José Manuel Rotondaro (ALN).- La frase de Kristalina Georgieva, directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, es lapidaria: “La perspectiva es peor que nuestra proyección más pesimista”. Esto lo mencionó el martes 12. Al día siguiente, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos indicó que “el camino hacia delante es altamente incierto y está sujeto a riesgos negativos significativos”, por lo que pidió mayores ayudas fiscales a la economía para “evitar daños económicos a largo plazo”.
Estas dos intervenciones representan los dos retos que enfrentan los responsables de la política económica en todos los países. No hay información suficiente y de calidad para alimentar los modelos que apoyan en la toma de decisiones, y la disponible apunta a que no habrá la rápida recuperación de la actividad económica que se preveía en marzo.
En ese mes, cuando los gobiernos comenzaron a adoptar restricciones a la actividad social y económica, la premisa fue que eso sería como apretar el botón de ‘pausa’ y que, controlada la epidemia, todo volvería a la normalidad, lo que se denominó una recuperación en forma de “V”.
La discusión entre economistas, empresarios y hacedores de políticas es tratar de dilucidar si la actividad económica se parecerá más a una “W”, con cuarentenas periódicas con cada nueva ola de infecciones, o una “L”, una recesión prolongada sin recuperación a la vista.
Lo que complica todo este análisis es la carencia de antecedentes comparables, tanto en el campo médico como en la reacción a mediano plazo de la población y las empresas. Los parámetros de los modelos que usan organismos como el FMI y los bancos centrales lucen incompatibles con la situación actual. Por esto es que se espera una nueva – la tercera – revisión de las estimaciones de crecimiento económico por parte del FMI la próxima semana.
¿Con la crisis mundial cobra sentido el plan Piketty de darle a cada joven 120.000 euros?
El problema de los datos
Para hacer más difícil todo, tantos los entes estadísticos como los bancos centrales están enfrentando limitaciones severas para recolectar y procesar los datos que alimentan los modelos propios y de terceros, como bancos y empresas. Por un lado los funcionarios que recogen los datos están imposibilitados de ir a las empresas que suministran la información, y por el otro esas mismas empresas están cerradas.
Luego está el dilema de cómo tratar los cambios en los patrones de consumo y producción que han ocurrido en estos últimos meses. ¿Deben adaptarse metodologías y ponderaciones a estos cambios que en principio lucen coyunturales? ¿Cómo compaginar esos cambios de patrones con los datos anteriores?
Un par de ejemplos. LVMH, la empresa francesa de productos de lujo, cambió en un fin de semana sus líneas de producción de perfumes para fabricar desinfectante de manos, y una buena parte de la producción la donó a hospitales. ¿Hubo o no caída de la producción física?
Con el acceso a tiendas severamente restringido en muchos países, ha habido un aumento sin precedentes de las compras en línea. Incluso negocios que sólo atendían clientes en locales, tanto restaurantes de lujo como cadenas de hamburguesas, ahora venden para llevar o para envíos a domicilio. Esto se refleja en cambios en lo que habitualmente están consumiendo las familias como los precios de los productos.
Hide, un restaurante londinense con una estrella Michelin, ofrece desde marzo envío a domicilio de su menú habitual. Pero aún cuando los precios de los platos son tan elevados como los que cobraba en su local, los clientes a domicilio no están comprando las bebidas al restaurante. Esto se refleja en un costo total para una cena de primera sustancialmente menor a lo habitual. ¿Significa esto que el costo de una cena para dos en un restaurante bajó o que el costo de una comida casera aumentó sustancialmente?
La oportunidad de la tecnología
En medio de esta ausencia de información fiable, nuevamente la tecnología está dando una oportunidad de oro a los que requieren pronosticar las tendencias económicas. Ya es habitual que las empresas que dominan el mercado de sistemas operativos de teléfonos celulares en Occidente, Apple y Google, proporcionen información inmediata y con gran precisión sobre los movimientos de la población. Usar esta información con propósitos de proyección económica no es técnicamente difícil pero crea innumerables problemas de privacidad de las personas.
Un gobierno puede estar interesado en conocer los desplazamientos de los conductores de vehículos de carga, pues ello puede dar una idea del grado de actividad por zonas, con una precisión que ningún sistema estadístico actual puede proporcionar. Por supuesto, hay una larga historia en el uso de datos que permiten la construcción de indicadores ‘adelantados’ de actividad económica, tales como el consumo de electricidad y de gas, entre otros.
Pero ahora se agrega la enorme cantidad de datos que todos generamos cuando hacemos compras y otras transacciones con tarjetas de débito, de crédito y otras formas de pago en línea. Los que procesan esta información, usualmente bancos comerciales grandes, están entonces en capacidad de identificar los niveles de transacciones por zonas geográficas, tipos de negocio e incluso perfil demográfico.
Un ejemplo de cómo un banco puede contribuir a iluminar lo que está ocurriendo en la economía en tiempo real, es un reporte de investigación ‘en vivo’ del español BBVA con participación de académicos de tres universidades británicas. El informe publicado en inglés y titulado “Seguimiento de la crisis de COVID-19 con datos de transacciones de alta resolución”, hace uso de “transacciones de ventas mediadas por BBVA desde tarjetas de crédito y terminales de puntos de venta, y totaliza 1,4 mil millones de transacciones individuales” en España.
Los autores concluyen indicando que esos datos “capturan muchos patrones sobresalientes en la forma en que una economía reacciona a los shocks en tiempo real, lo que hace que su valor potencial para los responsables políticos y los investigadores sea alto”.
Nuevamente, el tema de privacidad vuelve a estar presente pues el potencial para el uso indebido es más elevado que nunca, toda vez que la emergencia creada por la epidemia está dando sustento a iniciativas con mayor o menor grado de infringimiento de ese derecho.
Los costos que está representando para los gobiernos y las empresas el prolongado período de restricción de actividad está reforzando cada vez con mayor fuerza los llamados a relajar esas restricciones. La ponderación de los costos económicos y humanos de una decisión al respecto quizás conlleve a una mayor intrusión de los Estados en nuestra vida financiera.