo Cristina dice la verdad o cuándo miente. Le decían la mujer invicta, porque su capacidad para simular no tenía límites. Pero la verdadera Cristina, por fin, empieza a surgir de sus bambalinas. Casi todo es simulado en Cristina Fernández. Quiero decir: casi todo parece cubierto de un falso brillo. Esos recubrimientos, ya lo explicaré, producen extraños destellos. Piezas que emiten una luz incierta. Como si con cada movimiento, algo del vestuario o de la escenografía que la rodea estuviera a punto de caer y desparramarse por el piso.
Vaya el lector y escúchela en YouTube. Es como entrar en un bazar chino: montones de articulillos de lengua dudosa, mal acabados algunos de ellos, llamativos de lejos. Pero si alguien quiere conservar la ilusión, no debe aproximarse: a Cristina Fernández hay que mirarla sin anteojos o al fondo de un gran salón mal iluminado.
Los intentos de atribuirle algún fondo ideológico, que procuraron sus asesores, fracasaron. Basta con revisar aunque sea de forma somera su cuenta de Twitter: ni izquierdista, ni peronista, ni pragmática ni mucho menos una liberal. Un popurrí donde las consignas antiimperialistas se mezclan con recetas desarrollistas. O donde cierto palabrerío, como sus declaraciones de apoyo a Hugo Chávez, es seguido de anchas franjas de silencio, como ha ocurrido con las acusaciones de corrupción que la señalan, a ella y a miembros de su familia.
Es famoso el episodio que tuvo lugar en 2003, en la Casa Rosada, sede del Gobierno argentino. Invitados a un almuerzo por el Presidente, dos de los intelectuales más prestigiosos de Argentina: Beatriz Sarlo y Tulio Halperín Dongui. En la mesa, además de dos funcionarios del Gobierno, estaba la entonces senadora Cristina Fernández de Kirchner, quien apuró estas palabras: Me parece que Argentina carece de intelectuales.
Precedida por el ala protectora de su marido, Néstor y Cristina Kirchner trabajaron por más de una década para crear una religión política. De hecho, todavía hoy, en el avatar de su cuenta de Twitter, ella aparece en un primer plano, su rostro sonriente bajo capas de maquillaje, mientras Néstor la observa desde un segundo plano.
Y podría decirse que casi lo lograron. La fuerza política que mostraban de 2004 a 2006, hacía pensar que gobernarían Argentina por dos o tres décadas, si así se lo proponían. Hubo un momento, que bien podría fecharse en el 2004, cuando Néstor Kirchner y su esposa Cristina lucían más poderosos que Lula en Brasil o Chávez en Venezuela. Ambos sonreían y se miraban a los ojos. Eran los imbatibles.
Néstor y Cristina Kirchner trabajaron por más de una década para crear una religión política.
No exagero en la afirmación de que una religión política estaba en proceso de conformarse. Ya entonces, el nepotismo flagrante, los signos de la corrupción que comenzaban a repetirse, el uso abusivo de las prebendas del poder, los ataques y amenazas a la libertad de prensa y los medios de comunicación, el trato humillante que deparaban a sus colaboradores, la opacidad con que se tomaban decisiones, así como su marcada falta de pudor a la hora de hacer uso demagógico de cualquier tema sensiblero, eran conductas visibles que, desde la oposición, se denunciaban en todo el país.
Pero nada de esto parecía hacer mella, ni en el marido ni en la señora: cuando él finalizó su mandato, ella pudo gobernar a su país a lo largo de ocho años más, entre el 2008 y el 2015.
Desde el 2008, ya instalada en la Presidencia, una pregunta comenzó a repetirse: Si existía algún modo de detectar cuándo Cristina dice la verdad o cuándo miente. En un artículo publicado en La Nación, recuerdo haber leído que ella era la mujer invicta, porque su capacidad para simular no tenía límites.
Pero los tiempos han cambiado, me parece. La verdadera Cristina, por fin, comienza a surgir de sus bambalinas. Su cadena de performances ha comenzado a fracturarse. No hace mucho, el 13 de noviembre, decía (creo que a sí misma): “En épocas de 140 caracteres, de redes sociales, que no hay que estigmatizarlas ni asustarse”. Dejando a un lado el tropezón sintáctico, su declaración es de coraje (no hay que asustarse). Dos días más tarde, escribe su tuit más revelador:
Y si prueban con poner un poquito de la energía que gastan en
perseguirme a mí, a mi hija y ahora a mi madre, en solucionar los problemas?— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) 15 de noviembre de 2016
Frase reveladora: un tuit de miedo por fin se ha asomado. En su fondo, la frase tiene algo de súplica: Olvídenme. Tal la petición de esta viuda, distinta a la que unas semanas atrás gritaba ante un micrófono: estoy dispuesta a todo.